La vida de Mónica Benicio cambió completamente la noche del 14 de marzo de 2018. La noticia recorrió el mundo: Marielle Franco, concejala carioca, militante feminista, lesbiana y favelada había sido asesinada junto a su chofer, Anderson Pedro Gomes, en un ataque perpetrado por milicias, en lo que fue el preludio de una política de violencia instalada durante la presidencia de Jair Bolsonaro. La imagen de Marielle se convirtió en símbolo de la lucha de las mujeres negras y LGBTI+ de la región. Benicio, también militante por los derechos humanos desde los 17 años –y ahora concejala en Río de Janeiro-, hizo bandera el pedido de justicia por su compañera de vida.
Desde entonces, lleva el puño en alto, una sonrisa y una remera con una pregunta que exige saber la verdad: “¿Quién mandó a matar a Marielle?”. A sus 35 años, se presenta como mujer, lesbiana (sapatao, en portugués) y favelada del barrio Mare, de la zona norte de Río de Janeiro. Ocupa una banca por el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) -fuerza que se escindió del Partido de los Trabajadores (PT) y hoy es aliado- y como arquitecta y urbanista trabaja por el acceso y derecho a la ciudad y en el impulso de políticas públicas feministas y para la comunidad LGBT+.
Este proyecto lo hacemos colectivamente. Sostené a El Destape con un click acá. Sigamos haciendo historia.
En diálogo con El Destape, repasó los años del “desgobierno” de Bolsonaro, las claves para la derrota del bolsonarismo, la democracia y los límites y la esperanza que representa el tercer mandato de Luiz Inácio Lula da Silva. “Quiero ver a Lula debatir el aborto seriamente”, exclamó en la conversación que tuvo con este medio en el marco de la XV Conferencia Regional de la Mujer de América Latina y el Caribe. Durante esas jornadas, entre el 7 y el 11 de noviembre, Benicio participó de la Conferencia y, además, de charlas y actividades que se hicieron de manera paralela convocadas por organizaciones feministas de toda la región.
- Los resultados de estas elecciones ubicaron a Río de Janeiro como una especie de bastión del bolsonarismo, desde tu lugar como militante lesbiana y LGBTI+ ¿Cómo es hacer política en ese contexto que pregona la violencia y con estos actores?
- Es un desafío ser una mujer lesbiana en Brasil por sí sólo. En la política institucional, la tarea es aún más pronunciada. Las mujeres estuvimos al frente de los debates y advertimos que Bolsonaro no era una alternativa viable con la democracia. En el inicio de la primavera feminista, en 2015, pasado el Golpe de Dilma (Russeff) -que fue un golpe contra la única presidenta mujer que tuvimos, un golpe claramente con características misóginas- nosotras estuvimos al frente del proceso en las calles, luchando también por nuestros derechos. Fuimos protagonistas del Ele Não, en 2018, en el proceso electoral en donde Bolsonaro fue candidato. Nosotras debimos organizarnos para resistir cuatro años del desgobierno de Bolsonaro, que fue un período muy sombrío para toda la sociedad brasileña, pero especialmente para las minorías, que en verdad tienen una representatividad mayoritaria en la composición de la sociedad. Fue gracias a las mujeres que este Gobierno no pudo profundizar la retirada de derechos. La organización de la resistencia de las mujeres también llevó a la victoria de Lula, porque tuvimos un gran protagonismo en esta lucha por la justicia social para la construcción de un Brasil que no dialogue con el fascismo. En este momento, estamos esperanzadas y con expectativas de que podamos tener un diálogo en el marco de un Estado democrático de derecho. Ser una mujer feminista en este escenario es también muy desafiante una vez que atravesamos un período de política bolsonarista muy duro.
- ¿Ves posibilidad ahora, con el nuevo Gobierno, de que se pueda empezar a desarmar esa red de violencia que Marielle identificó?
