Las visitas de Estado tienen múltiples dimensiones y hay diferentes criterios para evaluarlas más allá de las afinidades políticas, entre otros, la duración de una visita y las actividades que se realizan. Muy lejos en el recuerdo quedan las giras de semanas, como la que realizó el presidente de Francia Charles de Gaulle en 1964 por 10 países de América del Sur a lo largo de 26 días. Ahora el tiempo apremia, todo es breve y las visitas de Estado suelen durar horas, apenas para un saludo y la firma de algún documento protocolar. No es el caso de la visita de Alberto Fernández al presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
La excusa del viaje a México fue la conmemoración del bicentenario de la independencia mexicana y específicamente el día de la bandera, el 24 de febrero. Fernández permaneció durante tres días y se pudo percibir una gran empatía con AMLO, que lo invitó a varias actividades por fuera de lo estrictamente protocolar. De hecho, fue el primer presidente extranjero en participar de la famosa “mañanera”, la conferencia matutina de AMLO. Además, habló en el Senado, fue declarado huésped ilustre de la Ciudad de México por la jefa de gobierno Claudia Sheinbaum y visitó el laboratorio Liomont para conocer el lugar donde están desarrollando vacunas de manera conjunta. Como si esto fuera poco acompañó a AMLO al acto central por el día de la bandera en Iguala el 24 de febrero.
Vale la pena recordar que López Obrador accedió a la presidencia el 1 de diciembre de 2018 mientras en la Argentina gobernaba Mauricio Macri, claramente alineado con la política exterior de los Estados Unidos y que propugnaba el abandono de los mecanismos de integración regional. El hecho fortuito que unió a Fernández con López Obrador un mes antes de que asumiera formalmente la presidencia fue el golpe de Estado contra Evo Morales el 10 de noviembre de 2019. Entre ambos lograron salvarle la vida a Morales.
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Ya en la presidencia desde el 10 de diciembre de 2019 Fernández estrechó el vínculo con el gobierno de México buscando una mayor integración regional a través de proyectos conjuntos, el relanzamiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y el Grupo de Puebla como ejes políticos. De esta manera se diferenció de los gobiernos de derecha de la región que no impulsan mecanismos de integración latinoamericanos sino todo lo contrario; salvo, cuando se trata de atacar de manera conjunta al gobierno de Nicolás Maduro, como si este fuera el único tema de interés en América Latina.
Desde ya que no extraña que los grandes medios de comunicación opositores a ambos gobiernos hayan puesto el énfasis en todo lo que podía provocar roces y distanciamiento entre los dos presidentes. Sin embargo, sus discursos, las imágenes de cordialidad entre ambos, sus elogios mutuos y el documento conjunto de 15 puntos son más que elocuentes. Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador tienen una visión estratégica común respecto de la necesidad de una verdadera integración regional de América Latina y el Caribe, el acceso equitativo a las vacunas, las críticas a la Organización de Estados Americanos (OEA) comandada por Luis Almagro, e incluso de la cooperación espacial a través de una Agencia Latinoamericana y Caribeña del Espacio (ALCE). La tarea no es sencilla, pero para comenzar se necesita voluntad política. Y ambos la tienen.