Sin moneda no hay destino

Si no se reconstruye la función de reserva de valor de la moneda propia, no habrá shock exportador que alcance para resolver el problema de la inestabilidad cambiaria que es, a su vez, la fuente principal de la inestabilidad macroeconómica. 

01 de agosto, 2024 | 08.53

Casi sin que se advierta, ya nadie habla de economía. Mejor dicho, cuando se habla de economía sólo se habla de finanzas, que es apenas una de sus dimensiones. Todo es una gran confusión, desde la sumatoria de instrumentos financieros a la supuesta baja de la inflación, que no es tal. Pero lo más concreto es que después de más de siete meses de gestión, los problemas económicos de base que existían el 10 de diciembre permanecen intactos. Y en términos de las condiciones de vida de la mayoría de la población, la situación es incluso peor, como los reflejan los números terribles de caída del consumo masivo. En semejante escenario nada mejor que pasar del caso Loan a Venezuela o lo que venga después.

Cuesta encontrar la síntesis, pero si hubiese que decir cual es el problema principal de la economía, la primera respuesta sería “la falta de dólares”. Parece innegable que disponer de un adicional constante de miles de millones de dólares, permite que los problemas fundamentales siempre pueden seguir pateándose para adelante. Sin embargo, aunque la falta de dólares es real, responde a un problema anterior: la economía no tiene moneda. En realidad, evitando ponerse excesivamente técnicos, lo que la economía no tiene es una moneda que cumpla con todas las funciones del dinero. En concreto, no hay una moneda propia que cumpla la función de reserva de valor, una situación que transforma completamente la naturaleza del problema de la restricción externa.

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La aproximación habitual que se hace de la falta de dólares es la referencia a la restricción externa como un problema de balanza de pagos: la cantidad de dólares que la economía genera no resulta suficiente para hacer frente a todas las obligaciones en moneda extranjera. Una restricción que se agudiza en los períodos de crecimiento, cuando las importaciones crecen mucho más rápido que las exportaciones. La cuenta es que el total de las exportaciones no serían suficientes para pagar el total de las importaciones, más el repago de las inversiones, más el servicio de la deuda.

Si este es el diagnóstico la gran solución parece fácil: aumentar las exportaciones o cualquier otra fuente, genuina o no, que aporte divisas, desde la inversión extranjera a más endeudamiento o, por ejemplo, sucesivos blanqueos de capitales.

Lamentablemente, aun suponiendo que generar más divisas sea una tarea sencilla, es una solución incompleta. Ello es así porque “el verdadero problema” es que la restricción externa local no tiene su origen solamente por el lado del balance de pagos, sino que se suma a la falta de una moneda propia que cumpla la función de reserva de valor. La consecuencia práctica de este fenómeno es que la totalidad del excedente generado, es decir la totalidad del PIB, se transforma en demanda de dólares, lo que significa que los dólares nunca alcanzarán, salvo el casi imposible de que las exportaciones superen al Producto (no somos ni estamos en camino de ser Singapur), o que las inversiones del exterior o el endeudamiento sean equivalentes o cubran la diferencia.

En el período 2015-19, por ejemplo, se intentó resolver el problema por la vía del endeudamiento externo, así se sumaron 100 mil millones de dólares de deuda con privados y más de 40 mil con organismos, obligaciones que contribuyeron a la escasez posterior y presente. Nótese que incluso esta ingente cantidad de divisas no fue suficiente para resolver la escasez crónica, que solo se postergó.

La administración libertaria intentó resolver la escasez con la misma esperanza en brindar señales de mercado a la espera de un flujo inversor futuro. La diferencia fue que, ante la imposibilidad de nuevo endeudamiento, partió con un shock devaluatorio y las señales pro mercado de reducción draconiana del Presupuesto. El shock devaluatorio impactó sobre el nivel de actividad, los ingresos y el consumo, y por esa vía sobre la reducción de la demanda de dólares, pero al no atacar el problema de la moneda no logró conjurar la restricción externa, la real y la financiera, lo que condujo a la realidad del presente, es decir a que la estabilidad del tipo de cambio se mantenga con el pulmotor finito de las reservas. El resultado predecible es una nueva devaluación que, como en todas las devaluaciones, no tiene fecha precisa, pero correlaciona altamente con el agotamiento de las reservas. De nuevo, seguir esperando que los dólares del exterior sean la eterna panacea no es más que procrastinar y repetir una historia de fracasos.

La primera conclusión provisoria es que, si no se reconstruye la función de reserva de valor de la moneda propia, algo que lograron todos los países vecinos, no habrá shock exportador que alcance para resolver el problema de la inestabilidad cambiaria que es, a su vez, la fuente principal de la inestabilidad macroeconómica. 

En este punto entra un factor que puede denominarse “la dominancia electoral”. Conseguir que la moneda propia cumpla con todas las funciones del dinero es un proceso de largo plazo que, inicialmente, parece incompatible con las elecciones de todos los años impares. Dicho de otra manera, las elecciones introducen un incentivo político muy fuerte para buscar soluciones cortoplacistas que interrumpen los procesos de estabilización. En el presente, el gobierno quedó atrapado en una encerrona. Frente al fracaso de su plan de partida siente que no puede repetir un shock como el de la devaluación de diciembre, lo que implicaría una nueva caída de la actividad y una vuelta de tuerca de la inflación sobre una sociedad ya agotada por el esfuerzo del ajuste. Además, un nuevo shock devaluatorio deterioraría la credibilidad del discurso ya mentiroso de la baja de la inflación. De todas maneras, como siempre ocurre cuando se acumulan desequilibrios macroeconómicos, lo que no decide el gobierno lo hace el mercado de facto. Hacia allá vamos.-