El 4 de junio de 1946 Juan Domingo Perón asumió la Presidencia de la Nación por primera vez. La fecha no fue elegida por alguna casualidad dictada por el calendario electoral de la época, sino que fue pensada en función de realzar el proceso político iniciado en 1943, cuando a partir del golpe de Estado realizado al gobierno que entonces presidía Ramón Castillo, tomó las riendas de las decisiones en el Estado una facción de las Fuerzas Armadas mayormente vinculada al nacionalismo, de las que el propio Perón formaba parte.
Entre los 36 meses que transcurrieron entre ese momento y la llegada de Perón al Sillón de Rivadavia, el país y el mundo enfrentaron transformaciones, algunas continuidades y muchas significativas rupturas entre las que tuvo lugar una de las que marcaría la política en Argentina hasta nuestros días: las mayorías populares encontraron una conducción política que orientaría su forma de organizarse, de movilizarse y hasta de percibirse en función de un proyecto de país que entendió la protección de sus intereses como un norte desde el cual ordenó su orientación de gobierno.
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El 17 de octubre de 1945 fue el pináculo de este encuentro entre los trabajadores, organizados o no, y quien hasta pocos días atrás fuera el Secretario de Trabajo y Previsión de la República Argentina, un cargo dependiente del Poder Ejecutivo y creado a poco de la asunción de Ramírez, a través de la que Perón implementó medidas sociales urgentes para la masa trabajadora: la generalización de las indemnizaciones por despido, el Estatuto del Peón de Campo, la creación de la justicia laboral, el aguinaldo y la negociación colectiva del salario, incluyendo de este modo a las organizaciones de base como parte decisoria de una política central en materia laboral.
Se trató de un clamor popular que desbordó todo tipo de previsión, inclusive la de la Confederación General del Trabajo, que ante la prisión a la que fue obligado Perón en la Isla Martín García, había decretado paro general para el 18, el día siguiente. Aquella manifestación espontánea y desbordada de los más humildes del país (migrantes internos, habitantes de las periferias urbanas) simbolizó que ese actor mayoritario ya no podía invisibilizarse ni resultar prescindible en ningún centro: ni el de la ciudad, ni el de la política, ni en la gestión de la toma de decisiones.
La campaña presidencial para las elecciones de 1946 mostró con claridad la polarización del escenario político, así como también los intereses que estaban en pugna. Para el incipiente peronismo fue la campaña del slogan ‘Braden o Perón’, en abierta hostilidad contra la política internacional de los Estados Unidos que, a través de la figura del Embajador Spruille Braden, fue clave en el armado de la Unión Democrática, una alianza electoral que incluyó expresiones ideológicas del más diverso pelaje, entre las que se encontraba la Unión Cívica Radical (sin los ‘yrigoyenistas’, que conformaron su propia escisión), el Partido Socialista, el Partido Comunista y el Partido Demócrata Progresista.
Siguiendo el razonamiento del historiador argentino Juan Suriano, el apoyo explícito de entidades corporativas como la Sociedad Rural Argentina y la Unión Industrial, así como también de la Corte Suprema de Justicia de la Nación a la entente ‘democrática’ -sobre la cual los políticos opositores a los militares del ‘43 pretendían depositar las decisiones de un potencial gobierno transicional- demuestra que la oposición de los proyectos en pugna en las elecciones del año 46 iban más allá de lo político e ideológico, sino que expresan un conflicto social, entre los históricos privilegiados del país y los más postergados, que empezaban a alcanzar niveles de organización y articulación con el Estado inéditos hasta el momento.
“En 1945, todos los medios masivos de comunicación estaban contra nosotros y ganamos las elecciones. En 1955, todos estaban a favor nuestro, porque eran nuestros la mayor parte, y nos echaron”, dijo Perón sobre una frase citada profusamente cuando se habla de la relación del General con la prensa. Pero no por muy citada deja de ser menos cierto que para la campaña que lo llevó a la Primera Magistratura en 1946, el mapa mediático era prácticamente en su totalidad hostil a su liderazgo y propuesta política. Los grandes matutinos nacionales, como La Prensa, La Nación y El Mundo; los vespertinos La Razón, Crítica y Noticias Gráficas y también el socialista La Vanguardia no cubrían los masivos actos de campaña y, presagiando una recurrencia macabra del futuro, hasta evitaban nombrar a Perón, utilizando eufemismos. El énfasis en su presunta relación con el fascismo y lo que hoy llamaríamos estigmatización de los ‘cabecitas negras’ que ocupaban el espacio público con ‘guaranguería’ y altanería para el código de las clases medias y altas, figuraban entre los principales tópicos sobre los que articulaban su oposición.
Entre los pocos periódicos que apoyaban la fórmula Perón/Quijano figuraban aquellos de tirada más limitada, como Democracia, La Época, Tribuna y El Laborista. Con la radio, el medio masivo de comunicación de mayor alcance en la época, sucedía algo similar: si bien debía otorgar un espacio similar a ambos partidos, las principales emisoras se volcaron en favor de Tamborini/Mosca, el binomio que proponía la Unión Democrática. Según contó el poeta y reconocido peronista Leopoldo Marechal en una entrevista de 1960, Perón dijo “pónganme a mí en la punta de un palo y úsenme como afiche”, en respuesta a la escasez de recursos con que contaban los simpatizantes de Perón, reducidas a pintadas callejeras, frente a la gran campaña en la vía pública que desplegaron sus contrincantes.
La contundencia de los resultados dejó poco lugar a las dudas: con más del 80% de la participación total (fueron las últimas elecciones en las que no votaban ni las mujeres ni los habitantes de los llamados territorios nacionales de Chubut, La Pampa, Formosa, Misiones, Neuquén, Patagonia, Tierra del Fuego y Río Negro, degradados a un rango menor al de las provincias, que obtendrían esa condición durante el peronismo), Perón obtuvo (con el apoyo del Partido Laborista, la UCR Junta Renovadora y el pequeño Partido Patriótico) el 53% de los votos frente al 45% de la UD. También cosechó triunfos en todo el país a excepción de Corrientes, Córdoba, San Juan y San Luis (en ese entonces, en la Capital del país se ganó); y la totalidad del Senado.
El General Perón –que había ascendido a ese grado en diciembre del año anterior- y Dr. Hortensio Quijano, juraron sus cargos en el Congreso Nacional ante la Asamblea Legislativa, que no contó con la presencia de los legisladores opositores, y luego de la misma el flamante presidente pronunció un mensaje en el que anticipó algunos posicionamientos que formarían parte del Primer Plan Quinquenal, el programa de gobierno que rigió buena parte de los seis años de gestión.
Así Perón sintetizaba el clima de época, surcado por los nuevos vientos populares que empezaban a soplar: “el triunfo del pueblo argentino es un triunfo alborozado y callejero: con sabor de fiesta y talante de romería; con el espíritu comunicativo de la juventud y la alegría contagiosa de la verdad, porque rebasó el marco estrecho de los comités políticos habituales para manifestarse cara al sol o bajo la lluvia, pero siempre al aire libre, con el cielo como único límite a sus anhelos de redención y libertad”.