- Esa máquina de violencia, en verdad, no es una novedad y no es inventada por la política bolsonarista ni por Bolsonaro, así como no fue identificada por Marielle. Digo esto porque siempre fue una de las luchas de Marielle el respeto por las mujeres que llevaron adelante la construcción de un proyecto político antes que ella. Es importante también porque es respetuoso con la memoria de Marielle, que fue una mujer socialista, que ayudaba a construir un partido socialista, una mujer feminista, negra, que venía de la favela, que representaba la agenda LGBT y que amaba a otras mujeres. Todas estas cuestiones que estuvieron presentes en la vida de Marielle y también expresadas en el cuerpo de ella, fueron parte de un quehacer político que después se reflejó en la sociedad cuando se mostró profundamente indignada con su asesinato. Pienso que la gran esperanza de este nuevo gobierno es precisamente poder restaurar algo de armonía en la sociedad. Los brasileños y brasileñas están divididos en este momento. El desafío es grande porque a pesar de que Bolsonaro perdió la presidencia, salió fortalecido del proceso electoral como bolsonarismo, porque fue la elección más apretada de la historia de Brasil, aunque es la primera vez que un presidente no se reelige. Yo me resisto a creer que la población brasileña sea fascista. Pienso que muchos que votaron a Bolsonaro no lo hicieron por una convicción política con el bolsonarismo o con lo que representa el bolsonarismo como idea. Sobre todo, porque creo que hay una máquina de producción de odio, de fake news que Bolsonaro operó y estaba a disposición, incluso desde el Estado. Aunque no fue electo, es un hecho que derrotar al bolsonarismo como política es una tarea a más largo plazo de lo que fue derrotar a Bolsonaro en las urnas. Lula habla de esperanza, pero también de volver a conciliar a la población con la política institucional. Es un desafío grande. En ese sentido, espero que Lula esté muy comprometido con la agenda de las mujeres, con la agenda feminista, donde la legalización del aborto sea un debate tomado en serio y no como un tema policial. Que la población LGBT, negra, indígena y quilombola sea respetada, no sólo como parte de la agenda para atender a las minorías; sino que esté en el centro del debate de una política seria para la construcción de un proyecto de sociedad profundamente comprometido con la lucha antirracista. Sólo así seremos capaces de cambiar realmente a la sociedad para que no mire a la política bolsonarista como un medio posible en la política democrática.
- En esa misma línea, ¿Qué importancia tiene que se haga Justicia por ella y por Anderson?
-El asesinato de Marielle fue una ruptura en la historia de la democracia de Brasil y la propia sociedad, con una movilización casi espontánea protagonizada por las mujeres, sobre todo por las mujeres negras, que acabó tornando a Marielle en esa imagen de resistencia, de significación de lucha, de esperanza y eso es muy lindo en nuestro simbolismo. Exigir justicia por Marielle es, en verdad, un ejercicio democrático con el que todo brasileño y brasileña debería estar comprometido. Es una lucha que debe ser colectiva. Pasaron cuatro años y siete meses de su asesinato y el Estado brasileño no respondió quién mandó a matarla y cuáles fueron las motivaciones. En cuanto esa respuesta no llegue, lo que acabamos por entender es que existe un grupo político capaz de asesinar como forma de hacer política con la certeza de impunidad y eso no cabe en un Estado democrático de derecho. Es importante que veamos toda esa máquina de producción de violencia, de fake news, de política de odio que se hizo muy evidente en el gobierno de Bolsonaro, como un objeto a ser combatido por aquellos y aquellas que se consideran democráticos.
- Viniste a Argentina en el contexto de la XV Conferencia Regional sobre la Mujer de América Latina y el Caribe, en donde el principal eje es la discusión por la puesta en marcha de políticas de cuidado. ¿Cuáles son los desafíos para Brasil en ese contexto sobre todo para las familias LGBTI+?
- La política de cuidado, primero, debería ser mejor y más discutida por el propio Estado para que podamos hacer una política pública de calidad. En Brasil no es un debate muy instalado. Es relativamente nuevo y creo que eso es bueno, porque es una cuestión muy sentida en la vida de las mujeres, en su cotidianidad, pero poco discutida como política pública o como una posible transformación de la política pública. Cuando hablamos esto con la comunidad LGBT, obviamente, nos encontramos con una situación mucho más grave por una cuestión obvia, porque la política pública para esa comunidad no es producida. Hay mucha resistencia. Brasil es un país muy conservador que, infelizmente, dialoga mucho con los fundamentalismos religiosos. La bancada evangélica es muy fuerte en el corazón de debate de la política brasileña y todos esos factores dificultan. Cuando nos referimos al tema de cuidados, entendemos que las mujeres siempre son las más sobrecargadas, si hablamos de dos mujeres, en un caso como este, es estamos hablando de un problema aún peor.
