Sólo tres o cuatro cuadras en el barrio de Centro Habana permanecían sin electricidad el lunes en la noche, una isla de oscuridad en un mar de luces intermitentes, con el reggaettón a todo volumen y los cafés abarrotados. Allí estalló una inusual protesta.
Cerca de la intersección de las calles Campanario y Salud, decenas de residentes enojados gritaban "¡Queremos luz!" mientras golpeaban ollas con cucharas de metal.
Estaban irritados, dijeron, luego de tres días sin electricidad en sus hogares tras un colapso el viernes de la red eléctrica de Cuba.
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La red nacional se había restaurado gradualmente en La Habana al anochecer del lunes, 72 horas después de que una falla, sumergiera en la oscuridad a la población de 10 millones de habitantes.
Las autoridades dijeron el lunes que alrededor del 90% de La Habana -una ciudad de alrededor de 2 millones de personas- volvió a recibir la luz al mediodía. El Gobierno ha advertido que a pesar de los avances, los apagones continuarán.
Las plantas generadoras de petróleo de Cuba, ya obsoletas y que luchan por mantener las luces encendidas, entraron este año en una crisis por una disminución de las importaciones de petróleo de Venezuela, Rusia y México.
"Llevamos cuatro días sin electricidad. Nuestra comida se está echando a perder. Nuestros niños están sufriendo. No tenemos (...) agua", dijo Marley González, una residente local que golpeaba una cacerola rodeada de vecinos.
Los apagones de entre 18 a 20 horas al día se habían convertido en una norma en el último mes en las provincias periféricas de Cuba, donde hay tensión por la escasez de alimentos, agua, combustible y medicamentos.
Pero los recientes apagones de todo el día en La Habana, protegida durante mucho tiempo de lo peor de la falta de energía, marcaron un cambio repentino y dramático para los residentes acostumbrados a las afectaciones programadas mucho más cortas.
Reuters habló con siete personas durante y después de la protesta. La mayoría describió los largos apagones como la gota que colmó el vaso, en referencia a una ristra de problemas que enfrentan.
Ramona Martínez, de 37 años, ama de casa, dijo que no podía permitirse el lujo de alimentar a sus cuatro hijos con una jubilación de 2.600 pesos (unos 8 dólares) que recibe cada mes del Gobierno. Los precios se han disparado en los últimos tres años, mientras que los salarios y los beneficios apenas se han movido.
"No alcanza ni para una bolsa de leche (en polvo)", dijo Martínez, mientras su hijo de 6 años, que tiene parálisis cerebral, vomitaba en la cama en una habitación. "Esto es una locura", añadió.
El refrigerador de Martínez, con las puertas abiertas, tenía un frasco de pastillas de vitamina C, una bolsa de pollo descongelado y varias botellas de plástico vacías.
"No han puesto la electricidad y no nos dan ninguna respuesta", agregó. "Así que salimos a la calle (...)".
El barrio alrededor de la calle Campanario, donde tuvo lugar la protesta, es triste. Montones de basura bordean algunas intersecciones (y) las calles están llenas de baches. Muchas familias están hacinadas en espacios pequeños en edificios cuyas fachadas que se están desmoronando.
ADVERTENCIA
"Mi abuela de 85 años me ha estado pidiendo agua fría desde el viernes cuando nos quedamos sin electricidad", dijo Alser Alfonso, un joven con una camiseta blanca raída, mientras animaba a la multitud a corear: "¡luz!".
Las protestas callejeras en Cuba son poco frecuentes. El 11 de julio de 2021, una manifestación antigubernamental tuvo lugar en la isla, considerada la má grande desde la revolución de 1959 del exlíder Fidel Castro.
Las protestas siguieron a meses de aislamiento durante la crisis de COVID-19, pero también a la creciente irritación por la escasez y los apagones.
El presidente Miguel Díaz-Canel habló en la televisión nacional el domingo, antes de la protesta de Campanario y Salud, animando a los cubanos a expresar sus quejas con "disciplina".
"No vamos a aceptar ni permitir que nadie actúe con vandalismo y mucho menos altere la tranquilidad de nuestro pueblo", dijo Díaz-Canel. "Esa es una convicción, un principio de nuestra revolución".
La policía se concentró en la intersección de Campanario y Reina en una avenida más grande e iluminada. Los policías observaron desde la distancia, pero no dispersaron a los manifestantes.
La residente Layke Miladis Puentes, de 42 años, estaba sentada en la puerta de su casa a sólo unos pasos de la protesta que se desvanecía.
"Hay electricidad allí y allá (...) En todas partes menos aquí", dijo.
Con información de Reuters