(Por Héctor Puyo, enviado especial.) La obra "Los garabatos del volver", escrita y dirigida por Alberto Moreno, concebida a partir del programa "TNC produce en el país", colmó el aforo de la sala el sábado y el domingo, en las primeras dos funciones que realizó en el Complejo Cultural Urbano Girardi, de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca.
El elenco está integrado por las figuras locales María Pessacq, Juan Alessandro, César Aybar, Alberto Moreno, Ingrid Obregón, Mariana Santillán, Sofía Sager Carreño y Celín Sierra Ibáñez, y como todas las producciones del Programa, contó con asesoramiento artístico y técnico del personal del TNC, que junto a Catamarca Capital, la Secretaría de Educación y Cultura y la Dirección General de Cultura, aportó fondos sin los cuales la costosa puesta no hubiera sido posible.
Con algo de realismo mágico y cruzando varios géneros teatrales, "Los garabatos " se centra en la figura de una matriarca catamarqueña (Pessacq) que evoca con sarcasmo, una buena cuota de resentimiento y picos de marcado humor una historia que puede ser la suya, pero quizá también la de una familiar cercana y ya muerta, víctima y victimaria en la compleja idiosincrasia provincial.
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Todo sucede en un tiempo espiralado y con aires de siesta, como si sus responsables quisieran retratar el no-tiempo de la vida en el mal llamado "interior" de la República Argentina, donde cada provincia y cada ciudad son pequeños países con realidades similares e imperturbables y donde el recuerdo y el presente se funden y sintetizan lo cotidiano.
La pieza, centrada en la Abuela Bertha, podría haber sido perfectamente un unipersonal sobre ese personaje, que está presente incluso en los momentos en que desaparece de escena, pero Moreno prefirió organizar un admirable cuadro coral donde se reúnen los descendientes de esa mujer e incluso transforma en personajes a la Santa Rita, que además de ser una criatura celestial es la planta y la flor identitarias del lugar, y al mismísimo Jesucristo, en una provincia profundamente penetrada por el catolicismo.
Pese a desarrollarse dentro de la clase pudiente, hay en la pieza un rencor soterrado ante el patriarcado y las costumbres locales, pues esa mujer quejosa, rebelde dentro de su círculo de impotencia y maravillosamente construida por Pessacq, fue casada sin amor en plena adolescencia con un sujeto ya fallecido y mucho mayor al que suele llamar con rencor "el Turco", padre de su descendencia. Esas situaciones no deben ser extrañas en el lugar, se infiere, aun hoy.
Hay otro plano más cercano al costumbrismo, en el que los jóvenes dialogan acerca de sus sueños y esperanzas, que en general radican en hallar la dicha y la prosperidad en países lejanos donde serán profesionales o artistas, como el nieto gay orgulloso de participar en películas pornográficas, con la excepción de la nieta más cercana a la Abuela Bertha, que quizá comparta su destino.
En la obra se mezclan la vida y la muerte sin que al autor le interese aclarar en qué categoría se está; prefiere un delirio donde todo se mezcla, se repite; se pasa de desplumar una gallina muerta para hacer empanadas, cortar papas en cubitos y comer una sandía verdadera, a pasos de baile individuales o colectivos, momentos musicales con definidas coreografías o a caprichos escénicos como imitar la voz de Mercedes Sosa con el intérprete de espaldas sobre el piso.
Hay también pasajes de música tropical en que el elenco participa en pleno y que recuerdan a cierto teatro culto y refinado al mismo tiempo practicado en la provincia de Córdoba, proyecciones que ilustran o complementan lo que sucede en vivo, y permanente alusión a lo político y social catamarqueño, con ciertos giros explícitos que buscan una complicidad con la platea que además no es necesaria: el público está conectado durante el largo transcurso del espectáculo y hasta participa con palmas en los pasajes musicales.
El humor, no siempre dulce y mucho menos inocente, está presente la precisa emisión vocal de la protagonista es inefable y ello permite que la obra sea por momentos desafiante e iconoclasta, incluso ante ciertos valores, al punto de presentar a Cristo cuestionándose su lugar en la Trinidad mientras degusta unas sabrosas empanadas y se manifiesta agotado por sus tareas celestiales.
La osadía incorpora un frenético y festejado momento en que la protagonista y el Cristo bailan sobre la música de la película "Dirty Dancing", protagonizada por Patrick Swayze y Jennifer Grey en 1981, cuando gran parte de la platea atravesaba la adolescencia. Al parecer, esa escena no molestó, puesto que la obra también incurre en momentos de potente poesía y no desdeña poner el foco en profundas raíces filosóficas que exceden lo pintoresco-lugareño para extenderse más allá.
"Los garabatos del volver" cumplirá funciones viernes y sábados a las 22 y domingos a las 21 y las entradas gratuitas se pueden retirar desde una hora antes en la boletería de la sala, en la avenida Enrique Ocampo 58, de la capital provincial.
Con información de Télam