El productor teatral y empresario Sebastián Blutrach, que este lunes celebrará los 10 años de El Picadero, la mítica sala porteña que sobrevivió a un atentado durante la dictadura militar y que hoy se reinventa entre propuestas innovadoras y ciclos musicales en la terraza, destaca que "tener un teatro es elegir una manera de vivir".
"Tener un teatro es tener el teléfono abierto 24x24, es un reloj que no para, por eso siempre cito una frase de Carlitos Rottemberg que dice que 'los empresarios de teatro somos teatristas, no empresarios de teatro porque no hay números fríos que cierren', dice Blutrach sentado frente al escritorio que tiene en el primer piso de su sala, ubicada en el Pasaje Santos Discépolo 1875.
En su historia personal, el Picadero fue el corolario de un largo camino que inició a fines de los 80 como productor de éxitos teatrales en España, que siguió como coordinador de salas en Buenos Aires y que en 2012 se materializó como el deseo de gestionar un espacio propio.
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"En ese momento trabajaba mucho con Daniel Veronese y estábamos buscando un galpón para un teatro independiente. Cuando vine a ver El Picadero, que estaba en venta, yo me enganché pero Daniel me dijo que era demasiado grande así que seguí solo", recuerda.
El lugar, que primero fue una fábrica de bujías, se convirtió a fines de los 70 en una sala impulsada por Guadalupe Noble junto a Antonio Mónaco que apuntaba a romper con el modelo clásico y que abrió sus puertas en julio de 1980. Un año después fue seleccionado para representar el ciclo Teatro Abierto, pero la respuesta del gobierno de facto fueron bombas de magnesio que lo destruyeron por completo.
Treinta años después, en los que funcionó como depósito, volvió a abrir como teatro en 2001 pero por la crisis volvió a cerrar un año después.
"Es un teatro mítico más que histórico porque resuena en el inconsciente de la comunidad teatral por ser la sede de Teatro Abierto, que fue el movimiento de resistencia cultural más fuerte que hubo contra la dictadura militar, pero no tenía historia como teatro en funcionamiento", explica.
"Lo lindo de esa historia -agrega- es que la plata que hizo que se reabriera El Picadero vino de éxitos teatrales y no de otros negocios: la plata del teatro vuelve al teatro. Mis sponsors no son bancos sino 'El método Grönholm', 'Gorda', 'Dos menos', 'Toc, toc' entre otros éxitos".
Télam: ¿Qué tenías en mente a nivel artístico para tu propia sala?
Sebastián Blutrach: En lo que fui medio pionero, y que ya lo había hecho en el Metropolitan, fue fusionar el teatro independiente con algo más comercial. Acá hice una programación de lunes a lunes porque hacia el fin de semana podía pedir económicamente rendimiento a las producciones y en la semana u horarios no centrales me servían para poder armar una línea editorial del espacio. Y al tener el restaurante abajo también generar una corriente de gente. Lo del restaurante viene de cuando con Veronese hacíamos giras por Francia y todos los teatros públicos tenían su propio restaurante. Así que me propuse que fuera un punto de encuentro entre los elencos.
T: ¿Con qué obra abriste la sala?
SB: "Forever Young", que es un musical que había visto en Madrid. Fue de esas obras angeladas que podrían haber sido un palo porque ningún actor era conocido pero salió tan bien que la primera semana vendíamos 400 entradas, la segunda 550, después 650 y después 1500. Estuvo más de un año y para los actores abrir El Picadero fue una cosa muy especial. Por eso para los 10 años dijimos "hagámosla y que sea una fiesta".
T: ¿Qué balance haces de estos 10 años?
SB: Los últimos dos fueron horribles pero, de todos modos, los balances nunca son 100% de felicidad. Tener un teatro es tener el teléfono abierto 24x24, es un reloj que no para. Yo abrí la terraza en la pandemia para poder usarla y me gasté más de un millón de pesos en impermeabilizarla. En eso hay una frase de Carlitos Rottemberg que dice que "los empresarios de teatro somos teatristas, no empresarios de teatro porque no hay números fríos que cierren". Tener un teatro es elegir una manera de vivir. Si yo quiero hacer esto es una buena decisión, si viene alguien que esto no forma parte de su vida, es un quilombo.
T: ¿Cuáles fueron los emblemas más representativos de estos diez años?
SB: Por El Picadero pasaron obras emblemáticas como "Forever Young", "Traición" con Paola Krum, Hendler y Diego Velázquez dirigida por Ciro Zorzoli; "Sonata de otoño" de Veronese con Cristina Vanegas. Me acuerdo de un año que tenia a Elena Roger haciendo "Ay Carmela", "Idiota" con Luis Machín, "El pequeño pony" con Nelson Valente. Y ahora estoy muy contento: llegamos a los 10 años con cuatro producciones propias todas muy distintas y atractivas. "Forever", "Jauría", "Los perros" y finalmente "Laponia". Siento que El Picadero siempre fue un teatro de vanguardia y lo que más orgullo me da tiene que ver con la identificación: hoy la gente cuando viene sabe lo que viene a ver, por temáticas o calidad artística.
Como no tengo la cantidad de butacas para un éxito, siempre lo pensé como un espacio boutique para los propios actores: que por el camarín, la técnica, la cercanía con el público, la acústica digan "yo quiero ir al Picadero". Hay lugares impersonales y El Picadero es un espacio querido y respetado para la comunidad artística.
T: ¿Qué balance hacés de los años de pandemia?
SB: Hice todo lo que se podía en cada etapa. Cuando se podía hacer streaming en casa lo hice desde la casa de Juan Quintero, cuando dijeron que se puede desde el teatro lo hicimos y cuando se puede hacer al aire libre dijimos "abramos la terraza" y estuvieron Susana Rinaldi, Ligia Piro, Lidia Borda, Rita Cortese; era un lujo. Estábamos encerrados y a las 12 teníamos que irnos porque se cortaba la circulación y era un momento muy angustioso. Económicamente no fue una solución pero fue sanador.
T: ¿Cuál es el mayor desafío de hacer teatro hoy?
SB: Mantenerse. Siempre. Cuando veas una carrera larga de un productor es que superó el desafío porque es muy fácil pegarse un palo en esta profesión, más en Argentina. Esta es una actividad de muchísimo riesgo en un país de muchísimo riesgo. Casi suicida. Cualquiera que fabrica pantalones, si salen mal, los venden por el 50% del valor pero si hacés una obra de teatro y sale mal te cuesta el 120% porque no viene nadie y tenés que mantener dos meses los contactos. Yo tengo 53 y ya empiezo a ver generaciones por debajo mío, protagonistas, y como toda persona reflexiva me empiezo a preguntar si estoy en sintonía, si me voy quedando afuera y vas evaluando cuánto estás dispuesto a cambiar y cuanto no y cuando llegues al limite das un paso al costado. Espero tener la lucidez cuando llegue el momento.
Con información de Télam