(Por Hugo F. Sánchez).- Una mochila, con un contenido tan valioso como misterioso, pasa de mano en mano y de manera vertiginosa entre corredores, motociclistas y conductores de auto, y pasajeros de taxi, hasta que la recibe involuntariamente un hombre gris, quien entra en una dinámica que desconoce, una aventura en donde además encontrará el amor, es la intrincada y a la vez simple propuesta de "Hace mucho que no duermo", de Agustín Godoy, que se estrena hoy en el porteño Cine Gaumont.
La ópera prima del director colombiano nacido y formado en Buenos Aires es una película que se define por la energía cinética, en tanto el movimiento frenético es el que determina el avance de la historia, con un 'Macguffin' -término acuñado por Alfred Hitchcock sobre un objeto que encausa el relato pero no lo define- en el centro.
Se trata de un relato con varias similitudes con las películas de la 'nouvelle vague' francesa de la década de los sesenta y, por caso en la Argentina, el filme "Castro" de Alejo Moguillansky, para mostrar una organización misteriosa, mafias extranjeras, personajes que hablan en rima y, sobre todo, una historia de amor en ese aparente sinsentido entre Mapache (Agustín Gagliardi), un oficinista con insomnio, y una gitana tarotista (Agustina Rudi).
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"Quería concentrarme en la acción, en el ritmo y en el lenguaje", cuenta a Télam Godoy. "Así apareció la idea de una mochila negra que nos permitiera recorrer la ciudad y pensar distintas formas de filmar persecuciones", completa el realizador.
Télam: ¿Qué te llevó a contar una historia de puro movimiento en tu primera película?
Agustín Godoy: La película nace a partir de un deseo común de un grupo de trabajo. Teníamos ganas de hacer una ficción en donde pudiéramos manejar otros tiempos de rodaje a los que normalmente nos sometemos y así poder pensar cada escena en su particularidad. A la vez, Agustín (Gagliardi) quería actuar, mientras que yo tenía ganas de escribir algo que respondiera más a un impulso que a un proceso largo de desarrollo y laboratorio. Así que arrancamos con lo mínimo y a medida que fuimos filmando, fuimos editando, reescribiendo y tallando esa primera piedra que era puro deseo de hacer a nuestra manera.
T: ¿Cómo fuiste armando la puesta que tiene un Macguffin en el centro?
AG: La verdad es que quería concentrarme en la acción, en el ritmo y en el lenguaje, así que pensé que lo mejor sería una estructura reconocible. La apuesta inicial fue copiar la estructura del clásico 'El Halcón Maltés', de John Huston, en donde hay un protagonista que persigue algo sin saber por qué, llevado a eso por una mujer misteriosa y, además, tres bandos que se pelean por un artefacto que parece tener mucho valor. Así apareció la idea de una mochila negra que nos permitiera recorrer la ciudad y pensar distintas formas de filmar persecuciones, que pudieran combinar el espíritu de aventura, propio de hacer películas de bajo presupuesto, con algo del 'slapstick' (comedia física) que nos divertía.
T: ¿Qué lugar ocupa la ciudad dentro de tu imaginario para ponerla como un protagonista más del relato?
AG: Yo nací en Buenos Aires pero viví toda mi infancia y adolescencia afuera. Mi idea de la ciudad es primero la imaginada y después la vivida; y creo que algo de esa idealización primera me hace mirarla con un cierto amor o entusiasmo, así que quería hacer una película que la celebrara. Eso se suma a la necesidad, para nada menor, de filmar en exteriores por un tema de producción, para aprovechar la luz y espacios que no tuviéramos que alquilar.
T: ¿La película podría explicarse dentro de la comedia romántica inspirada en la 'nouvelle vague'? ¿Es esa una referencia posible del relato?
AG: Es una lectura perfectamente válida. Es una película con una infinidad de referencias y robos e influencias, con el equipo pensamos mucho en escenas o momentos de todo tipo de películas. Y en efecto, sí hay una escena que nos pareció que contenía algo de la postura política de la película y es "Banda aparte", de Jean-Luc Godard, en donde un trio de jóvenes corre por el museo del Louvre. Se trata de un gesto casi infantil, que es correr por donde no se debe, pero a la vez es un gesto de apropiación del espacio. Nuestra película tenía ganas de hacerse eco de ese grito y volver a decir, como ciudadanos, que la ciudad nos pertenece. Y a todo eso se le suman claras referencias al cine de directores franceses como Jacques Tati, al humor de Luc Moullet, y otros tantos de esa era de los '60 tan estudiada.
Con información de Télam