(Por Leila Lorena Torres, especial para Télam) El músico, compositor, cantante y escritor riojano Pancho Cabral, quien fuera integrante de los grupos Los Huanca Hua y Los Andariegos, es el creador de la bandera de la chaya y su casa en el Barrio Antártida es punto de reunión obligado para cumplir con el ritual de la celebración popular que se desata a mediados de febrero en la provincia.
Permiso, Pancho. Adelante, amigo. ¡Feliz Chaya!. Pancho Cabral, uno de los próceres de la música riojana y del folclore argentino, abre su patio y su corazón a todos los amigos y conocidos de La Rioja y del país que quieren celebrar con él y su familia el ancestral rito de la chaya, a pura copla y vidala.
Desde la mañana del sábado y bajo la sombra del parral que brinda un poco de alivio al tórrido clima riojano, un ejército de comedidos prepara las vituallas y dispone sillas, mantelería de ocasión, informal, acorde a la celebración.
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Las empanadas fritas y el locro corren por cuenta de los dueños de casa. En una gran parrilla las brasas esperan cocinar todo lo que vayan acercando los invitados, que además de carne traen sus propias conservadoras con bebidas y hielo. El vino, por supuesto, es el trago oficial.
Esta comida comunitaria, este menú indiscutido, marca el punto de inicio de la fiesta. Aquí es donde los participantes se encuentran, se cuentan sus penas y alegrías. La familia, los amigos, los invitados, algunos curiosos, preparan sus gargantas y sus corazones para este momento mágico donde la tradición, la música y el vino se unen en cajas y guitarras para celebrar la fiesta ancestral que transforma a los hombres y los hace cantar.
Cada lugar de la provincia lo vive a su manera. Cada barrio de la ciudad, que se precie de tal, tiene su propia chayita. Algunas más populares, otras más familiares. Algunas se desarrollan en el patio de una casa, como ésta de Pancho; otras requieren de toda una calle que se corta; las más concurridas ya necesitan de un predio de mayores dimensiones.
Las hay más tradicionales, con la liturgia del cumpa y la cuma, el topamiento y la quema del Pujllay. Las hay menos ortodoxas, fiestas de música popular de cualquier género pero con el omnipresente baño de harina en los cuerpos traspirados y mucho alcohol en las gargantas. Las hay más puristas, como esta del barrio Antártida. Porque en lo de Pancho se escuchan sólo estas letanías dulces y melancólicas que surgen de las cajas y los corazones de quienes defienden el género. Hay aquí una postura política, si se quiere, en defensa de la tradición chayera.
Justamente Cabral, un hombre que hizo del canto y de su consecuencia política una forma de vida, se encarga de que se defienda el género a capa y espada.
La liturgia purista de su chaya incluso lo llevó a diseñar una bandera propia, un pabellón que fue institucionalizado por el municipio de la Ciudad, está camino de ser oficializado a nivel provincial, y que se enarbola cada año en su patio para dar inicio formalmente al encuentro chayero.
Junto a su compañera Beatriz Dayot, una francesa que lo acompañó desde su exilio en Europa durante la dictadura militar y que murió hace unos años, Pancho creó esta enseña como una forma de identificar a su encuentro anual entre todos los que se realizan.
Con el tiempo, la bandera con el verde de la albahaca, el blanco de la harina y el amarillo ocre de la algarroba en sus tres bandas horizontales y con la caja chayera a modo de escudo central- trascendió este patio del barrio Antártida y se iza en cada chaya barrial de todos los rincones riojanos.
En el mástil que preside el patio también se levantan las banderas Argentina, de La Rioja y también la Wiphala.
La copla acompaña, ceremonialmente, la lenta ascensión de estos paños hacia el caluroso cielo riojano. Ahora sí, la música toma el control de la reunión. Durante varias horas, hasta el anochecer, el folclore trazará sus matices norteños de la mano de varios protagonistas de la escena local.
Además del anfitrión y jerarca de la chaya, tomarán el micrófono en el centro del patio la dulce voz de Gloria de la Vega, cantora imprescindible entre tantas grandes voces riojanas; el Tubo Moya que con su grave registro envuelve todo el aire de chacareras y vidalas; Carlos Paredes, trovador infaltable; entre otras figuras.
Nacido a mediados de la década del 40 en el populoso barrio San Vicente de la capital riojana, cuna también de otros grandes baluartes del canto popular, el joven Cabral vivió siempre ligado a la música, haciendo sus primeras armas en los encuentros folclóricos del lugar. De a poco, su nombre comenzó a estar en boca de todos, logrando incluso llegar en su adolescencia a la final de un certamen de música popular en el Luna Park de Buenos Aires.
Sus contactos con el arte no sólo se limitaron a la música sino también a la literatura, ya que compartió palabras y textos con destacados autores como Ariel Ferraro, Ricardo Mercado Luna y Daniel Moyano, de quienes se nutrió para enriquecer la lírica de sus composiciones.
Dueño de un andar consecuente padeció dos exilios: el primero en tiempos de la dictadura y otro en los 90, pero esos desgarros no impidieron que forjará una obra musical con piezas entre las que destacan Ay, este azul, Sanagasta en el viento, Topador y vidalero, El carnaval de mi pueblo y Coplas atadas con chala y una literatura donde se cuentan los títulos Hombres de albahaca. Mujeres de agua, "Coral de la imaginación", "Cuentos de pequeño hombrecito", "Kakano y las divinidades diaguitas", "De la vidala a la chaya", "De coplas, andares y cantares", "Madre Chaya", "Valle de salamanca y cielo", por citar solamente algunos.
Con información de Télam