El dramaturgo y director Héctor Levi-Daniel es el responsable de "Las fugitivas", recreación poética que tiene raíces en un hecho policial ocurrido en Francia a principios del siglo pasado, cuyo tema interesó antes a algunos creadores y que se puede ver los domingos en la sala porteña El Crisol.
El caso real ocurrió en Le Mans, al oeste del país, donde las dos hermanas Papin, empleadas domésticas, asesinan del modo más cruento a su patrona y a algunos familiares, al parecer víctimas de los maltratos habituales y por la identificación de la dueña de casa con su propia madre, que no les ofreció una niñez digna y las empujó a una vida de servidumbre.
Lo sanguinario del asunto tuvo enorme repercusión en la prensa de la época, que decoraba las páginas policiales con ilustraciones categóricas -la Primera Guerra Mundial había terminado pocos años antes y el país necesitaba emociones fuertes- y entusiasmó en 1947 al dramaturgo, poeta y exconvicto Jean Genet para escribir "Las criadas", hoy un clásico, que le dio fama y dinero.
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No fue el único creador que se entusiasmó con el tema, Paulette Houdyer vendió miles de ejemplares de su novela "L'affaire Papin" cuando el término "best-seller" no se había inventado, el cineasta Claude Chabrol rozó la cuestión en "La ceremonia" (1995) y su compatriota Jean-Pierre Denis se lanzó de lleno a la historia en "Les blessures assassines" (2000), con Sylvie Testud y Julie-Marie Parmentier.
Este filme se vio en un Festival de Cine de Mar del Plata -donde ganó premios para el director y la actriz Parmentier- pero no llegó a las salas comerciales argentinas; no interesó a los exhibidores porque el cine francés generalmente no les interesa y quizá porque a sus escenas de lesbianismo explícito se agregaba el tabú del incesto.
En la historia real las hermanas Papin jamás pudieron explicar su conducta asesina -una de ellas fue condenada a muerte pero luego se le bajó la pena a cadena perpetua y se cree que la otra murió en un manicomio-, pero lo que más atizó el morbo del periodismo y sus lectores fue que en el tumulto a la patrona se le arrancaron los ojos a dedo limpio.
(Curiosidades acerca de los ojos como objetos a dañar: además del mito edípico recuérdese el plano del ojo cortado en "El perro andaluz", de Buñuel-Dalí, o la furia con que Arturo de Córdova intenta ensartar un ojo a través de una cerradura con una aguja de tejer en la película "Él", del maestro aragonés, e incluso el ojo arrancado en el autorretrato del surrealista rumano Victor Brauner.)
Sin preocuparse por los antecedentes citados, Levy-Daniel desarrolla su obra como autor y director como si fuese el primero que trata el tema; y lo hace bien, porque se toma sus libertades, le da un perfil visiblemente argentino y quizá porteño y da la sensación de no preocuparse demasiado por el tiempo histórico. El teatro no es una copia de la realidad.
En su versión, las fámulas son Brenda Fabregat y Daniela Rizzo y Laura Silva -antes fue otra actriz- la "patrona", a la que despoja de aquel carácter iluminado por el mal para hacer de ella una suerte de señora de Barrio Norte, ocupada en nimiedades y pequeños detalles improductivos que no tienen que ver con su vida sino con las de sus empleadas.
Es un personaje fastidioso y fatuo, con alto grado de una impertinencia que utiliza para demostrar su superioridad social con desplantes intrascendentes y la mayor humillación que ejerce sobre las otras es regalo de unos vestidos de paseo de imposible uso. Ella es apenas un satélite del dúo central.
Aunque estén vestidas del mismo modo y anden descalzas, Fabregat y Rizzo tienen físicos y voces muy distintas y en todo caso no son siempre lo sumisas que deberían: una de ellas reclama siempre cuando la patrona equivoca su nombre.
Pero sus disparidades, incluso de carácter, no impiden que esas dos personas, a las que el autor les modifica hasta el nombre, sean casi un mismo ser -como parece desprenderse en las transiciones coreografiadas por la especialista Teresa Duggan-, y sus acercamientos eróticos, que tendrían relación con el marido de la dueña de casa al que desearían, se parecen más a un ejercicio de autosatisfacción que a una verdadera cópula.
Allí las actrices, que además son bailarinas, unen su carnalidad con una plasticidad de movimientos de gran belleza en la que el director añade la iluminación de Ricardo Sica, que aporta un conveniente tono onírico, donde cada uno de esos separadores marca el paso del tiempo -tal vez los días- en un asunto que tiene su circularidad.
Levy-Daniel tiene experiencia ya de modelar los personajes femeninos y sus misterios: ya lo hizo en "La fundación", "El fruto más amargo" o "Serena danza del olvido", donde las psicologías femeninas contenían un sentido que suele escapar a las lógicas viriles, aun las de sus personajes varones más conflictuados y confundidos.
Por eso tiene el tino de desatar la violencia en un momento inesperado, donde lo secuencial señalado antes requiere un límite, pero esa violencia no se muestra en escena sino que se relata, como en la tragedia antigua, donde ninguna muerte acaecía en el escenario. Sí mantiene el detalle del ojo arrancado, que añade al arrebato un dejo de absurdo.
Allí sí que todo estalla por los aires, aun con las diferencias de carácter entre las hermanas, vengadoras de clase sin saberlo, que ejecutan esa masacre familiar desde el saberse la nada misma, figuras sociales de sostén, sin méritos ni derechos y cuyos destinos sellados de antemano no pasan por la rebelión sino como inevitables saltos al vacío.
"Las fugitivas" se ofrece los domingos a las 18 en la sala ubicada en Malabia 611, del barrio de Villa Crespo.
Con información de Télam