(Por Sergio Arboleya) La artista Julieta Laso estrenó anoche en el colmado teatro porteño Margarita Xirgu su flamante cuarto álbum solista Cabeza negra con un concierto conciso, bello y contundente, que recogió la atmósfera turbadora del repertorio registrado y tomó posición acerca de lo popular.
Apenas una hora le bastó a la intérprete y a sus acompañantes (una singular y magnética formación de cuatro bandoneones, contrabajo y caja ideada por el Fernández Fierro Yuri Venturín) para entregar un documento identitario sobre el desgarro.
Y aunque la propia Julieta bromeó en algunas ocasiones acerca del contenido trágico del cancionero (todo esto duele mucho pero dura poco, por ejemplo), todo el concepto contenido en Cabeza negra aloja un profundo reto que lo ubica más en el camino de la oportunidad que en el del drama.
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Desde su posicionamiento en torno a la canción criolla sin fronteras (incluyendo en ella a la chilena Violeta Parra y el aporte rioplatense de Alfredo Zitarrosa y Luciana Mocchi) regaló un predominante aire de tango pero también guiños folclóricos y una original presencia de la caja como parte del entramado expresivo y sonoro.
Si a ello se le suma la puesta musical base con sus cuatro bandoneones (en manos de Manu Barrios, Adrián Ruggiero, Matilde Vitullo y Matías Wilson) la percusión de Nacho Aralde y los bajos del citado Yuri Venturín, sobre las tablas de la coqueta y antigua sala del barrio porteño de San Telmo estuvimos en presencia de una proposición por hacer confluir la raíz con la novedad.
Y en tiempos donde la voz popular en la música parece capturada únicamente por expresiones fugaces y banales que hacen de lo precario una virtud, Laso y Venturín con Cabeza negra recogieron herencias y las tamizaron desde una mirada actual y audaz que de modo alguno son una expresión elitista sino una toma de posición honda, necesaria y tan verdadera como aquella forjada en la carencia.
Tras morosas colas y una larga espera de más de 40 minutos del horario anunciado para el concierto, el septeto ocupó la escena con la potencia de su discurso estético y con Corazón maldito, de Violeta Parra; Ámbar violeta, de Fito Páez; y Azucena Alcoba, de Venturín y Pandolfo; empezó a mostrar en vivo las señas contenidas en el disco lanzado el viernes 3.
Esas tres historias, cargadas de preguntas e inquietudes, desplegadas sobre un colchón sonoro menos disonante que en la grabación, fueron cantadas por Laso con su expresividad lacerante pero con austeridad de movimientos, como si aún estuviera en puntas de pie sobre un terreno desconocido.
Pero ya con Ejercicio, sobrecogedora canción de Luciana Mocchi (sentí, viví, adentro de una caja/que a veces es mi casa, a veces no/partí, morí, adentro de una caja/nunca será mi casa un ataúd), la anfitriona desplegó un poco más su expresividad y una larga ovación de la platea (en la que se contó la pareja Valeria Bertuccelli-Vicentico) reconoció el paso dado.
Buenas noches. Después de esta noche se van a ser felices porque nosotros no podemos darles más que esto, saludó Julieta, no sin ironía, y entonó Otoño, de Lele Angeli.
Entre Somos y Adelante, únicas dos piezas que no forman parte de Cabeza negra y que se colaron en su puesta en vivo bajo una puesta escénica y de luces acorde al poderío de la propuesta, insistió: Esta es una noche tremendamente importante para nosotros. Quedémonos con lo importante que es el amor.
Solamente en compañía de la caja ejecutada por Venturín (director musical de la Orquesta Típica Fernández Fierro quien la llevó a cantar en esa formación entre 2013 y 2018, período anterior a su lanzamiento en solitario y a, luego, radicarse en Salta), ella expresó y se dijo: Vamos nena. No es momento para achicarse y bramó su primera composición: Pregón (Quiero arder/en el espejo de tu alma me quiero ver).
Con Fuga de ausencias, de Alejandro Guyot-Edgardo González, y su sentencia: Vas a ver lo lejos que va esta huella/si el alma es un salitral) y el histórico y desolador Canto de nadie zitarroseano, se constituyó otro bloque particular dentro de un criterio unívoco y permanente.
Para el cierre de tono telúrico se sucedieron Nadalina (de Tomi Lebrero), la zamba Mi mariposa triste (de Daniel Toro-Julio Fontana-Casimiro Cobos) y, sumando las cajas de Nadia Larcher, Ana Kantemiroff, Nancy Pedro y Estefi Cajeao, el final fue con Flor morena de luz (de Alfredo Tape Rubin).
Un par de bises sobre canciones ya ejecutadas completaron la velada de inusitada hermosura donde Laso entre vientos y golpes- alzó su voz para atreverse a cantar acerca de este tiempo y sus dolientes pliegues.
Con información de Télam