La desgracia no es ser ricos en recursos naturales, la verdadera desgracia es seguir teniendo una economía dependiente del clima, lo que por extensión significa seguir dependiendo de la provisión de divisas de un solo sector, el agropecuario. No quiere decir que no haya otros sectores exportadores, sino que el agro es abrumadoramente el principal. Esto significa muchas cosas, pero lo fundamental es que este sector tiene un poder de condicionamiento desmedido: determina de hecho el principal precio básico de la economía, el del dólar, es decir, condiciona el tipo de cambio, la variable distributiva por excelencia.
Pongamos de lado por un instante la coyuntura y preguntémonos por qué se mantiene “estructuralmente” la alta inflación. Desde la teoría económica el aumento generalizado y persistente de los precios está determinado por la suba de los precios básicos, que son el dólar, las tarifas y los salarios. Si se mira el actual período de gobierno resulta evidente que la puja salarial siempre vino por detrás de los precios y que las tarifas se incrementaron por debajo de la inflación. Es más, ambos precios básicos cayeron en términos reales. Las dificultades estuvieron entonces en el mantenimiento del precio básico restante, el del dólar.
Algunos sectores voluntaristas del pensamiento económico heterodoxo creen que a pesar del actual contexto de endeudamiento y reservas internacionales en estado crítico todavía sería posible utilizar el “ancla cambiaria”, es decir mantener un dólar apreciado. Esta visión es la que en su momento condujo a la proliferación de los llamados “cepos”, mote que disgusta, pero que sintetiza la sumatoria de restricciones cambiarias que evitan que el precio del dólar se ubique en el equilibrio resultante de su oferta y demanda reales. Lo paradójico es que los cepos se introducen para evitar devaluaciones, pero luego deben mantenerse para… evitar devaluaciones. No existe “salir del cepo sin devaluar”. De nuevo, es un esquema al que se entra para no devaluar y del que no se puede salir sin devaluar.
Los cepos generan además una consecuencia inmediata, dan origen a los dólares diferenciales, el oficial y los paralelos. Es absolutamente previsible que en escenarios de este tipo el comportamiento de los actores se oriente a tratar de conseguir dólares a valor oficial para venderlos a los valores paralelos. Dicho de otra manera, se generan incentivos negativos.
El resultado general fue que, a pesar de la sumatoria de superávit comercial de los últimos años más el período de gracia conseguido en la renegociación con los acreedores privados y el FMI, no fue posible acumular reservas. Y sin reservas no hay estabilidad cambiaria y, por extensión, no hay estabilidad macroeconómica. Luego, por más que se pase un tiempo sin repetirlo en el espacio público, si bien los cepos evitan parcialmente la salida de divisas, también dificultan enormemente la entrada, lo que en la práctica significa “autoexcluirse” de fuentes adicionales de dólares, como más IED (Inversión Extranjera Directa), dólares en el colchón de connacionales, o el vilipendiado “carry trade”, instrumento al que acuden todos los países cuando sus cuentas externas se lo demandan.
La crítica ramplona sintetiza estos procesos complejos en que los dólares están, pero son “fugados” por “los malos”. Lamentablemente la economía no funciona así, lo que en realidad existe es un sistema de incentivos que termina en la dolarización de los excedentes económicos frente a las dificultades derivadas de la pérdida de la función de reserva de valor de la moneda propia que, a su vez, es el producto de una inestabilidad macroeconómica secular. No es el dilema del huevo o la gallina, el huevo es el precio del dólar cuyo determinante último es su escasez relativa.
Hablamos de escasez “relativa” y no “absoluta” porque entre ambas existe la dimensión financiera. La pregunta, entonces, conduce a las fuentes de la escasez relativa de dólares. La respuesta es que la economía no genera los dólares suficientes para mantener estable el tipo de cambio. Podría ocurrir que la cantidad absoluta presente de divisas sea insuficiente, pero la dimensión financiera los supla. O al revés, podría ocurrir -como sucedió en los últimos años- que los dólares alcancen, pero que el orden macroeconómico evite que la economía los retenga. La conclusión preliminar sobre este punto es que no alcanza con resolver la escasez absoluta de divisas, es decir aumentar las exportaciones más que las importaciones, sino que se necesita superar los factores que la vuelven relativa, es decir construir un orden macroeconómico que retenga el excedente.
La economía local comenzó el siglo XXI con una crisis externa de proporciones a la que le siguió un ordenamiento macroeconómico que duró toda la primera década. Desde comienzos de la segunda década del siglo se vive en estado permanente de “administración de la restricción externa”. Hasta 2015 se administró gastando reservas internacionales. El macrismo lo hizo todavía peor por la vía del mega endeudamiento, lo que agravó la restricción con el regreso al FMI. La actual administración nació bajo el signo de la restricción, pero a pesar de que superó la escasez absoluta, no logró construir un modelo que supere a la relativa. El resultado se expresa en la persistente alta inflación.
El gran problema del presente pasa por “la verdadera desgracia”, una economía que depende del clima. El fenómeno de La Niña más una ola de calor de unas pocas semanas serán, sin exagerar, catastróficas para las exportaciones del agro pampeano y, por lo tanto, para el complejo agroindustrial y las cuentas externas. Como referencia, según las últimas estimaciones sectoriales, la cosecha de soja 22/23 podría caer hasta el 40 por ciento respecto de la 21/22. Las consecuencias de la sequía serán llover sobre mojado, aunque la expresión resulte poco feliz en el contexto. A una economía que venía con problemas de divisas se le sumarán nuevas grandes restricciones en la provisión de divisas. Tiene razón el presidente Alberto Fernández cuando dice que a su administración sólo le faltó lidiar con una invasión extraterrestre.
La caída exportadora traerá consecuencias económicas y políticas bien concretas. Entre las primeras destacarán: más inflación; por las dificultades para sostener el tipo de cambio, menos recaudación; por la caída en los tributos sobre las exportaciones, y menor nivel de actividad, por la caída de la demanda y de las importaciones. Entre las consecuencias políticas aumentará la conflictividad social y se profundizará la posibilidad de un cambio de signo de gobierno. Desde perspectivas maximalistas podría decirse que no importa quien gobierne si el plan será de todas formas el del FMI, desde la realidad efectiva lo más evidente es que los grados de libertad de la política económica dependieron siempre de la disponibilidad real de divisas, precisamente lo que mochará la sequía.