"Paquito. La cabeza contra el suelo", entusiasta manifiesto "queer" en el barrio de Villa Urquiza

17 de noviembre, 2022 | 15.22

(por Héctor Puyo).- El musical "Paquito. La cabeza contra el suelo", sobre idea y con dirección de Juanse Rausch y dramaturgia de Natalia Casielles, hurga en las memorias del famoso modisto argentino Paco Jamandreu y se transforma en un entusiasta manifiesto "queer" sin imposturas que, con algunas actuaciones brillantes, se ofrece en la Sala Redonda del Centro Cultural 25 de Mayo, en Villa Urquiza.

Jamandreu -en ocasiones escrito Jaumandreu- fue en vida un personaje en sí mismo, al tiempo que un retazo de la memoria nacional, no solo por las vicisitudes que le tocó sufrir debidas a su orientación sexual en épocas férreamente censoras sino porque como vestidor de famosas mujeres del espectáculo fue testigo y confidente en sucesos de alcance social y político.

Con dos espléndidas actuaciones -la de Maiamar Abrodos, una actriz nacida varón y que se construyó minuciosamente como mujer, muy activa en TV, y Lucía Adúriz Bravo, clown por naturaleza, dueña de gracia, buen canto y simpatía- y un empeñoso elenco que deja la vida en el escenario, la pieza toma al azar distintos capítulos de la autobiografía "La cabeza contra el suelo", del propio modisto, y las utiliza como disparador para su proclama.

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Así van apareciendo recuerdos de infancia -en la entonces Estación Mamaguita, cercana a 25 de Mayo, provincia de Buenos Aires-, con gran apoyo de su madre, en tanto su relación con el entorno pueblerino fue menos violenta y traumática que la de Manuel Puig en el beligerante General Villegas.

Aparecen sus tres tías, interpretadas por Abrodos, Adúriz Bravo y Paola Medrano, de las que bebió la inicial esencia femenina, pero también un largo listado de clientas y amigas del mundo artístico con nombres notorios en la radio, la pantalla y el teatro, entre las que Fanny Navarro e Isabel Sarli son las más mentadas, aunque para Eva Perón la pieza se guarda un momento específico cerca del final.

El personaje interpretado por Nicolás Martin aduce que si se pusiera a hablar de Evita esa potente personalidad le quitaría protagonismo dentro del espectáculo, que insiste en referencias a su vida sexual, a su primera vez, a sus "yires" nocturnos, a sus fidelidades y traiciones y a la extensa y complicada relación que mantuvo con un amante fijo (Matías López Barrios), que terminó abandonándolo para encontrar la "normalidad" junto a esposa e hijos.

No hay que pedirle coherencia dramática al espectáculo ya que su fragmentación es parte de su esencia: Paquito es el protagonista pero a la vez todos y todas por momentos escapan de sus criaturas y hablan de sí mismos, de sus personas reales, en un distanciamiento saludable que sirve para enfatizar el propósito del show: defender y enarbolar las diversidades y su ejercicio en libertad.

Por eso da la sensación de que Jamandreu fue mimado por ser quien fue, por su creatividad y por su cercanía al "star system" vernáculo, sobre todo con su protectora Evita desde sus inicios artísticos y políticos hasta su temprana muerte, pero queda en la intriga qué hubiese pasado con él en aquellos tiempos de intolerancia si hubiese sido un gay anónimo y simulador.

No habían llegado futuros tiempos, futuras éticas y futuros gobiernos que facilitaron la entrada en sociedad de personas de sexualidad no hegemónica, con elección libre de las formas de identidad, placer y convivencia, y hasta el matrimonio igualitario consagrado en la Argentina en 2010 (Paco falleció cinco años antes).

Es así que los intérpretes varones levantan sus banderas, buscan la complicidad de un público que sabe lo que fue a buscar en un teatro y juegan permanentemente con la ambigüedad, incluido un pianista finamente travestido (Sebastián Sonenblum), mientras sus compañeras se pliegan a la movida, cantan y bailan con gracia y hasta deslizan anécdotas muy de época, como las expresiones homofóbicas de Zully Moreno, que parecía ignorar en qué universo se movía.

No es el único instante de humor que contiene la pieza, que además se explaya en guiños para la colectividad LGBTI+ y trata de implantar que son muchas más las personas que escapan a la norma aunque lo oculten, incluso en figuras como Azucena Maizani (Medrano), que actuaba vestida de varón, y la impactante Isabel Sarli que compone Abrodos, capaz de aunar el erotismo con esa ¿fingida? candidez que le permitió mimetizar su popularidad aun fuera del cine.

Pese a su duración un tanto excesiva, "Paquito..." no abruma, sobre todo por la potencia de su puesta, por sus pasajes de café-concert y los movimientos coreográficos ideados por Mijal Katzowicz, por el dispositivo escénico de Laura Copertino y Marcos Di Liscia y lo vistoso del vestuario de Lara Sol Gaudini, pero más que nada por el gran entusiasmo del elenco, que canta y baila con un placer que se nota. Nicolás Martin se luce como cantante en un gran solo cerca del final.

Sí, da la impresión de que, por razones etarias, quienes emprendieron la pieza no conocieron al Paquito real, que no era solo una persona acuciada por sus apetitos genitales sino un individuo de ojos asombrados, de hablar cauteloso y con una cierta melancolía que no escondía su origen provinciano, que reinó entre las décadas de 1940 y 1990 en su atelier de Barrio Norte, junto a sus colaboradoras costureras, sus diseños imaginativos y las exquisitas telas que lo rodeaban.

Solo el sonido ofrece reparos: si bien los intérpretes usan micrófonos sobre las mejillas, hay momentos en que se hace difícil entender lo que expresan, porque la Sala Redonda del 25 de Mayo no es redonda sino oval y carece de elementos acústicos que eviten los rebotes sonoros; en futuros espectáculos las autoridades que están a cargo del complejo podrían hallar soluciones.

"Paquito. La cabeza contra el suelo" se ofrece en la Sala Redonda del Centro Cultural 25 de Mayo, Triunvirato 4444, viernes y sábados a las 21, hasta el 26 de noviembre.

Con información de Télam