Por Marianella Morena, dramaturga y directora teatral uruguaya. (*)
Teníamos todas las condiciones del NO, pero, elegimos el SÍ. Por terquedad. Por resiliencia. Capacidad de supervivencia. Y sobrevivientes. Podríamos habernos quedado con el NO. El NO amurallado. Con el mandato. La mirada colonial. Las voces sin voz. Las voces neoliberales.
A pesar de eso, fuimos por el sí propio. Elegimos el sí, otra vez, para demostrar que: Se puede. Elegimos. Ni casualidad, ni accidental. El sí nace en el yo, y se amplifica plural: colectivo. El sí empieza biológico para ser un sí político/poético , y fortalecerse.
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Venimos de los sí generados, y vueltos a generar. Porque quisieron que fuéramos desmemoria.
En teatro practicamos el SÍ. Repetí conmigo: en teatro reinventamos el SÍ.
Somos palabra, dispuesta a defendernos. Palabra que ordena lo callado, lo oculto, lo siniestro.
Somos diálogo. Somos cuerpo que ejercita el encuentro físico. Somos cuerpo que elabora presente.
SOMOS ENERGÍA NO NEGOCIABLE. Somos gente que se expresa con herramientas teatrales y decidimos compartirla con gente desconocida.
En la oscuridad de la sala, cada quien se manifiesta sensiblemente, sin importarle quién está al lado, si vota igual que yo, si piensa igual que yo, si cree en lo mismo que yo. Nos exponemos emocionalmente, reímos y lloramos en la intimidad del acontecimiento. Para luego aplaudir como gesto de unidad, como actitud civilizatoria en un tiempo sin tiempo.
Nos entregamos a una comunidad sin pacto previo, y no tememos, no nos asustamos. No hay violencia. No hay desesperación, ni ansiedad. Nos quedamos en silencio, apagamos nuestros celulares. Desconectamos de la vorágine impuesta, y dejamos que nuestros pensamientos se fusionen con ese grupo con el cual nunca compartiremos la misma experiencia. Ni nos volveremos a ver.
Y luego nos vamos al bar, o simplemente nos queda el corazón calentito, porque: no hay butaca solitaria. Vamos por el sí expandido, ensanchado, materializado.
Sin miedo, ni rentabilidad. Hemos producido campo simbólico sin cuenta bancaria.
Las leyes del mercado imponen: éxito, aprobación, aceptación.
Las leyes del mercado no vienen a conversar.
Las leyes del mercado no tienen nada que ver con nuestro universo.
Las leyes del mercado planean emboscadas sobre la felicidad, sobre la creatividad, sobre las renuncias, sobre el engaño, sobre qué decir para ganar más dinero.
Las leyes del mercado son el disfraz.
Y les respondo: soy la que se equivoca todos los días. Y hacerlo no es una catástrofe. Es un ensayo. Las teatralidades están ofrecidas para ser usadas, habitadas, representadas. No hay por qué saquearlas a escondidas, fingiendo autorías.
Las teatralidades están al servicio de las personas. Estamos en perpetua construcción. En perpetua contradicción. Como Latinoamérica. Sin estruendo, sin alfombra roja, sin cotización, ni dolarización, un sí con la misma S de pesos.
Somos sociedad en fronteras liminales. Somos sí para recuperar las políticas públicas, en una humanidad que nos ve, sin vernos.
Somos sí para desaterrar la precariedad laboral. La desidia, la doble moral.
Hay una realidad que esgrime normalidad y nos ubica en lo fantástico, para gozarnos, y olvidarnos.
Pero, un texto resuena, un elenco resuena, un montaje resuena.
Somos escenario que manipula lo histórico, en la columna vertebral de este continente, sin abandonar la esperanza. Eso es el teatro...
(*) El texto fue difundido por el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (CELCIT) por el Día del Teatro Latinoamericano el 8 de octubre.
Con información de Télam