El renunciamiento presidencial en perspectiva histórica

A los fuertes condicionamientos heredados y a los problemas objetivos de un escenario desfavorable, a esta administración se sumaron también los problemas de construcción política y de bombardeo interno.

23 de abril, 2023 | 00.05

En política se antagoniza con el adversario, es parte de la dinámica y de la construcción de identidad. También es cómodo, siempre es mejor que la culpa de lo que funciona mal pertenezca a una sumatoria de “malos” que atribuirlo a las propias impericias. El problema aparece cuando las distintas facciones de una coalición de gobierno creen que el malo está adentro y que, por supuesto, es el otro.

Cualquier memorioso podrá argumentar que el peronismo siempre fue así. Basta con recordar la metáfora reiterada de los gatos que no se están peleando, sino reproduciendo, o la síntesis satírica, o no tanto, de la película “No habrá más penas ni olvido”, de Héctor Olivera sobre libro de Osvaldo Soriano, en la inolvidable escena en la que representantes de la izquierda y la derecha peronista se disparan mutuamente al grito, ambos, de ¡Viva Perón! Podría decirse que más peronismo realmente existente no se consigue, sin embargo, para el análisis político no alcanza con decir que el movimiento siempre fue así, que en la búsqueda de la armonía social siempre se sumó a izquierdas y derechas y que, por lo tanto, como identidad política, derivó en un mero aparato de poder. Aunque algo de aparato siempre hay, la identidad peronista es mucho más fuerte que buscar poder o cantar las estrofas de la marchita. En la política local perseguir una patria “justa, libre y soberana” no es sólo un sueño eterno, sino también divisoria de aguas.

Pero no se habla aquí de generalidades, sino del presente. Hablamos de la interna feroz que debilitó al propio gobierno. De querer desentenderse de la administración de la que se es parte y en la que se conservan múltiples espacios de gestión, no precisamente los más exitosos. Hablamos de exigirle a quienes ocupan lugares de decisión que decidan lo imposible. De describir la pesada herencia macrista e inmediatamente demandar acciones como si la herencia no existiese. En suma, hablamos de escalar el enfrentamiento hasta convertir al adversario interno en enemigo externo, de desgastar ministros clave, sea por críticas del pasado o “insubordinaciones” menores del presente, sin tener capacidad real de reemplazo y propuestas concretas para las áreas bombardeadas. Porque, por ejemplo, cuando finalmente se consiguió la salida de Martín Guzmán no se ofreció a cambio un plan económico alternativo ni se propuso al más revolucionario de los economistas propios, sino que para resolver el tembladeral llegó, luego del breve iterregno de Silvina Batakis, llegó el abogado Sergio Tomás Massa, quien no se encontraría precisamente a la izquierda de Guzmán.

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Durante todo el gobierno de Alberto Fernández, la porción de la coalición mayoritaria en 2019 se comportó como si quisiese hacer realidad la caricatura del Presidente que, desde antes del día 1, comenzó a instalar la prensa opositora, la de “Albertítere”. Se pretendió que el titular del Ejecutivo de un país presidencialista se comporte como un gerente general, alguien que se limitara a acatar las órdenes de un directorio unipersonal con sede en el Senado. Luego, la trayectoria y personalidad de Alberto Fernández eran un dato conocido, no resulta aceptable pensar que sería otra persona a partir de diciembre de 2019, ni tampoco es aceptable, una vez conformado el Frente, reprocharle a nadie las causas de los enfrentamientos del pasado, ni a Fernández ni a ningún integrante de la coalición. Se hizo borrón y cuenta nueva.

Frente a la mala memoria vale la repetición. El macrismo profundizó los problemas que venían de la gestión precedente. Sí, profundizó los problemas que venían del kirchnerismo, que no fue solamente un pasado glorioso como se intenta creer, capítulo del que no nos ocupamos aquí. El cambiemismo agravó la restricción externa y la destrucción de la moneda. No lo hizo sólo vía la falta de transformación de la estructura productiva y llevando un piso más arriba la alta inflación, sino especialmente vía el mega endeudamiento y el regreso al FMI. Aunque a un lector racional le parezca extraño, una porción importante de la gran burguesía local, transnacionalizada por definición, está convencida que esta desgracia que dejó el macrismo fue en realidad un logro, en tanto obliga a permanecer bajo un determinado esquema de política económica.

Al margen del verdadero adversario, lo cierto es que todos los economistas que se sumaron al Frente de Todos sabían que este mega endeudamiento impagable, tanto con privados como con el Fondo, era inevitablemente el punto de partida del gobierno. Las primeras acciones económicas serían entonces renegociar con los privados y el FMI. Y la premisa siempre fue renegociar, no romper. Es lo que se hizo, no hubo ninguna ruptura de pactos internos preexistentes.

