La historia reciente chilena y la dura realidad nicaragüense en la competencia de Biarritz

28 de septiembre, 2022 | 15.17

(Por Hugo F. Sánchez, enviado especial) La 31ra. edición del Festival de Biarritz, que tuvo como arranque a la argentina “El suplente” de Diego Lerman, muy aplaudida por el público que llenó la Gare du Midi, que es la sala principal del certamen, presentó en la competencia de Ficción la chilena “1976”, de Manuela Martelli, y la nicaragüense “La hija de todas las rabias”, de Laura Baumeister.

“1976” es la opera prima de Martelli -este año participó en la Quincena de Realizadores de Cannes- y cuenta cómo una mujer de la alta burguesía chilena, en plena dictadura pinochetista y a tres años del derrocamiento y muerte de Salvador Allende, ayuda a un militante herido en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad.

Con la escena de inicio, en donde Carmen (Aline Kuppenheim) es testigo de un tiroteo en la calle mientras adentro, en un pinturería ella elige el color para la renovación de su casa en la playa, la directora traza un perfil rápido de la protagonista, una mujer con una vida económica holgada a la que el violento exterior parece sorprenderla, como si fuera su primer contacto con la situación política de su país por esos años.

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Sin embargo, con el pedido del Padre Sánchez (Hugo Medina), un sacerdote amigo con el que colabora en labores de caridad, la certeza sobre el personaje en cuanto a su actitud ante la dictadura rápidamente comienza a cambiar.

Antiguamente Carmen trabajó en la Cruz Roja y a pedido del cura del pueblo atiende a “Elías” (Nicolás Sepúlveda), un delincuente herido que él cuida en su parroquia sin saber que no se trata de un ladrón sino de un militante, que seguramente no se llama Elías, y tiene un tiro en la pierna disparado por alguna fuerza de seguridad.

Al igual que otra película chilena, “Los perros” de Marcela Said, en cuanto a mostrar el “monstruo” desde adentro, es decir, el núcleo duro que apoyó a la dictadura, la puesta de “1976” hace sentir el clima opresivo de la época, la paranoia, las miradas torvas y el tratamiento que recibe Carmen como una señora bien, un esposo médico, hijos, y nietos que cuida con dedicación.

Pero sobre todo pone en relieve la decisión de involucrarse, de asomarse a la resistencia y la tarea militante y clandestina, en definitiva, de poner en juego su propia vida desmintiendo su clase, que apoya sin vacilar al gobierno de facto.

“La hija de todas las rabias”, que formó parte de la sección New Directors en el reciente Festival de San Sebastián, también es una ópera prima, también está dirigida por una mujer y según aclara el catálogo del festival, se trata de la “quinta película de ficción en la historia de Nicaragua”.

María (Ara Alejandra Medal) tiene 11 años, vive con su madre Lilibeth (Virginia Sevilla García) al borde de un basurero a cielo abierto en algún lugar de la costa en Nicaragua, en donde la pobreza extrema alcanza a casi todos por igual, con pequeñas variaciones sobre los niveles de pobreza.

La violencia que debe soportar Lilibeth para llevar el sustento para ella y su hija -intentos de violación, dependencia de un rufián local- se traslada en parte a la relación que tiene con María, en donde se combina el amor y cierta fricción física producto de un entorno tenso y miserable.

Aun así, María sigue siendo una niña y a pesar de su dureza, tiene los errores y a la vez la inocencia propia de su edad, por lo que un accidente con unos cachorros que su madre ya vendió, determinará su futuro.

El paso siguiente se trata del trabajo infantil en un centro de reciclaje regenteado por una pareja de mexicanos.

El relato tiene algo de realismo mágico en el paralelo entre la necesidad de ser fuerte como una pantera para sobrevivir en el universo hostil (la pantera-madre se hace presente en los peores momentos de María), y si bien “La hija de todas las rabias” tiene momentos de extraña belleza y fascinación de los lugares que a priori no lo tienen, además de un buen manejo de actores que se traduce en la verdad que transmite la relación entre madre e hija.

“La hija de todas las rabias” también transita el camino del cine latinoamericano de la miseria, que sin duda existe, pero que a fuerza de repetirse parece ser el único valido de la región.

En ese sentido, las argentinas que ya tuvieron una primera pasada en Biarritz como “Punto rojo”, de Nicanor Loreti que formó parte de la Competencia Nacional del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata 2021 y ahora compite con su humor negro en Biarritz el apartado de Ficción y el respeto sobre los personajes de “Luminum” de Maximiliano Schonfled en Documental, son por caso, dos ejemplos claros de la diversidad del cine argentino que sin duda, se replican en su multiplicidad de miradas en toda Latinoamérica.

Con información de Télam