La directora Malena Miramontes Boim tiene a su cargo una delicada versión de La Madonnita, la pieza de Mauricio Kartun que fue estrenada hace casi dos décadas y que fuerza los resortes del grotesco criollo, con dos varones que se preguntan por la esencia de la mujer a través de un comercio pecaminoso.
La obra volvió al ruedo en la víspera y estará en escena los domingos en la sala Itaca, del barrio porteño de Almagro.
La trama es en apariencia simple aunque con oscuridades: un fotógrafo de galería (Rubén Parisi) tiene su destartalado negocio en un altillo de Parque Lezama y un buscavidas (Darío Serantes) vende la mercadería que produce el primero entre los solitarios de la zona portuaria, inmigrantes de camas calientes y otros desheredados de la vida, que no son otra cosa que postales pornográficas que el retratista hace de su propia mujer (Natalia Pascale).
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Todo se reduce a una cuestión de negocios, el fotógrafo defiende la artesanía de sus obras con el celo de un artista, define los términos de su profesión ante las simplificaciones del otro, y una abierta amoralidad lo cubre todo: la acción ocurre en la década de 1930 y hay vahos de esos mundos narrados por Raúl González Tuñón y Carlos de la Púa.
En esa claustrofobia del estudio, que también es hogar y comedor de la pareja, los hombres hablan del sexo con sobreentendidos y gestos alusivos -como era usanza en décadas atrás, cuando el lenguaje buscaba subterfugios a lo explícito- y Kartun aprovecha para desarrollar sus incomparables juegos coloquiales hechos de palabras en desuso y con una trabajada prosa rítmica.
La naturalidad con que se plantea el negocio, donde los celos del fotógrafo no se plasman en las desnudeces y procacidades de las fotos de su compañera sino en la infidelidad de un modelo vivo dado a la fuga, implica que busque en el revendedor un sustituto para seguir produciendo sus obras en serie.
Hecho el trato, hay alguna sesión de fotos -en la que la directora Miramontes Boim omite con buen criterio los desnudos de la versión de 2003- y el buscavidas es encomendado a ir en busca del modelo evadido y darle muerte, y la segunda parte se transforma en un carnaval triste y alcoholizado en el que el tercero en discordia seduce a la mujer y tiene una disparatada aventura.
Allí aparecen mencionada unas comparsas de negros tamborileros, quizás asesinos encubiertos, las dársenas del puerto, un carnaval triste con retablos de títeres y mucha melancolía González Tuñón pero también Nicolás Olivari- y la traición: el visitante y la mujer del fotógrafo huyen juntos, regresan desbaratados, y eso da lugar al relato fatal del fotógrafo, que cuenta cómo se casó con su mujer luego de rescatarla de un prostíbulo en Rosario. Los celos, siempre ausentes.
El universo planteado por el autor tiene algo de alquímico, como lo bautiza Kartun, incluso en los arcaicos procedimientos fotográficos que enumera, con la búsqueda de algo que no se conoce pero que igualmente dista mucho de la felicidad de una clase media contemporánea; la imaginación ante todo, incluso en los fantasmas masturbatorios que el vendedor atesora en su mano.
Hay una pregunta esencial que el fotógrafo le hace a su oponente, ambos embriagados: ¿Qué es la mujer?, un intríngulis que remite a universos misteriosos y ajenos. El hombre lo inquiere como si estuviese fuera del asunto, como un filósofo de mesa de café que observa a través de un vidrio. El lenguaje teatral de Kartun está en su apogeo.
La directora logra que Parisi y Serantes manejen sus personajes con astucia, casi inhumanos, casi muñecos de feria en sus movimientos, con una entonación porteña a la antigua que remite al radioteatro o a las viejas películas, y contrapone en ellos el rechazo del espectador con la pena, la ruindad con lo piadoso, el asco con lo irrisorio.
Natalia Pascale, centro del asunto, es quien menos está en escena, sin embargo; es La Madonnita, como es llamada por sus afiebrados admiradores, para más datos es muda: su trabajo corporal define a su criatura con cierta deformidad con enorme destreza y tiene en su mirada un arma poderosa; toda su tristeza y quizá su inminente rebelión reside en ella.
Hay una adecuada escenografía de Micaela Sleigh, que utiliza un telón de fondo y objetos de utilería facilitados por el Bar Palacio Museo Fotográfico Simik, del barrio de Chacarita, oportunamente bañada por las luces de Javier Vázquez, y el diseño sonoro de Matías De Stéfano Barbero es muy oportuno.
La Madonnita tiene, además, vestuario de Cecilia Gómez García, asistencia de escenografía de Guadalupe Borrajo, de fotografías de Florencia Laval y de dirección de Vanina Cavallito y se ofrece los domingos a las 19.30 en la sala ubicada en Humahuaca 4027.
Con información de Télam