Vamos de nuevo. El terremoto del mileísmo llegó para quedarse. Incluso si su gobierno estalla por los aires, algo que todavía no se sabe, no habrá vuelta atrás. No habrá regreso a una presunta normalidad perdida. Se terminó la normalidad de la grieta post 1945, la de la Argentina peronista frente a la Argentina gorila, sin outsiders y con las coaliciones tradicionales organizando la partida. Se necesita asumir que el triunfo de la LLA representa el fin de la representación política como se la conocía hasta ahora. Quienes esperan la secuencia de fracaso - vuelta a la normalidad continúan mirando el futuro con ojos del pasado.
Es verdad que el mileísmo es una forma nueva de la vieja derecha. En su interior conviven el neoliberalismo económico más extremista, el conservadurismo más rancio, incluso en las costumbres, y hasta sectores que reivindican a la última dictadura y descreen de la democracia. Es casi natural ver a LLA solamente como una suerte de nueva derecha plus. De hecho, el ala más ultramontana del PRO, y no solamente, ya fue absorbida de facto por el mileísmo. Junto a los eternos dadores de gobernabilidad comienzan a asomar mayorías legislativas que se consolidarán todavía más si finalmente llegan unos pocos y esquivos logros económicos, los que tampoco están a la vista. En este viejo binarismo es posible imaginar que, si en vez de Milei hubiese ganado las elecciones Miriam Bregman, seguramente no le habría costado conseguir los apoyos legislativos del ala izquierda del kirchnerismo, esa que sigue centrando su discurso en la “triple flexibilización” y construyendo una realidad maniquea. Todo cierra, no parece difícil seguir analizando con las categorías del pasado.
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Y lo que pasa afuera también ocurre al interior del peronismo. CFK mantiene alguna centralidad no solo por historia, sino por su éxito en no haber dejado crecer liderazgos a su alrededor. La única figura del entorno cercano que se pudo despuntar, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, corre el riesgo de ser devorado por “Saturna” en la guerra nepotista. Los parentescos y amistades siempre fueron claves en política. El propio Milei y “El jefe” no son una anomalía. Los Macri porteños tampoco. Y como se ve, a nadie le molesta. En el devenir, el kirchnerismo se consolida como un núcleo duro expulsivo que se cierra cada vez más sobre sí mismo, que demanda obediencia y exige sumisión. El Néstor de la transversalidad se agarraría la cabeza. En la vereda de enfrente de la interna se ubican los que declaman que “hay que volver a Perón”. Los que dicen “tenés que leer “Conducción política”, allí está todo”, pero cuando se avanza en la charla lo que aparece es puro conservadurismo enfrentado a la cara “woke” del kirchnerismo, los cazadores de “progres capitalinos” en búsqueda de una nueva exégesis del menemismo que se parece demasiado al que intenta el propio Milei. Aunque resulte difícil de creer, en la confusión de los tiempos renació el “neomenemismo”. La memoria histórica es el gran desaparecida de la época. Se mira la experiencia de la convertibilidad de los ’90 con un solo ojo, se recuerdan los años de estabilidad y deflación o la recuperación de algunas productividades sectoriales, pero se olvida la destrucción del entramado industrial, la dilapidación del patrimonio público, la desocupación, la exclusión y, lo más grave de todo, la disparada del endeudamiento externo.
Cuesta decirlo, pero el principal activo de Milei para mantener un apoyo todavía mayoritario a pesar de la desesperante recesión en curso es el conjunto de la oposición. La razón del activo fue descripta casi por todos, pero no asumida. Desde la salida del modelo de industrialización sustitutiva a mediados de los ’70 la política local no logró construir un nuevo modelo de desarrollo y penduló entre diversos formatos de neoliberalismo y distribucionismo sin anclaje productivo. Sin embargo, ninguno de estos modelos logró construir una nueva hegemonía ni un proceso de desarrollo estable, por eso el péndulo. La expresión de la falta de consolidación de un modelo económico fue la imposibilidad de encauzar la puja distributiva. Su resultado externo fue la persistencia y reiteración de los ciclos de alta inflación. Milei es el final del camino de medio siglo de fracaso.
Llegado este punto suele hacerse la pregunta por las responsabilidades, si es culpa de la sociedad civil, de la burguesía, o de la sociedad política, de la hoy llamada “casta”. Cuando no se tiene la respuesta se buscan las articulaciones, pero la única síntesis posible es que la sociedad sigue sin encontrar un modelo de desarrollo estable y que ese modelo, más allá de lo que depare el destino, no es el que propone LLA por una razón elemental: no hay modelo de desarrollo estable si se basa en dejar a una parte de la sociedad afuera.
Aunque Javier Milei gobierne con los peores ministros del macrismo, la sociedad lo eligió porque ya no quería a ninguno de los dos polos que gobernaron desde el regreso de la democracia. Y cuando hoy esa sociedad observa a los principales representantes de la política lo que ve es el pasado. No está pensando en volver a una presunta normalidad perdida, sigue teniendo esperanzas en “otra cosa”, aunque la cosa que eligió como vehículo de salida conduzca casi con seguridad a un nuevo fracaso histórico. El gran desafío pendiente de la sociedad política, que no puede prescindir de la voluntad y el apoyo activo de la sociedad civil, sigue siendo la construcción de un modelo de desarrollo para un mundo y una estructura socio productiva local que son muy diferentes a las de mediados de los años ’70. Y no se trata sólo de pensar en el modelo local, sino en “el modelo local en el mundo”.-