Los anuncios de los números oficiales cumplen la misma función que las efemérides, o las convenciones del tiempo. Era sabido que los números de la inflación serían tan tremendos como los conocidos esta semana, pero cuando finalmente se anuncian parecen provocar un click, vuelven a ser noticia y concitan titulares. La inflación minorista rozó el 50 por ciento y la mayorista más del 70. Los números son realmente impresionantes por lo que significan en términos de distribución del ingreso y organización de la producción. Ninguna economía puede funcionar con semejante desfasaje nominal. La aguda recesión es la muestra más acabada, aunque no la única.
No es lo mismo una inflación del 50 por ciento con salarios que se recuperan al 60 que con ajuste del 30
Sin embargo, cuando se habla de inflación no es solamente el número absoluto el que importa, sino cuánto del número significó pérdida de poder adquisitivo para los asalariados. Este es el dato que determinará el nivel de consumo y con ello, de la actividad económica. A riesgo de ser excesivamente taxativo, no es lo mismo una inflación del 50 por ciento con salarios que se recuperan al 60 que con ajuste del 30. Pero hasta en el hipotético caso de que los salarios se recuperen con un número similar al de la inflación, debe recordarse que los aumentos de precios son instantáneos, ocurren todos los días, mientras que los ajustes salariales se producen siempre a posteriori, es decir, las pérdidas de ingresos durante los procesos de aumento de precios no se recuperan más. Quienes reciben ingresos fijos, salarios, siempre pierden.
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La inflación no es, como pretenden hacer creer los economistas profesionales, un problema, por decirlo de alguna manera, “técnico”. No deviene de que en Argentina, a diferencia de otros países, nunca hayan existido economistas que entiendan su dinámica. Por eso causaban gracia los grafiquitos descendentes de Federico Sturzenegger y Lucas Llach, con su falso aire de cientificidad matemática para un fenómeno que es producto de las relaciones de poder. Menos ridículas fueron, “técnicamente, las declaraciones de Mauricio Macri que relacionaban la evolución del nivel de precios con la capacidad de gobernar. Pero hoy ya no tiene sentido ocuparse de las predicciones. Los hechos hablan por sí mismos: 50 por ciento en un año cuando la pseudo ciencia pronosticaba un techo del 12. “Contala como quieras”.
Los números actuales, además, hacen más nítida la falsa teoría. No se aumentó el déficit ni se expandió ex ante la cantidad de dinero. Incluso la expansión ex post fue inferior a la inflación en los tres años de macrismo (y no solamente). La teoría económica dominante vuelve a demostrar que no sirve para explicar nada, es decir, no cumple el requisito básico que epistemológicamente se le demanda a cualquier ciencia. Es apenas un vulgar discurso ideológico que legitima relaciones de poder. El fenómeno no se agota localmente. Sobran los ejemplos de países que tienen déficit fiscal y alta emisión monetaria con… baja inflación. Pero aunque sea universal, lo que importa aquí es comprender por qué la economía local tiene alta inflación, con matices, desde hace al menos “70 años”. Entenderlo permitirá además rechazar las explicaciones falsas.
Lo primero que debe considerarse es cuál es el “mecanismo de transmisión” de los aumentos de precios. Por ejemplo, cuando se dice que la inflación es resultado del aumento de la cantidad de dinero debe preguntarse: ¿cómo llega a su bolsillo, lector, esa mayor cantidad de dinero “emitida”? Pero aun concediendo que la mayor emisión se transforma en mayor demanda, es decir que llega a su bolsillo, resta preguntarse: ¿por qué el aumento de la demanda aumentaría los precios? ¿No podría ocurrir, dada la existencia de competencia, que la mayor demanda también aumente las cantidades producidas? Sólo dos preguntas alcanzan para poner en jaque la teoría convencional.
Ahora vayamos a las respuestas correctas. En la economía real el mecanismo de transmisión de los aumentos de precios son los costos de producción. Cuando a un empresario le aumentan los costos debe trasladarlos al precio final del bien que produce. Luego, este traslado no es una decisión puramente individual. Si existen muchas empresas, es decir competencia, el empresario sólo puede aumentar precios sí todos aumentan. Sino dejaría de vender.
Si el mecanismo de transmisión son los costos ello significa que los precios cambian cuando cambian los “precios relativos”, que son los precios que componen los precios de todas las cosas. En la economía local estos precios son el dólar, es decir el tipo de cambio, las tarifas de servicios públicos y combustibles y los salarios. Podrían sumarse otros costos como la tasa de interés, pero optamos por mantener simple el modelo interpretativo. A su vez, dólar, tarifas y salarios son “variables distributivas”, lo que significa que de su nivel depende el “reparto del excedente generado en el momento de la producción”, es decir la distribución del ingreso.
Con estos pocos elementos interpretativos, los tres principales precios relativos de la economía y el mecanismo de transmisión vía costos, ya es posible responder la gran pregunta: ¿Por qué la economía argentina registró en 2018 uno de los procesos inflacionarios más altos del mundo? Y también la pregunta derivada ¿Por qué si se prevé déficit cero y una política monetaria súper restrictiva también se prevé para 2019, si no hay sobresaltos, un piso inflacionarios del 30 por ciento?
La primera respuesta es que la alta inflación de 2018 fue el producto principal de la duplicación del precio del dólar, a lo que se sumó la continuidad de los aumentos de tarifas y combustibles, una parte producto de la misma devaluación, ya que uno de los ejes de la política económica macrista fue la dolarización de los precios de las tarifas. Los salarios --el tercer precio relativo que, por ejemplo, explicaba el grueso de la inflación durante el kirchnerismo-- funcionaron en cambio como contratendencia, es decir bajaron su incidencia en los costos de producción. La segunda respuesta es que como ya se anunció para 2019 la continuidad de las subas tarifarias y de la devaluación, también se prevé una inflación elevada para este año, aun presuponiendo que logre mantenerse relativamente a raya el dólar. Y todo ello, por supuesto, a pesar de las políticas monetarias y fiscales restrictivas.
Finalmente, al ser los precios relativos variables distributivas son el resultado de relaciones de poder entre sectores y clases sociales. La primera conclusión es que en las últimas siete décadas la economía argentina fue inflacionaria porque no tiene resuelto su conflicto distributivo. Los períodos de más alta inflación, en tanto, reflejan momentos de grandes transferencias de ingresos. Entre 2015 y 2018 fue desde los salarios al capital. Como las leyes de la ciencia económica son universales, de esta conclusión se deriva una más general: los países con baja inflación son aquellos que tienen ordenado su conflicto distributivo, su lucha clases.
Los ganadores y perdedores en la lucha de clases bajo la administración macrista surgen también del resultado de la puja por los precios relativos: La duplicación del precio del dólar significó efecto riqueza para los exportadores, el shock tarifario súper ganancias para las energéticas y proveedoras de servicios públicos y los salarios creciendo por debajo de la inflación pérdida de ingresos para los trabajadores. ¿Y usted lector, de qué lado quedó? -