(Por Sergio Arboleya).- El ensamble Don Olimpio plasmó anoche en la repleta sala Solidaridad del porteño Centro Cultural de la Cooperación un recital donde el folclore se expresó como una tradición en movimiento con el que la agrupación fue pintando un mundo sonoro y expresivo de colosal belleza.
Con un recorrido notable que hasta ahora se corporizó en dos álbumes ("Dueño no tengo", de 2017; y "Mi fortuna", de 2019), el octeto con arreglos y dirección del pianista Andrés Pilar, que desde siempre trabajó con audacia el espacio entre la raíz y la ruptura, mostró una lengua propia que sintetiza y proyecta a la vez.
Si la propuesta de Don Olimpio al irrumpir necesitó instaurar la novedad para referir a lo clásico del folclore, en su fascinante evolución que anoche volvió a tener escenario ante una platea joven, dio testimonio de un discurso donde virtuosismo y naturalidad conforman un territorio tan concreto como vasto en sus posibilidades.
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Y entonces cada pasaje se abismó en la canción a interpretar y el conjunto pudo ir de lo camarístico a lo experimental sin necesidad de demostrar nada más que lo que pedía ese instante con una embriagadora solidez donde la música nativa es, a un tiempo, tierra y horizonte.
Para lograr ese propósito, la voz de Nadia Larcher se afirmó como referencia expresiva de una ductilidad seguramente forjada, además, en su múltiple presente- que abraza aquella premisa grupal que es patria sin fronteras ni pasaportes.
Ese espíritu, tan indómito como localizado, asumieron en un diálogo fresco e inspirado los vientos de Juan Pablo Di Leone (flauta, flauta en sol) y Federico Randazzo (clarinete y clarinete bajo), el bandoneón de Milagros Caliva, las guitarras de Juan Manuel Colombo, el contrabajo de Diego Amerise y las percusiones de Agustín Lumerman.
Con el conjunto ubicado en semicírculo sobre el generoso tablado, con una puesta de luces fijas y sin artificio alguno, los efectos especiales comenzaron a las 20.50 cuando nacieron los primeros acordes de "Alaridos", sobrecogedora pieza de la riojana Ana Robles acerca de la celebración chayera ("De las entrañas hasta la cima/Deja que corra enloquecido/Dolor guardado/Y que se quemen/Quimera y llanto").
Sin respiro, la orquesta casi que encadenó "La zafrera" (Armando Tejada Gómez-Oscar Matus), "La luminosa" (Jorge Fandermole) y "Repechos del Guadal" (José Luis Aguirre), tres obras registradas en "Mi fortuna".
"Así los queríamos saludar, con estas canciones de nosotros, de nuestra música argentina para el mundo", saludó Larcher tras la seguidilla.
Pero enseguida, el conjunto entregó dos bloques de temas que anticiparon el repertorio que ya tuvo un logrado adelanto audiovisual en un streaming de diciembre de 2020 en la Usina del Arte, que puede apreciarse en YouTube y será la base de un tercer álbum.
"Son canciones de autores contemporáneos y también de nosotros que se contraponen un poco con el repertorio más tradicional", explicó luego Pilar sobre ese repertorio que abrió con la bella "Madreselva", de Luz Galatea, ("Soy una estrella que busca/una huella en el cielo/que me lleve al sol/y a vos").
El segmento incluyó dos piezas de Larcher: "Al sol" ("Y se me escapan mariposas multicolores/y vuelan lejos en caballos de dulces alas/es un salmón a contracorriente/guía su escama al sol") y la flamante y celebrada "Monte" que a pedido de la audiencia tuvo una segunda interpretación en los bises y que, según contó, compuso para su amiga, la cantante Micaela Vita (de Duratierra y con quien comparte Triángula), cuando ésta decidió irse a vivir a Córdoba.
También como estreno grupal, el pianista mostró "Vengo", basada en un poema de su padre Horacio Pilar, y hubo enormes versiones de "Pájaro tuerto" de Gabo Ferro ("Hay pájaros que sus dueños los quieren hacer volar/Y entregan todas sus plumas por ir a algún festival") y de La vida, la muerte, de Juan Saraco, con el bombo murguero con plato de Lumerman y las voces de Di Leone, Randazzo y Caliva sumándose en el grito "La vida, la muerte son la misma cosa/Una nos pasa y la otra.
Entre los nuevos aportes propios además se lució el litoraleño "Sus ojos de río", creado por la bandoneonista y que integró momentos instrumentales al que se sumaron "El hornerito" y la chacarera "De allá".
Antes de despedirse, la formación anticipó que a partir de mayo y en pos de tampoco perder su impronta folclórica más clásica, alojará en el espacio de Dumont 4040 La Olimpeña donde, se prometió, habrá clases de baile para poder integrarse a la propuesta.
Y para el cierre Don Olimpio recurrió a versiones remozadas de gemas de su repertorio como "Punay" (Atahualpa Yupanqui), "Por seguir" (Raúl Carnota-Carlos Madorrán), "Maldigo del alto cielo"(Violeta Parra) y "Tan alta que está la luna" (sobre recopilaciones de Leda Valladares), que ratificaron la madurez alcanzada pero no como gesto confortable sino a modo de exploración vital que pisa firme y forma audiencias.
Con información de Télam