Javier Milei ganó las elecciones y no hizo lo que dijo que iba a hacer. Por un tiempo salió bien. Incluso hay quienes a partir del número de inflación de enero creen que todo sigue yendo bien, pero los indicadores que hoy deben mirarse son otros: el déficit de la cuenta corriente cambiaria y la “desacumulación” de reservas. Pero no derivemos, el punto es que Milei no voló el Banco Central y no dolarizó, lo que le valió el mote de “pragmático”. Carlos Menem ganó las elecciones. No hubo revolución productiva ni salariazo, invitó a la familia Alsogaray al gobierno y se abrazó con el almirante Rojas. Es “un pragmático”, se dijo, y desde 1991 hasta el fin de su mandato el dólar se siguió abaratando. Néstor Kirchner aprovechó el ciclo positivo de las commodities para hacer un ajuste fiscal, pero manteniendo el crecimiento gracias al viento de cola. Tratándose de un peronista, llevar la mítica libretita de almacenero en la que supuestamente anotaba las cuentas nacionales también le valió el mote de pragmático.
Pero las similitudes no deben buscarse sólo en el pragmatismo. Si se estruja apenas la memoria no es difícil recordar que todos los últimos gobiernos vivieron de manera siempre dramática la posibilidad de devaluar. Y sin caer en herejías, no es difícil reconocer en los argumentos antidevaluadores del Gordo Dan y su prodigiosa banda de trolls la misma lógica que usaba el kirchnerismo en sus mejores años: “Los que piden devaluar lo que en realidad buscan es recortar salarios”. De nuevo, durante el primer gobierno kirchnerista se dijo que una de las razones de la eyección de Roberto Lavagna fue porque quería continuar devaluando. Y ni hablar en el presente de los economistas ya añosos que, de acuerdo al relato del periodismo ultraoficialista, quieren los dólares caros para pasear en yate por el Mediterráneo rodeados de mujeres licenciosas. El razonamiento lógico para justificar la relación queda en el debe, pero yate con mujeres y champán contrasta enojosamente con trabajadores empobrecidos. Si lo agarra Alfredo Casero seguro reemplaza el “queremos flan” por “queremos yate”. Notable también que, tanto para mileístas como para kirchneristas, entre los devaluadores malos se destaque don Paolo de Techint, a quien dicho sea de paso, y sin observar la ingratitud libertaria con su sponsor, nadie podría quitarle el cetro de devaluacionista conspicuo.
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En estricto rigor técnico, es verdad que las devaluaciones las pagan los asalariados, porque enseguida se produce el famoso “pass through”, es decir el traslado a todos los precios de la economía del nuevo precio del dólar. El pastrú de Javier Milei se produjo en menos de 6 meses. Cuando asumió, el libertario hizo saltar el precio del dólar más del 100 por ciento, pero pocos meses después el shock inflacionario había vuelto todo a fojas cero. Fue cuando el mesadinerista Caputo empezó a sacar conejos de la galera, derivó una parte de las importaciones a que se liquiden al valor de los financieros e ideó el conejo mayor: el súper blanqueo. Desde entonces, el peso se fortalece, lo que sólo es fuente de satisfacción para casi todos. Mantener clavado el principal precio de la economía frena todos los demás, la puja distributiva se calma y los que tienen algún excedente tienen la posibilidad de multiplicarlo comprando en el exterior. Es el “Argentina año verde” para las clases medias para arriba. Se vivió con el plan de Martínez de Hoz durante la última dictadura y con la convertibilidad menemista. Y en el camino se reconfiguró el aparato productivo. Sin embargo, también es un dato que todos los gobiernos gobiernan de facto para las clases medias, que son las que tienen mayor peso para la construcción de consensos extendidos.
Así, en materia de sostener revaluaciones, el punto que más se destaca es la ausencia de diferencias partidarias. Como inmortalizó algún economista, “es como la droga, al principio es rica” ¿Pero por qué la sobrevaluación sería rica solo al principio? Porque sostener un tipo de cambio que no refleje la verdadera productividad de la economía se traduce en déficit de la cuenta corriente, lo que significa que solo se puede sostener en el tiempo con entrada de capitales. La apuesta del tándem Milei-Caputo es que los capitales sean provistos por el FMI vía orden de Donald Trump. Fuentes argentinas en Washington señalaron a El Destape que existe un preacuerdo con el organismo que, con prescindencia del número final que se publicite, se traduciría en un aporte contante y sonante de alrededor de 8000 millones de dólares, lo que está muy lejos de los recursos necesarios para sostener el dólar barato en los niveles actuales. Llegado este punto Milei parece haber perdido su pragmatismo inicial para transformarse en un Talibán del tipo de cambio fijo, lo que presenta el riesgo de habilitar desenlaces abruptos.
La conclusión preliminar es que la verdadera estabilización de la macroeconomía ocurrirá cuando los ajustes que circunstancialmente ocurran sobre el tipo de cambio no sean una opción dramática. El dólar no tiene que ser ni competitivo ni barato, debe expresar la verdadera productividad de la economía, o en su defecto debe compensarse con una fuente genuina de divisas. La economía local posee esta fuente, sus recursos naturales, pero se trata de un flujo exportador que demandará años de maduración. El aporte no sucederá en 2025. Es de esperar que el oficialismo este evaluando un plan B, rompa el maleficio y recupere su pragmatismo de partida.