- Según la ONU y la CEPAL hay 7 millones de personas que se emplean en el trabajo doméstico y, además, el 63 % son afrodescendientes y 1 de cada 5 indígenas son empleadas domésticas…
- Si hacemos un recorte de raza sobre este debate es, todavía, más grave. Las mujeres negras son las que están en mayor situación de vulnerabilidad y de violencia de Brasil, que es un país muy racista, que fuera del continente africano es el país que más población negra tiene, pero fue el último en abolir la esclavitud y no se habla sobre una reparación histórica de ese proceso. Es un país muy patriarcal, muy machista y muy misógino. En este contexto político, la política de cuidado es, sobre todo, hablar sobre esas mujeres negras. La importancia de que tengamos este debate es que no podemos hablar de igualdad de género sin hablar seriamente de una política de cuidados donde el Estado tome esto como política pública.
- En estas jornadas, como en las elecciones en Brasil y desde los últimos años, se vio una fuerte presencia de las redes y de las organizaciones feministas de Latinoamérica y el Caribe. ¿Qué importancia tienen para vos estos vínculos?
- La organización es una pieza fundamental para no dejar que avance la ultraderecha. Como dije, las mujeres fueron protagonistas en la resistencia contra el avance del bolsonarismo como política. Pienso que lo que falta en Brasil, un poco, es entenderse como parte de América Latina, porque otros países están más conectados, inclusive los feminismos están más integrados. Es fundamental para discutir la soberanía de un país, pero principalmente para discutir la conexión dentro de su territorio. Todos nuestros países deberían debatir las perspectivas individuales en conexión con América Latina para que podamos bloquear el avance de la ultraderecha. Se ha hecho de una manera muy incipiente, muy frágil, pero pienso que tiene potencial para que suceda cada vez más. Es la pieza más importante para frenar el avance de esa ultraderecha que tiene como proyecto de poder excluir directamente a las mujeres del debate de la construcción de la sociedad, para discutir a una sociedad más igualitaria. Los hombres que están hoy en el poder, en general, tanto en América Latina como a nivel global, no están interesados en que las mujeres estemos en los centros de debate, ocupando espacios en la política institucional o de poder cuando este movimiento está bastante consolidado y se muestra cada vez más con interés organizarse para la resistencia para frenar ese avance.
- A principio de este año, en otra entrevista, dijiste que ni bien asumiera Lula pasabas a ser opositora, ¿Seguís sosteniendo esa idea?
- Se lo dije a Lula también (dijo entre risas). Creo que ninguna de las personas que acompañamos el proceso de transición tenemos la ingenuidad de pensar que Lula puede salvar Brasil. La verdad, ninguna persona por ella misma puede hacer una política capaz de salvar a un país, una idea así podría producir una frustración muy grande. Lula precisó hacer alianzas, el PT precisó hacer alianzas inclusive dialogando con la centro derecha para que podamos derrotar al bolsonarismo. Fue una medida necesaria porque el bolsonarismo como proyecto político está muy fuerte, los resultados demostraron eso. La tarea prioritaria era esa y el único con condiciones para hacerlo era Lula, representando un proyecto democrático, un rescate del diálogo con la democracia. Pero yo quiero -reitero- ver a Lula discutiendo con seriedad la legalización del aborto, quiero que la legalización del aborto se discuta como política pública ¿Lula me va a garantizar eso? Nosotros vamos a dar ese debate. Vamos a dar el debate sobre los derechos de la población LGBT, situándolos en el centro de producción de política pública. Entonces, cuando digo esto, lo digo en broma, pero también desde un lugar desde el que vamos a exigir que sean producidas ciertas políticas públicas para las minorías, tal como él mismo se comprometió en el periodo electoral, pero que ahora muestra la composición de un Gobierno que, por ejemplo, no puede garantizarnos la paridad de género. Yo adoraría ver el mismo número de ministros, como de ministras. Eso ya quedó en evidencia que no sucederá. El Ministerio de la Mujer, ¿Será un ministerio o será reconducido como una secretaría? Son cuestiones bastante comprensibles en cierto punto, pero eso no significa que no serán exigidas. Mi discurso va en el sentido de que vamos a exigir, eso sí, políticas públicas con perspectiva feminista, desde la mirada de los feminismos. Como una mujer lesbiana y feminista estaré aquí exigiendo lo que me corresponde. Ese es el juego de la democracia.