(Por Pedro Fernández Mouján, enviado especial).- Este sábado fue el desembarco en Cannes del realizador sueco Ruben Ostlund, que ganó la Palma de Oro en 2017 con su ácida cita sobre el mundo del arte contemporáneo "The Square" y que este año presenta "Triangle of Sadness", quizás uno de los filmes más esperados en la Croisette, que despertó fuertes risas entre los 1.300 periodistas de todo el mundo que colmaron la sala Debussy y que tuvo un buen acompañamiento de la crítica pero que, sin embargo, dejó gusto a poco o, acaso, resultó previsible y con momentos definitivamente fallidos.
Continuando la línea abierta con la muy interesante "Force Majeur" (2014), que se llevó el Premio del Jurado de la sección Un Certain Regard, Ostlund cierra con "El triángulo de la tristeza" (una marca que se forma en la cara entre las dos cejas) una trilogía sobre "la obligación de lidiar con las expectativas sobre lo que debe ser un hombre y lo que espera la cultura actual de él", según definió en un reportaje publicado hoy en la edición Cannes de The Hollywood Reporter.
"Triangle of Sadness" es una película sobre la apariencia, los beneficios de la belleza, sobre las y los modelos publicitarios y de desfiles y sobre ricos y pobres, una parodia hilarante, una sátira, en argentino, quizás, un compendio de grotescos a partir de determinado momento de su desarrollo.
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La película se divide en tres partes y va decayendo a medida que avanza: la primera es un casting de modelos varones, una cena, una noche en un hotel y las cuestiones que se juegan entre uno de los modelos del casting y una modelo que son pareja por la conveniencia que les acarrea y la atracción que ejercen uno sobre otro; la segunda es un viaje en un crucero de alta gama para millonarios en el que también viajan como invitados y con fines promocionales la y el modelo, que a su vez son influencers, y el tercero el desembarco de un grupo de los viajeros (tripulación y pasajeros) en una isla desierta luego del naufragio.
La importancia cada vez mayor de la apariencia en el éxito personal y económico, el poder que otorga el dinero a los multimillonarios que se enriquecieron de diversas formas, la contraparte con la tripulación trabajadora del crucero y, finalmente, el cambio de roles y el manejo del poder cuando el dinero no cuenta y solo sobresalen las habilidades para la supervivencia son las que, de manera algo obvia, Ostlund pone en juego en su nueva película.
También ingresó hoy en la competencia por la Palma de Oro "M.N.R.", del rumano Cristian Mungiu, y cuyas iniciales hacen mención a la Resonancia Magnética Nuclear, de lo más interesante que se viene viendo en la competencia internacional que aun sigue adeudando alguna obra maestra o filme que parta paradigmas.
Mungiu también es conocido en la Croisette y además de ser uno de los directores que renovó el cine rumano a partir de 2000 junto a Cristian Puiu y Cornelio Porumboiu, entre otros, también se llevó la Palma de Oro, aunque en 2007 con "4 meses, 3 semanas, 2 días", un valioso filme sobre el aborto y la telaraña burocrática de su país.
Este año trajo a Cannes una película que sitúa en una pequeña aldea rumana donde conviven sin problemas: locales, húngaros y alemanes, pero cuyas alarmas se alborotan cuando llegan migrantes de Sri Lanka a trabajar a una pequeña panificadora, alentados por incentivos fiscales que entrega la Unión Europea a la pequeña empresa en la que son contratados.
Hay otras tramas subyacentes en el filme, de exquisita factura, localizado en un invierno nevoso en una zona rural boscosa, donde muchas cosas suceden en la iglesia, pero el tema que se dirime es el del odio auspiciado por el prejuicio, las formas que toma el racismo y la culpabilidad de origen de los refugiados por su condición estigmatizante.
El tratamiento de Mungiu nunca es altisonante ni procaz -en eso Rumania y Suecia parecen polos opuestos-, sino leve, familiar, hecho de que pequeños actos, con una trama que se va tejiendo lentamente y, al principio, con buenos modales, mientras acumula presión y luego explota.
Visiones distintas y críticas, ambas (la de Ostlund y la de Mungiu) de una Europa que podría estar cayéndose a pedazos, como el mundo entero, y donde son notorias cada vez más las diferencias entre los desplazados y los trabajadores y los usufructurarios de los inmensos cruceros, yates de millones de dólares, como hay tantos en el pequeño puerto de Cannes.
Con información de Télam