(por Sergio Arboleya).- La capacidad de visitar lo intangible y lo onírico cobró cuerpo y espesura fantástica en la nueva aventura teatral que La Pipetuá tituló Ensueños y que el fin de semana tuvo su estreno en la Sala Pablo Neruda del porteño Paseo La Plaza.
En tiempos donde la imaginación parece condenada a tener que corporizarse a través de los efectos especiales que dominan las pantallas de cine, plataformas y televisores, La Pipetuá hizo uso de dispositivos tecnológicos capaces de burlar la limitación del vivo escénico pero sin perder una impronta tan lúdica como fascinante.
Con dirección de Diego Reinhold -tercer director invitado en seis espectáculos que el grupo plasmó en 21 años-, el conjunto de clown y circo para las infancias se introdujo con pies y cabezas en la atmósfera irreal y envolvente de Ensueños.
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Y esa imaginativa marca registrada volvió a decir presente frente a una platea ávida por el reencuentro como lo mostró el recurrente grito de Pipetuá, Pipetuá de niñas y niños pidiendo el inicio de la función.
Sebastián Amor (Marito), Fernando Sellés (Wilbur) y Maxi Miranda (Vittorio) son tres niños cursando la noche, bordeando el momento de dormir, visitando la vigilia, resistiendo y cayendo en los brazos del cansancio en una penumbra capaz de dar miedo y también de abrir otros mundos.
Sobre ese delgado cordel carente de golpes bajos y pirotecnia fugaz, La Pipetuá encadenó momentos, gags y situaciones que sin constituir un relato lineal ni un cuento rotundo, regaló postales sensitivas donde luces, sombras, músicas, imágenes y texturas convivieron vertiginosa y estéticamente.
En ese viaje febril, la agrupación ofreció estaciones sutiles capaces de remitir a creaciones de pintores como Salvador Dalí, René Magritte y Edvard Munch, en otro gesto tendiente a burlar toda cerrazón.
El inicio del espectáculo mostró a las tres camas (móviles, verticales y siempre presentes desde entonces) de los protagonistas colocadas en irregular conjunto sobre el que también comenzó la interrelación de La Pipetuá con proyecciones que a partir de allí intervinieron el relato.
Pero no se trató solamente de esas filmaciones que atravesaron la larga noche narrada y el alocado y logrado paso de coreográfica comedia (como siempre bajo la inspirada batuta de Teresa Duggan) que los llevó a entrar y salir de esa otra realidad, lo que dio sustento a la propuesta.
"A Diego Reinhold lo elegimos porque a Ensueños lo imaginamos con mucho mapping, baile, música y comedia y él es un genio en esas disciplinas. Lo admiramos y sentimos que le podía aportar mucho condimento al grupo", le había señalado Amor a Télam y el resultado de ese cruce de experiencias ratificó el fruto de una búsqueda compartida y enriquecida.
Así, por ejemplo, irrumpió el ser sobrenatural Nagual (soñado por Vittorio) y Wilbur pudo mostrar sus habilidades musicales y plásticas a la vez que encarnó a un científico capaz de lograr el acceso al sueño de cada persona.
Pero fue Marito, cuando develó el significado de la recurrente alucinación que reunía a un pez y a una ardilla (pez-ardilla, pez-ardilla, pez-ardilla), quien asumió un despliegue físico impactante sobre un fondo de teatro negro de alto vuelo visual.
Después de "Opereta Prima", "Sin Escalas" y "13 años la edad del pavo" y de unirse a otros directores como Osqui Guzmán en "A la Obra" y Daniel Casablanca en "Lunática", el terceto dio un nuevo y certero paso en su reconocido tránsito por escenarios locales y del mundo.
Para dar cuerpo a la flamante invención que La Pipetuá urdió junto a Reinhold y Duggan, hay un equipo en sincronizada acción que reúne a Guadalupe Bervih como Asistente de Dirección, cuenta con escenografía de Gabriel Díaz, audiovisuales a cargo de Mauro Parisentti y Maxi Amor, el diseño de luces de Leonardo Muñoz y el vestuario de Nam Tanoshii.
La factura técnica contó con realización de vestuario y utilería de las duplas Titi Suárez-Soledad Sáenz y Nela Fasce-Julieta Estévez, respectivamente, y voces en off de Ana Jimena Sánchez y Pedro Saborido.
Todas aristas de un mundo de Ensueños que La Pipetuá puso a rodar apostando a las claves del juego y la ilusión y asumiendo seriamente los ribetes y los delirios de ese desafío que surcó el tiempo que duró la función y lo volvió un momento mágico y gozoso para como se dice en la despedida "que todos tengamos buenos sueños".
Ensueños puede verse en la porteña Sala Pablo Neruda del Paseo La Plaza (Avenida Corrientes 1.660) los sábados a las 15 y los domingos a las 16.
Con información de Télam