Roberto Pelloni interpreta a Quinquela Martín en el musical "Benito de La Boca", producción del Complejo Teatral Buenos Aires con dramaturgia y dirección actoral de Juan Francisco Dasso, música original de Gustavo Mozzi, y dirección general de Lizzie Waisse, que este domingo se estrena en el Teatro de la Ribera.
La obra ofrecerá funciones de miércoles a domingos en el teatro que Quinquela donó al Consejo Nacional de Educación y en la sala teatral que atesora ocho inmensos murales de su autoría, que en esta puesta adquieren iluminación especial de Eli Sirlin, que resaltan su belleza y quedan integrados a la puesta escenográfica, dándole significativa singularidad al marco arquitectónico, que incluye también mappings y proyecciones.
Al frente del escenario hay una reproducción a escala del Puente Nicolás Avellaneda que une La Boca e Isla Maciel, y otras estructuras en madera y metálicas que imitan el barrio donde Quinquela vivió, que pintó e inmortalizó, en una puesta que se acerca a cierto costumbrismo, donde adquieren predominancia el baile, el color y las canciones y se impone cierto humor fresco e inocente para relatar la vida de una figura singular del arte y la cultura argentinas, que tiene la capacidad de sintetizar los mejores rasgos de la vitalidad de una cultura que hoy parece arrasada.
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Abandonado a poco de nacer en un orfanato y adoptado a los seis años por una pareja conformada por un migrante italiano y una entrerriana que trabajaba en labores domésticas en casas de familias pudientes, Quinquela conoció el puerto desde chico, trabajó en la carbonería de su padre sin esquivar las tareas más pesadas, se formó en la educación pública, artísticamente fue autodidacta y contó con la ayuda de las sociedades de fomento e instituciones barriales que aportaban a la formación de los hijos de la clase trabajadora, en ámbitos que compartió con otros artistas de los que fue amigo, entre ellos el también mítico Juan de Dios Filiberto.
Respecto del trabajo actoral para encarnar al pintor de los puertos y el barrio de La Boca, Peloni cuenta en charla con Télam que "el que presenta la obra no es un Benito biográfico ni yo tuve que apelar a una caracterización naturalista, sino que tratamos de construir un Benito narrado por la gente, establecido a través de distintas voces y donde pueden entrar también pequeñas minileyendas en torno de su persona, como esa que dice que en su afán por rescatar los mascarones de proa de barcos hundidos un día se tiró al Riachuelo sin saber nadar y Filiberto tuvo que socorrerlo".
Télam: ¿Fue fácil la visualización del personaje?
Roberto Peloni: Recién cuando descubrí unas claves determinadas. Al principio me costó mucho tratar de bajar al cuerpo esa energía de Benito, me costaba ver su figura, cuando veía sus fotos o algunos reportajes me resultaba difícil ver en ese hombre tan sencillo, tan humilde, tan tranquilo, esa fuerza enorme que tuvo en su vida y que lo llevó a transformarse en un artista excepcional y con ideas tan claras. Me costaba de alguna manera ver cuál era la energía que lo animaba hasta que comprendí que no debía intentar una construcción a través del acercamiento de la caracterización sino a través del amor que generaba y sigue generando, había que trabajar sobre el Benito que quedó en la memoria del barrio.
T: Dejó una marca imborrable, fundamentalmente en su barrio.
RP: Sí, de hecho esta sala, el museo, la escuela, todo este complejo quinqueliano que dejó al barrio revela su constado más filantrópico, donde cada peso que ganó lo puso acá en La Boca; yo digo que fue como un Walt Disney nuestro que quizás no supimos proyectar como se debía y que no dejó un parque de diversiones sino que armó esta suerte de parque cultural.
T: Hay algo en Quinquela Martín, en Juan de Dios Filiberto también, que habla de otra Argentina, de un momento en que las clases populares tienen un acceso y se apropian de las herramientas artísticas y culturales para conformar parte de la identidad nacional.
RP: Hay algo que está en la obra y es la cantidad de asociaciones barriales y culturales que había en La Boca 100 atrás y que de algún modo crearon un espíritu y en lo concreto hicieron posible que el hijo de un carbonero, que es como decir hoy el hijo de un cartonero, pudiera acceder a un taller de pintura o a una de las bibliotecas más importantes de la época.
Que la clase trabajadora y los más humildes tengan acceso a la cultura, ya sea en las bibliotecas o un taller de pintura, eso me toca en carne propia, porque yo empecé a estudiar arte en la escuela municipal de Lanús a los 15 años, y pude empezar ahí porque era una escuela gratuita, si solo hubiera habido alternativas privadas no estaría sentado acá ni haciendo esta obra, porque en mi casa no había dinero para pagar una cuota, eso siempre lo tuve muy presente, sobre todo hoy y viéndolo con perspectiva. Toda esa situación de los barrios en esa época generó un ámbito muy particular y muy especial que está presente en la obra.
T: ¿Qué fue lo que más te impactó de Quinquela?
RP: En un punto parece perfecto, como un tipo sin conflictos, aunque tuvo miles de problemas cuando quiso donar estos terrenos al Estado, ahí es quizás el único momento dentro de su historia en que él te cuenta que lo padeció. Pensá que fue un chico abandonado al que adoptan a los seis años pero después construyó este universo que llevó a inmortalizar un barrio. Me fascina de él su espíritu tan desprendido y estar pensando en los que están alrededor, en su barrio, y que al mismo tiempo logró generar una ficcionalidad desde su obra plástica que lo terminó convirtiendo en el primer artista urbanístico que logra modificar el ambiente en el que vive. Hoy es imposible pensar en La Boca y no asociarla a Quinquela, el diseño de colores de Caminito es de él. Es un tipo con mucha acción y mucho vuelo pero muy adelantado también, el primer artista pop, se construyó unas lentes todas pintadas muy extrañas, una especie de Andy Warhol, cuando empezás a conocerlo lo amás, es imposible no amarlo.
Con información de Télam