(Por Hugo F. Sánchez) El relato sobre un joven errático con una sensibilidad a flor de piel en un mundo que se enfrenta al apocalipsis es el centro de El perro que no calla, la sexta película de Ana Katz que hoy entró a la Competencia Latinoamericana del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y que el próximo jueves se estrena comercialmente en el país.
Sebastián (Daniel Katz, hermano de la directora) se mueve incómodo con su entorno, su única certeza parece ser su amor por su perra Rita, que molesta a sus vecinos por sus constantes ladridos mientras la deja sola para ir a trabajar.
Es justamente ese primer conflicto el que origina, más adelante, que el protagonista sea despedido de su trabajo como diseñador gráfico por su jefa (Valeria Lois), una escena tensa y a la vez desopilante, que lanza a Sebastián a la incertidumbre absoluta, tanto laboral como existencial.
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El filme de Katz tiene como eje la historia de un personaje triste y sin rumbo, algo así como un caso testigo de un mundo con demasiados sinsentidos, absurdo y despersonalizado. Porque Sebastián es el protagonista de la historia pero de lo que se trata El perro que no calla es de un todo que no funciona y que se dirige directamente hacia la catástrofe.
Y la película luego se ocupa de ese todo introduciendo una evento inesperado, que determina que la humanidad se vea obligada a usar una burbuja plástica para poder respirar.
El carácter involuntariamente premonitorio sobre la pandemia del Covid que aún transita el planeta, es sorprendente y hasta perturbador, teniendo en cuenta que el filme tuvo un rodaje intermitente durante más de tres años y se terminó antes de que apareciera el virus.
Filmada en un blanco y negro que resalta la desolación a la que se enfrenta el mundo, la historia ahonda sobre la deshumanización y la aceptación casi automática de cualquier imposición y el destrato o directamente la negación de seres humanos como Sebastián, que en su aparente desconcierto contiene en su interior la acertada sensibilidad de la que aparentemente carece su entorno.
Sin ninguna pretensión de marcar algún camino correcto, Ana Katz captó algo que estaba en el aire y lo volcó en su película, que además de la tristeza, también refleja la belleza y la luminosidad de la esperanza, incluso en la incertidumbre del presente.
Con información de Télam