(Por Sergio Arboleya) El bandoneonista y compositor Dino Saluzzi lideró anoche el segundo de tres conciertos de impactante intimidad en la nueva sede del local porteño Café Vinilo, donde asumió la honda expresividad de un instrumento puesto al servicio de una identidad en la que la música argentina y su propia sensibilidad construyen un mundo estremecedor.
Acompañado por la inspirada guitarra de su hijo José María y por los poemas del salteño Marcelo Pajarito Sutti, el artista de 87 años propuso la fantástica aventura de la escucha de una obra que abreva en el folclore y el tango pero que viaja con ellos sin pedir permiso ni pasaporte.
Muchas gracias por venir, saludó Saluzzi mientras se quitaba el saco y, tras calentar los dedos, compartió con José una extensa y conmovedora pieza, Pedal, donde la dimensión del sonido del bandoneón y su cadencia regalaron una experiencia de sensibilidad extrema.
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En el pequeño espacio del local del barrio de San Cristóbal y ante poco más de 30 personas que lo atestaron, Dino transmitió esa atmósfera capaz de reunir una dimensión divina con el pulso terrenal de las músicas de esta parte del mundo.
Con la boca levemente entreabierta, balanceándose suavemente por la cadencia de los sonidos y lanzando quejidos audibles en esa escucha recóndita, el creador regaló el primero de varios momentos de intensidad y belleza.
Para coronar ese pasaje imponente en su profundidad, Sutti leyó su poema Bandoneón, en el querefiriendo a la inspiración dio cuenta de un coche sin asiento porque viaja de pie la melodía.
Variaciones en torno a Loca bohemia, tango de Francisco De Caro, o a la zamba La tristecita, de Ariel Ramírez; se encadenaron con pasajes propios y hallazgos surgidos de la comunión estética con la guitarra de José María Saluzzi.
Casi al filo de una hora de concierto, Dino comentó: Antes de continuar quiero decir que están escuchando cosas que no están grabadas ni van a volver a escuchar porque se trata de improvisaciones que nacen acá.
Los aplausos, las respiraciones contenidas, las palabras de Sutti y la sensación de inmensidad y cobijo de un sonido tan propio como inasible atravesaron la velada, que incluyó otros apuntes con nombres propios como Recuerdos de aquellos tiempos, Gorrión, Dele don y La camposanteña.
Pudo sentirse que en esa hora y media de encuentro Saluzzi volcó en escena ese inmenso arsenal de sonidos que amasó entre las músicas de raíz, el carácter académico y la síntesis posible entre la herencia cultural local y los escenarios del mundo que trajina vinculando sabiamente lo popular y lo erudito.
Y aquí y sin desmerecer la notable compañía de su hijo sumando la guitarra a ese universo de vastos horizontes, el creador nacido en Campo Santo, Salta, el 20 de mayo de 1935, pareció recostarse en el clima propuesto en su último disco, Albores (2020), que registró a bandoneón solo.
Compongo una música liberada de estructuras previas a la forma que denota un modo diferente de concebirla exclusivamente para el instrumento que me acompaña desde hace tantos años, con una actitud de economía de medios en donde hay sabores de música andina, tango y folclore, dijo a Télam dos años atrás.
En la sala de Vinilo y como fruto de la reunión propuesta, Saluzzi arrojó la confesión y la inquietud: Yo grabé 18 discos en Europa pero la música mía está acá, es mi lugar, es donde más compromiso siento con mi trabajo y por eso no dejo de preguntarme: ¿por qué tenemos vergüenza de ser nosotros mismos?.
El alegato artístico propuesto sumó más textos poéticos de Sutti (Horno de barro, Mojotoro, Vibraciones, entre más), notables pasajes solistas de la guitarra de José María y otros apuntes sobre El río y el abuelo y La princesa.
Este país tiene un halo encantador y debemos recuperar lo que hemos perdido por medio de la resurrección, propuso el bandoneonista para despedirse.
La tercera y última función de este encuentro que puede vivenciarse como una celebración de la escucha, será mañana a las 18 en Estados Unidos 2.483.
Con información de Télam