(por Sergio Arboleya).- El artista transerrano José Luis Aguirre consigue con Suelto, material multimedia que terminó de lanzar el viernes pasado y que configura su séptimo álbum solista, no solamente cumplir con la expectativa de seguir siendo una voz valiosa del folclore sino regalar un nuevo cancionero verdadero, original y tan bello como testimonial.
Lejos de las marquesinas y del sistema mediático y a distancia también de las grandes ciudades, el músico y compositor cordobés afincado en uno de los valles de su provincia reafirma su carácter de exponente cabal de un folclore auténtico que mete los pies en el barro pero a la vez proyecta su luminoso lirismo actualizando a su modo un ideario de resonancias yupanquianas.
En el que tal vez sea su más acabado documento audiovisual, Aguirre construye un universo nativo que aporta otro jalón a una obra estupenda gracias a un cancionero que abraza tanto las especies musicales como al territorio, al entorno y la diversidad de seres que habitan ese espacio sensible, artístico y conmovedoramente vital.
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A tono con la búsqueda de plasmar un todo estético conceptual, Suelto fue develándose en siete meses con entregas parciales que, sin embargo, dan cuerpo a una poderosa e integral mirada sobre la música, la creación y este paso -hondo y fugaz- por la vida.
Desde los magníficos textos de cada pieza (sean estos cantados o recitados) hasta los climas musicales (íntimos y despojados, con variados aportes instrumentales y con la incorporación de audaces de sonoridades para el folclore) y la puesta visual de contundente sencillez, cada pasaje de Suelto funciona como parte importante de un discurso esencial.
Grabado en Liverpool estudio de Anisacate, Córdoba, durante el año pasado, el material cuenta con producción musical compartida entre Aguirre y Juan Murùa; grabación, edición y mezcla de Alfredo Chinchu Guerra y mastering de Rubens Ordoñez bajo producción general de Luis Arroyo.
En tanto, la realización audiovisual fue de Koky Schroeder, las fotos de Pablo Martínez Olivares y la puesta en escena de Laura Cornejo.
Queda por develar si el título de este disco con imágenes editado por Los Años Luz remite a aquello que el Jose suelta como sentencia poética y también filosófica o su concreción da cuenta de la libertad creativa y expresiva de un artista necesario que se asume en plenitud.
Por orden de aparición, las primeras señales del trabajo constaron de tres canciones: Canta Canta que lo reunió con el contrabajo y programaciones de Juan Murúa, los coros de Martina Zalazar y la percusión y guitarra eléctrica de Chinchu Guerra y donde la toma de posición lo tiene del canto al recitado para decir cuestiones como Canta, canta corazón/a las estrellas/brillan todas ellas en el pecho, corazón/Siento existo y luego pienso/.
En Volvé a la chapas, tema que compuso con Elvio Fabián Palomeque, expresa a voz y guitarra: Juntada minga/manos que amasan/volvé vencido/ciudades largas volvé no importa/matienzo y charla/volvé a tierrita/ el valle aguarda/.
Mientras que De la raíz a la piel es otra obra cumbre en la que junto al piano de Luciano de la Rosa asume Tocamos con la cuarta atada/ creemos que pero no elegimos/Hay que cruzar la noche larga/para entender a qué venimos/hay que cruzar la noche larga, mi amor, para entender a qué vinimos/.
La segunda tanda, también con tres estaciones, incluyó Alicuco, tributo a la lechuza montecina (Donde irás lechucita/sin árbol al que volver/dicen que el tuyo es un canto triste/yo digo que es tu modo de agradecer/) que registró a ronroco y voz en compañía de Murua en guitarra, De La Rosa en piano, Federico Seimandi en bajo y Jota Figueroa en percusión.
Capaz de coplear con la caja, ese instrumento andino de percusión da título a la notable pieza en la que canta Tengo esta caja de luna/cuando me pongo a tocar/del vientre le van naciendo colores del carnaval/he de gritar por mi boca/lo que ella quiera nombrar/para ya no desvelar/.
Y en La simple piedra otra vez toma el ronroco y en conjunto (sumando la flauta de Diego Cortés) entona: Tengo un amuleto de amor/es una simple piedra que me regalaste vos/vuelve a tu mirada/ por eso tiene magia/.
La más reciente saga que completó este documento fundamental de la cultura nativa reúne a Partecitas donde al elenco musical se añade el bandoneón de Martín Elena para el energizante alegato una partecita de vos voy a llevar donde vaya/el recuerdo luminoso/que dejaste en la ventana/si cuando abriste los brazos volaste por la montaña/.
Para Mi luz compañera, donde la percusión es de Francisco Miranda, hay trombón y voz de Marta Rodríguez en una singular canción desde donde se señala Me disfruto, me respeto/me perdono, me confío/y descanso en mis hermanes y en todos los seres vivos/porque escucho este corazón que me dice latiendo/que no estamos separados nuestro hogar es este universo/.
Para seguir ampliando el mapa sonoro irrumpe Candombe de los parientes donde el quinteto en el que se pasa a la guitarra eléctrica, también advierte cantando: capaz, que es algo sereno/la plena felicidad/que ganarle al egoísmo/sea quererse unito mismo/pa recién buscar volar/.
El cierre, intimista pero universal a la vez, lo tiene en canto y guitarra en pos de una descomunal Infinita danza desde la que propone una canción que me cobije hasta el fin/hay palabras que dije y que no soy/voy a empezar todo de nuevo otra vez/hoja en blanco pa' escribirle a un amor/Y así tranquilo habitar cada rincón/agradecer lo que el río traiga/para poder abrazar lo que es cada sol/reconocer la infinita danza/.
Con información de Télam