Algunos residentes de Kabul, la capital de Afganistán, se aventuraron cautelosamente a volver a trabajar a través de calles tranquilas el martes, temerosos tras una noche interrumpida por el sonido de disparos y enfrentando preguntas de sus nuevos gobernantes talibanes apostados en puestos de control en la capital afgana.
El movimiento islamista, que impidió que las mujeres trabajaran y administró castigos como la lapidación pública durante su anterior gobierno de 1996-2001, se hizo con el país en pocos días, en medio del colapso de las fuerzas gubernamentales respaldadas por Estados Unidos.
Aunque los talibanes han prometido que no habrá represalias contra sus opositores y han prometido respetar los derechos de las mujeres, las minorías y los extranjeros, muchos afganos se muestran escépticos. Pero también saben que la vida debe continuar.
"Tengo miedo, pero lo que me hizo abrir mi tienda fue alimentar a mi familia", dijo a Reuters por teléfono Mohammadullah, un comerciante de comestibles de 48 años. "No tengo otra forma de obtener ingresos. Si no abro mi tienda, ¿cómo puedo alimentar a mi familia de 12?", se preguntó, agregando que había muchos menos clientes de lo habitual.
La mayoría de tiendas y supermercados en Kabul estaban cerrados, como los colegios, según los residentes. Sin embargo, algunas pequeñas tiendas de comestibles y carnicerías estaban abiertas, al igual que los hospitales. El tráfico era ligero, pero había varias camionetas con banderas blancas que transportaban a talibanes armados.
"Fue con el apoyo de la nación que los estadounidenses fracasaron aquí y se estableció el sistema islámico", dijo Mawlavi Haq Dost, un comandante talibán en la calle. "Este es un sistema legal y le aseguramos a nuestra gente, ya sean hazara, tayika o turca (minorías), que no habrá ningún hostigamiento por parte de los muyahidines hacia ellos".
Asadullah Wardak, médico desde hace 12 años, dijo que decidió regresar al trabajo tras permanecer en casa dos días. Sus hijos, que viven en Canadá, le instaron a irse, pero él optó por quedarse en Kabul, donde trabaja como ginecólogo.
De camino al trabajo en el Hospital Médico de Sana, dos talibanes revisaron su automóvil y su tarjeta de identidad. Dijo que le indicaron que era libre de trabajar y le dieron números de teléfono para llamar en caso de que su hospital tenga problemas con el suministro de sangre o escasez de medicamentos.
También le pidieron que se asegure de que las pacientes y las doctoras trabajen por separado, mientras que a los médicos solo se les permite ver a pacientes femeninas en presencia de otra doctora, dijo.
Con información de Reuters