Cualquier renegociación siempre es discutible. Podría haber sido más rápida, podría haber implicado una cesación de pagos hasta alcanzar el acuerdo, algo por lo que ni Néstor Kirchner optó en su momento, o podría haber sido más dura. Pero lo concreto es que tanto con privados como con el Fondo se logró el principal objetivo buscado, períodos de gracia en los pagos que despejen los horizontes de vencimientos. Cuando una deuda es tan grande como la sumada por el macrismo una renegociación “de una sola vez” resulta prácticamente imposible. Se reestructuró para despejar el horizonte hasta una nueva renegociación con la esperanza de que, en el ínterin, la economía se transforme y comience a generar más divisas. Haber sobreactuado las diferencias ideológicas internas a partir del acuerdo con el FMI bordea la deshonestidad intelectual. ¿Cuál es la propuesta alternativa real con el Fondo? ¿Romper desde un solo país? ¿Creer que es Argentina la que puede ponerle condiciones al organismo y no al revés? ¿La realidad del presente sería muy distinta con un acuerdo más laxo? ¿Ese acuerdo más laxo resolvería los problemas de fondo de la economía?

Una segunda línea de batalla interna fue contra el Ministerio de Producción de Matías Kulfas. Uno de los principales argumentos hacia afuera era que de Kulfas dependía la Secretaría de Comercio Interior y que desde esta secretaría no se controlaban bien los precios. Desde este espacio, cuando asumió dicha secretaría Roberto Feletti, se señaló que era mala teoría creer que el control de precios tendría algún efecto sobre la inflación y que la experiencia de Feletti sería una nueva oportunidad para demostrarlo, cosa que efectivamente sucedió. Todas las economías del planeta tienen mercados oligopólicos y “formadores de precios”, pero ninguna los niveles de inflación de la argentina. La inflación es un problema macroeconómico que, en la economía local, empieza por el precio del dólar y las expectativas de devaluación. ¿Cuál era la propuesta de desarrollo productivo superadora de la de Kulfas? Se desconoce. Luego, al parecer Kulfas no abogaba por la redistribución del ingreso en un contexto de restricción externa, algo completamente ajeno a su ministerio y a la órbita de sus decisiones.

Otro argumento que desde el interior del Frente de Todos se utilizó constantemente contra el Presidente es haber dado marcha atrás con la nacionalización de Vicentín, decisión inicial que los representantes del agro pampeano habían convertido en bandera de lucha. Aquí cabe preguntarse cuál hubiese sido la gran ganancia económica de salvar a los acreedores de la cerealera y si hacía falta que el Estado promueva una firma testigo en un sector ya desarrollado. Pero especialmente cabe preguntarse por el impacto económico real de ser o no propietarios de la firma. ¿Alguien cree que se habría podido influir en los precios de los alimentos o en la percepción de impuestos? Fernández hizo muy bien en no comerse la curva de Vicentín, en la que Estado y Gobierno tenían mucho más para perder que para ganar, y dar a marcha atrás a tiempo antes de seguir escalando el conflicto y las pérdidas.

El balance preliminar es que hasta el presente el gobierno no fue capaz de resolver el problema de la inflación y que, dados los niveles alcanzados, ello supone una dificultad central para su continuidad. A pesar de los logros conseguidos en el manejo sanitario y económico de la pandemia y en la recuperación del crecimiento y el empleo, la suba de un nuevo escalón inflacionario impide la recuperación del poder adquisitivo del salario y es una fuente constante de descontento. El anuncio de Alberto Fernández de esta semana de que no intentará su reelección fue el reconocimiento cabal de estas dificultades. Sin embargo, la baja de su reelección no se tradujo en la indispensable disminución de la beligerancia interna, lo que en la práctica refuerza la debilidad del gobierno para resolver los problemas estructurales y, en consecuencia, debilita sus posibilidades de continuidad.  

La actual administración tuvo objetivamente mala suerte, desde la pandemia, pasando por la guerra y, por si no alcanzase, hasta una sequía histórica que derrumbará las exportaciones en un momento de ansiedad de divisas. El contexto en el que le tocó desenvolverse distó de ser el mejor. Sin embargo, a los fuertes condicionamientos heredados y a los problemas objetivos de un escenario desfavorable se sumaron también los problemas de construcción política y de bombardeo interno. Es indispensable advertir que ninguna porción de la coalición puede desentenderse del período 2020-23 y que no será posible afianzarse electoralmente negando al propio gobierno. Es tiempo de asumir el dato antes de que se produzca una nueva recaída neoliberal de consecuencias impredecibles.-