Por Héctor Shalom, presidente Fundación Ana Frank para América Latina
El show dado por Roger Waters en Berlín, donde se presentó luciendo un uniforme nazi y empuñando una ametralladora con la que realizó disparos -no sabemos si simulando una matanza- resultó una apología del nazismo en la que -además- incorporó la imagen de Ana Frank en forma provocadora en una escena que representó una clara incitación a promover actos de violencia.
En este acto, Waters instaló -a mi juicio- un falso debate relacionado con la libertad de expresión, un baluarte de todo pensamiento democrático, que en su concepción más estricta debe ser ilimitada.
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El acto, el gesto y el uso de las imágenes que expuso distan de resultar la expresión de ideas o pensamientos, sino que tratan de convocar a la violencia.
El uso paradigmático de la ametralladora, en este caso en un escenario, es apología del odio con sus consecuentes demonizaciones, estigmatizaciones y convocatorias a promover o alentar persecución y muerte. Y nada de esto tiene que ver con la libertad de expresión; sino que más bien resulta una invitación al odio.
Sin duda, reivindicar el nazismo es mucho más que un acto que refleja su odio a los judíos y una conducta antisemita. Es también la denigración y ataque a todas las minorías perseguidas y asesinadas por el nazismo, es manifestación de su aborrecimiento por los cientos de miles de personas discapacitadas, es homofobia en el desprecio por los homosexuales asesinados, es una postura antidemocrática al ponderar o resaltar un régimen que fusiló a todo opositor político, es también racista al convalidar el asesinato y esterilización de los afrodescendientes, entre otras expresiones.
Quizá Roger Waters no dimensiona cuánto lastima a los sobrevivientes del holocausto, a los familiares de las víctimas. Su juego especulativo y mercantil lastima -y mucho- a gran parte de la humanidad.
El Museo Ana Frank en la Ciudad de Buenos Aires es una institución educativa que despliega acciones para toda América Latina, lugar al que quisiera invitarlo -cuando llegue a Buenos Aires para dar su espectáculo en su gira de despedida- para conocer la historia del holocausto, el legado de Ana Frank y la visión pacifista y de construcción de convivencia en la diversidad que realizamos en temas como la prevención de todo genocidio, educación sobre la memoria del terrorismo de Estado y la plena vigencia de los derechos humanos.
Reivindicar al nazismo es el desprecio absoluto por lo humano. Y eso debe ser de una enorme preocupación para el mundo democrático, y no solo para las personas judías.
Hoy las normativas de Naciones Unidas, así como diversos organismos internacionales, señalan la tipificación del discurso de odio como la incitación al acto de violencia, y la sanción penal a la apología del odio y la violencia, como ataques al sistema democrático.
Ana Frank, una adolescente perseguida por el nazismo por su condición judía, legó a la humanidad con su Diario uno de los textos más emblemáticos de una visión esperanzadora, crítica de la guerra, y reivindicativa de la dignidad humana.
Fue perseguida por ser judía, pero su historia se convirtió en un emblema de las millones de personas asesinadas por el nazismo. En especial los niños y adolescentes.
Es también una fuente de inspiración para millones de jóvenes en el mundo sobre situaciones de exclusión y marginalidad, inequidades y el desprecio por la dignidad humana de todas las personas sin importar raza, credo, religión, identidad sexual u origen.
Atacar la figura de Ana Frank, hacer uso de su legado de modo controversial es subvertir una fuente de identificación positiva para quienes la lectura de su Diario no sólo les permite aprender sobre el holocausto, una de las peores tragedias de la humanidad, sino que difama la posibilidad de vincularse con la lectura y la escritura como un modo de no aceptar pasivamente la condición de víctima. Porque el mensaje de Ana Frank es de esperanza.
El holocausto, así como otros genocidios y crímenes de lesa humanidad, fueron construidos desde un discurso de odio, la manipulación de imágenes denigratorias, una propaganda humillante y el uso de slogans cargados de violencia.
Y fue así que la representación demonizada de los judíos, los antisociales, los arios impuros, los romaníes o los homosexuales, entre otros grupos, logró la trágica adhesión de gran parte de la sociedad alemana de la época e incitó a la violencia que devino en apoyo a los actos criminales y a la construcción de una maquinaria asesina.
Un artista popular como Roger Waters sabe de su poder de influencia en la opinión de sus fans y debe ser responsable de sus actos, incluso los que pueden resultar provocadores, y los Estados y gobiernos deben defender a las poblaciones de la apología del odio y la violencia.
Por todo esto, creo que ejercer la apología del nazismo es mucho más que antisemitismo, y debe preocupar a todo sujeto pacifista, con convicciones democráticas, que repudia las guerras y cree en los derechos de los pueblos a vivir en paz en territorios seguros para el desarrollo económico y social.
En el Centro Ana Frank Argentina para América Latina creemos y trabajamos por una convivencia pacífica y repudiamos a todos los movimientos terroristas y mesiánicos que promuevan violencia y asesinatos, y adherimos a la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El malestar social fue germen del nazismo. Corremos el riesgo de que el malestar que vivimos en este mundo pospandémico, atravesado por el empeoramiento de las condiciones de vida de grandes masas de la sociedad, vuelva a arraigarse como un nuevo espacio de habilitación de la violencia, la fractura social y los nacionalismos extremos.
Por último, me pregunto sobre del uso mercantil de la violencia y el odio por parte de un músico popular: es imprescindible indagar de qué modo sintoniza con crecientes movimientos de ultraderecha nacionalistas en Europa y en el mundo, negacionistas del holocausto, apologistas del nazismo, cultores del odio a las personas migrantes, a las personas islámicos, a toda población vulnerabilizada, promoviendo la incitación al odio a sus seguidores como una estrategia de mercado.
Desde la Fundación y el Centro Ana Frank Argentina para América Latina trabajamos a partir del legado de Ana para promover la inclusión social y la convivencia en la diversidad contra toda forma de violencia y discriminación.
Si Roger Waters y su equipo acepta visitar nuestra casa en el barrio porteño de Coghlan será un placer recibirlos en nuestro Museo Ana Frank, recorrer las salas e invitarlos a dialogar con nuestros jóvenes guías, todos de diversas creencias y religiones para reflexionar en conjunto.
Con información de Télam