La "sabiduría" de los chaná sobre las plantas para curarse y vivir mejor

22 de enero, 2024 | 13.11

Los chaná contaban con una gran sabiduría sobre hierbas (revá), tenían un herbario con virtudes, simbología y propiedades ocultas de cada una, y las utilizaban para rituales, curar heridas o enfermedades, alimentarse, tener visiones y para otras actividades.

El tabaco (upatá) era uno de los más usados, lo consumían familias que lo consideraban planta sagrada, lo masticaban, esnifaban, fumaban y hasta hacían infusiones con él, y el curandero lo utilizaba para sus rituales.

Para llegar a ser curandero debían especializarse en curaciones, hierbas y estar todo el tiempo a disposición del pueblo, pero tenían que contar con una marca de nacimiento debajo del vientre o el paladar. Además, él era el único chaná que podía dejarse el pelo largo y la barba.

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Para curar también utilizaban telarañas, principalmente en lesiones cutáneas y verrugas pero, sin dudas, la palta (orú en chaná o aguacate en gran parte de Latinoamérica) era una de las plantas y frutos más útiles.

Los niños con problemas de nutrición la comían o bebían té de sus hojas; para curar ojos enfermos se aplicaba la pasta del fruto; las mujeres con irregularidades menstruales comían el fruto o masticaban las hojas; y otros lo usaban como repelente y para limpiar el cutis.

Los ancianos empleaban la semilla como masajeador, la pulpa como shampoo, hacían un té de semillas como remedio contra picaduras, y la corteza cocida se usaba para controlar granos y abscesos.

Agradeciendo todos los días por estar vivos, una costumbre que tenían era alzar las manos para saludar a los más cercanos, para que no tenían armas, y al dar la espalda cuando se retiraban generaban confianza con el otro.

Otra característica era que al nacer no se ponían nombres, eran "hijos de" hasta que demostraban una cualidad o un defecto, y los nombres de sus antepasados estaban prohibidos, ya que se creía que se invocaba a sus espíritus e influía en sus vidas.

También desde chicos se les prohibía llorar para no mostrar debilidad ni ser escuchados, tampoco tenían música, ni podían reír a carcajadas, y el niño, si quería ser adulto, debía enfrentar solo y matar un yaguareté, mostrando valentía para "enfrentar la vida".

Para formar una pareja chaná -estaba prohibido mezclar sangre con otras culturas-, ambos debían superar desafíos, luego buscaban a su compañero/a y cuando los dos estaban de acuerdo, tras el visto bueno de las familias, celebraban con una ceremonia en el agua.

Los chaná creen en la vida después de la muerte, y que al morir uno viaja al caserío de las estrellas o "dananát ug ugá mirrí" para convertirse en una estrella más

Creen que el alma va al cielo, y el espíritu puede optar por acompañarla o quedarse en el mundo, por lo que les tenían mucho respeto, y en las urnas funerarias colocaban una cabeza de loro de arcilla, en el caso de que el espíritu quiera aparecer por la noche tenga con qué hablar y no moleste a los chaná.

Según la leyenda, un grupo de chaná no paraba de hablar, se distrajo y permitió un ataque de enemigos, por lo que el dios chaná los castigó y los convirtió en lo que hoy son los loros.

Si bien no escribían, tenían una gran memoria, sabían multiplicar, sumar, y conocían mucho la naturaleza y los ciclos de la Luna.

Sin embargo, los chaná no se movían de noche porque era para "descansar y viajar", y estaba prohibido deambular cuando bajaba el sol.

El momento de descanso era la noche (utalá), podían salir del cuerpo y viajar a otros lugares, conectarse con familiares y amigos muertos, el momento para recibir premoniciones y aprender cosas.

Con información de Télam