(Por Hernani Natale) Pulcro e inspirado, pero también exultante y celebratorio a la hora de los grandes éxitos, Fito Páez trazó anoche diversos y, por momentos, inesperados puentes entre muchas de las grandes canciones desperdigadas en su vasta discografía, durante el concierto que ofreció en el Movistar Arena, ubicado en el barrio porteño de Villa Crespo, junto a su impecable y precisa banda.
Así, el relato de sucesos pasados que caracterizan a su nueva producción Los años salvajes y la presencia viva de esa etapa de su vida a través de canciones creadas en esa época se entremezclaron en una especie de suspensión temporal, incluso perceptible también en la persistencia de la descarnada descripción del entorno.
En ese andar, el artista rosarino no mostró fisuras, lució en estado de gracia en muchos momentos, se entregó al éxtasis final cuando ya había contado su historia y se dispuso a ir en busca del abrazo con el público a través de los hits.
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Inmejorables socios en esta empresa encontró Fito en su gran banda integrada por Diego Oliverio, en el bajo; Juan Absatz, en teclados; Gastón Baremberg, en batería; y Juani Agüero y Carlos Vandera, en guitarras, que brilló incluso muchas veces desde su simpleza.
En ese andamiaje, el rosarino se limitó en esta oportunidad a solo tocar un piano de cola dispuesto en el medio del escenario y prescindir de teclados o guitarras adicionales.
A las 21.30, el protagonista de la noche y su banda, todos de elegante sport, se pusieron en marcha con un primer cruce de un relato de los reales años salvajes como el propuesto en Polaroid de locura ordinaria con Vamos a lograrlo, primer corte de su nueva producción; a las que se sumaron la optimista Es solo una cuestión de actitud y Tumbas de la gloria.
Tras este comienzo que sentenció el espíritu cabal del concierto, Fito inicio el bloque de canciones asociadas por estar en un mismo disco, con el rescate de la sugestiva Insoportable previa a la furia rockera desatada con Naturaleza sangre.
Siguió con una parada en La conquista del espacio, su anterior disco ganador de un premio Grammy, a través de la canción que da título a la placa y Nadie es de nadie, otro potente rock de lírica deconstruida.
Fue aquí en donde hizo su presentación el Fito Páez locuaz, con algunas reflexiones acerca del actual contexto sanitario, en las que pidió cuidarse y cuidar al otro, y renegó de aquella frase que dice que de los laberintos se sale por arriba al refutar que se sale investigando la salida para que todos seamos felices.
A pesar de la delicadeza de su composición y del sutil acompañamiento en guitarra acústica de Vandera, La canción de las bestias fue presentada como una canción que no hubiera querido cantar nunca, como `Ciudad de pobres corazones´.
Desde Los años salvajes sonó la vigorosa La música de los sueños de tu juventud, para luego ir hacia atrás en el tiempo y contar el destino de un mismo protagonista en la primavera alfonsinista y en el menemato, a decir del propio Fito, con 11 y 6 y El chico de la tapa.
Esta canción sentenciosa es como si la hubiera escrito a los 15 años y sigo pensando lo mismo, dijo el artista antes de arremeter con Al lado del camino.
Fue aquí en donde el artista rosarino brindó el momento más fresco e inspirado del show, cuando se sentó en el piano y de manera espontánea repasó fuera de programa fragmentos de Carabelas nada, Un vestido y un amor, Thelma y Louise, Cable a tierra y Y dale alegría a mi corazón.
Tras este pasaje de gran comunión con el público, la emotividad de "Yo vengo a ofrecer mi corazón" y la electrizante "Lo mejor de nuestras vidas" -de su último disco-, pusieron de alguna manera fin al gran concepto general del concierto.
Hasta aquí, Fito había hablado sobre sus "años salvajes", dio cuenta de ellos con sus viejas canciones, recordó su etapa más cándida y soñadora, paseó por algunos rincones más oscuros y se tomó tiempo para mirar alrededor y describir con lucidez el panorama.
Todo ello con interpretaciones ajustadas, sutiles y certeras, gracias al respaldo de una banda que apostó por el sonido compacto antes que por intervenciones solistas.
Entonces fue tiempo de ir a buscar entre el público una devolución a tanta entrega confesional, y los hits que invitan a ser cantados al unísono parecieron ser los que tenían la llave para esto.
Circo beat, con una breve revisita a Tercer mundo; Brillante sobre el mic y su paisaje de celulares prendidos; Ciudad de pobres corazones, con el único solo destacado de la velada a cargo de Juani Agüero, y A rodar mi vida comenzaron a saldar esa cuenta.
A la hora de los bises fue el turno de "El amor después del amor", con el lucimiento vocal de Vandera; "Dar es dar" y "Mariposa Technicolor" como gran cierre.
Fito encontró finalmente en esa amorosa devolución un regalo por tantos años salvajes transitados que dejaron lúcidos relatos y mucha buena música.
Con información de Télam