Brasil, la gran potencia sudamericana, vuelve a la escena internacional de la mano de un gobierno popular. La política exterior que el futuro canciller, Mauro Vieira, pondrá en marcha el próximo 1º de enero por orden explícita de Lula da Silva, requiere un giro de 180 grados. ¿Estará listo Brasil para un cambio profundo? ¿Podrá llevarlo a cabo?
Los desafíos internos y externos son enormes. El gobierno de Jair Bolsonaro demolió varios pilares estructurales de Brasil. Reconstruirlos será difícil y, en algunos casos, imposible. Un ejemplo de destrucción fue la política exterior en manos del ex canciller Ernesto Araujo, un diplomático que gusta citar a Mussolini y que pertenece al ala ultrarreligiosa, antiglobalista y xenófoba del bolsonarismo.
Algunos pocos ejemplos: ni bien asumió, en enero de 2019, Bolsonaro reconoció a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela y poco después retiró todo su personal diplomático de Caracas. Al año siguiente, Brasil renunció a la CELAC porque “daba protagonismo a regímenes no democráticos como los de Venezuela, Cuba y Nicaragua". El ex canciller Araujo insultaba permanentemente a China llamando al Covid 19 “el virus chino”. Y hasta se malquistaron con Estados Unidos: la adhesión ciega de Bolsonaro y sus hijos al trumpismo llegó al punto de poner en duda la legitimidad del triunfo de Joseph Biden en las últimas elecciones norteamericanas.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Con Lula, Itamaraty (como se conoce popularmente a la excelsa diplomacia brasileña) respira aliviada. La Patria Grande también.
El nuevo canciller fue embajador en Argentina (2004-2010) y, a diferencia de Bolsonaro que siempre nos boicoteó, Mauro Vieira conoce bien nuestro país y cultivó excelentes relaciones. Fue también embajador en EEUU (2010-2015) y canciller desde 2015 hasta el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff en 2016.
Las primeras medidas anunciadas por Vieira el pasado 14 de diciembre apuntan a reparar el enorme daño que el gobierno saliente hizo a su país y a la región. Bolsonaro no estaba solo. El gobierno derechista de Mauricio Macri y los extremistas bolivianos que dieron el golpe de Estado contra Evo Morales (con la ayuda activa de Macri, Bolsonaro, la OEA, es decir, la Casa Blanca) facilitaron la ola retrógrada que tuvo como objetivo desmantelar las políticas soberanas y de integración regional concretadas en las primeras décadas del siglo XXI.
“El presidente Lula me instruyó para reestablecer las relaciones con Venezuela a partir del 1º de enero. Primero enviaremos un encargado de negocios a Caracas para recuperar los edificios que tenemos allá. Luego reabriremos la embajada y nombraremos al embajador. Desde luego que para nosotros el gobierno es el del presidente Maduro, que fue electo”, anunció Vieira en Brasilia. Aún no se sabe si Nicolás Maduro podrá asistir a la ceremonia. El presidente venezolano fue formalmente comunicado, pero el impedimento de entrar a Brasil, impuesto por Bolsonaro, seguirá vigente hasta que asuma Lula. Los cambios a nivel global en 2022 (sobre todo en el área energética) “aflojaron” los enconos contra el chavismo: EEUU ya no está tan furiosa contra Venezuela y el presidente de Colombia, Gustavo Petro, viró el antagonismo táctico que su país mantenía contra el vecino venezolano desde el triunfo del chavismo.
Otras de las medidas anunciadas por Vieira es la de “retomar el contacto con los vecinos latinoamericanos y recuperar organismos como Celac y Unasur”. Sin embargo, agregó que esta recuperación “debe ser hecha con una mirada nueva, porque el mundo cambió. No es más el mismo de cuando esas entidades fueron creadas. Desde luego, que siempre vamos a basarnos en la solidaridad como países en desarrollo”.
Entonces, ¿cuánto podrá hacer Lula? “La destrucción en estos seis años fue demasiado grande”, asegura Elías Jabbour, académico de Ciencias Económicas en la Universidad del Estado de Río de Janiero. El profesor engloba los cuatro de Bolsonaro y los dos de Michel Temer quien gobernó Brasil a partir del golpe contra Dilma Rousseff.
“Brasil va a necesitar tiempo para reposicionarse ante sí mismo y ante el mundo. De 1930 a 1970, Brasil supo construir una identidad nacional muy clara. Nos autopercibíamos como un país grande, con potencia de futuro, con posibilidades de influir positivamente en el orden internacional. Esto se destruyó sobre todo en la década de los 90 del siglo pasado. Luego, los gobiernos de Lula y Dilma reconstruyeron esa identidad nacional, pero, lamentablemente, con el golpe contra Dilma en 2016 nuevamente se buscó degradar ese ideal nacional. Se quiso instalar la visión de un Brasil insignificante para el mundo, incapaz de integrar América del Sur. Se intentó desmoralizar”, analiza Jabbour.
A este contexto, el 1º de enero se sumarán dos dificultades: un nuevo gobierno conformado por una coalición variopinta y una oposición que no respeta las reglas de la democracia.
“Va a haber resistencias internas”, asegura Jabbour. “Es lógico que haya conflicto de intereses en una coalición amplia que va desde los partidos de derecha hasta los comunistas. Pero mantener este frente es crucial porque sin eso no se puede gobernar Brasil. Lula va a tener un ala “proccidental”, con referencia en EEUU y Europa, probablemente con influencia de la Open Society de George Soros y otra ala más nacionalista, multipolar que se identifica con el Sur Global. Estoy seguro de que Lula va a ser muy capaz de hacer frente a la ingeniería política que esta situación requiere.”
El nuevo gobierno asumirá en un mundo en plena transformación hegemónica. El canciller Vieira aludió a esta complejidad -sin nombrarla- al anunciar que “se reconstruirán los puentes con los socios tradicionales del mundo desarrollado, como EEUU, China y Europa para mantener una intensa relación productiva pero equilibrada. Se trata de mantener relaciones soberanas y desarrollar, dentro del interés nacional, todas las posibilidades de cooperación y de intercambio, en todas las dimensiones”.
“La disputa por la política exterior tendrá alcance internacional. La lucha capitalismo/socialismo se va a expresar muy claramente en el interior del gobierno Lula”, augura Jabbour, autor del libro “China el socialismo del siglo XXI”. “Brasil tal vez sea el país más disputado en el mundo actual. Es fuerte en América del Sur, tiene amplia presencia de China y cuenta con las grandes inversiones de ese país para obras públicas, algo no deseable para EEUU. Washington sabe el potencial que tiene Biejing (créditos, infraestructura) en la reactivación de la industria brasileña, por eso va a hacer lo posible para impedirlo. El “soft power” ya está puesto en marcha.”
Por eso, el presidente electo –como lo hizo antes de asumir en 2003 en relación al golpe de Estado de 2002 contra Hugo Chávez- no muestra todas sus cartas. Ante la “destitución” del presidente peruano, José Pedro Castillo, Lula no acompañó la carta de los mandatarios de México, Argentina, Bolivia y Colombia, considerando a Castillo como el legítimo presidente. “No es el momento”, explica Jabbour. “Creo que él va a tener un papel activo en la mediación de ese conflicto en Perú cuando corresponda”.
Lula enfrenta enormes desafíos externos e internos. Lo que suceda en las elecciones presidenciales del año próximo en Argentina, será, en este sentido, trascendental.