Cuando se escucha a los actores políticos del presente hablar sobre el pasado inmediato sorprende la desmemoria, aunque quizá se trate de algo peor. Como la economía local no tiene moneda, exporta poco en relación a lo que produce y además está muy endeudada, es más que lógico y esperable que el debate económico gire en torno a la cantidad de dólares disponibles y que de ese margen dependa, además, el nivel del tipo de cambio y, en consecuencia, la inflación. Es un debate conocido que solo se tomo un breve respiro durante la primera década del siglo.
Por eso el debate de fondo del presente es cómo hará el gobierno para hacer frente a los cerca de 25 mil millones de dólares de vencimientos de deuda en moneda extranjera que se producirán en 2025, los que además están concentrados mayormente en la primera mitad del año. El escenario se vuelve todavía más crítico si se suma lo que sucede en la estructura económica local cuando empieza a crecer, es decir lo que pasa con la disparada de las importaciones y, encima, en un contexto de mayor liberalización del comercio. Y ni hablar si se cumpliera la proyección de crecimiento del 5 por ciento del PIB contenida en el Presupuesto 2025 enviado al Congreso. Dicho sea de paso, salvo la persistencia poco probable de la estabilización por algunos meses más, no hay motores a la vista para que se produzca esta recuperación.
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Pero la cita a la desmemoria surge porque el país literalmente “se fumó” los períodos de gracia en los pagos de deuda conseguidos durante la gestión de Martín Guzmán. Es un tema del que nadie habla porque no resulta evidente a simple vista. Pero, a pesar de las críticas del camporismo a la renegociación con el FMI y los acreedores privados, crítica que también se usó profusamente para deslegitimar al gobierno propio, Guzmán consiguió, dentro de las limitaciones políticas muy estrechas a las que estuvo sometida su gestión, lo que se buscaba en la renegociación: postergar pagos, un período de gracia. Agréguese el dato accesorio de que a partir de ahora se disfrutará también de un beneficio del que fue gestor principal el ex ministro, la eliminación de los sobrecargos de intereses a los países sobreendeudados con el Fondo en relación a su cuotaparte. Se trata de un adicional de cientos de millones de dólares.
Vale recordar que, a pesar de la reescritura posterior, la propuesta del fallido Frente de Todos nunca fue el default ni romper con el FMI, la propuesta siempre fue renegociar para conseguir un período de gracia. Ahora bien, y este es el punto, la lógica de conseguir un período de gracia es que, liberada del yugo de los pagos, la economía aproveche el tiempo de alivio para recuperarse productivamente y volver a crecer de modo que, cuando finalmente llegue el momento de volver a pagar, se cuente con la capacidad de generar los recursos necesarios. Lamentablemente, y por eso decimos “se fumó”, esta recuperación nunca sucedió por múltiples razones y, por eso, en 2025 las alquimias de los financistas globales que hoy conducen la economía volverán a ser insuficientes.
En concreto: mientras el gobierno se jacta de una presunta y nueva súper consistencia de su esquema macroeconómico, todo sigue realmente atado con alambre. A pesar del súper ajuste más grande la historia, la deuda pública, tanto la nominada en moneda propia como en moneda dura, en pesos y en dólares, nunca dejó de crecer. Y como se sabe, una parte significativa del dibujado superávit primario del presente no surge solo de los hachazos al Gasto, sino de la postergación de una sumatoria de pagos a proveedores y finalmente, quizá lo más grave, es que el veranito cambiario y la baja transitoria del riesgo país, no tiene raíces reales, es decir, no se originan en la mejora en la situación de las reservas internacionales y del balance comercial, sino en los ingresos de dólares incentivados por el generoso blanqueo de capitales, que no se critica, pero que no debe olvidarse es una pistola de un solo tiro. Las inversiones, mientras tanto, siguen sin aparecer.
El freno relativo a la inflación tiene el mismo origen, no es el triunfo del fiscalismo, ni de una política monetaria restrictiva sino, como es propio de una economía sin moneda, de la estabilidad cambiaria conseguida por este ingreso circunstancial de divisas y que también da lugar a una revaluación tranquilizadora en el corto plazo y destructiva en el largo. De nuevo, todo el modelo está atado con alambre y la única creatividad de los hacedores de política es la evaluación permanente de cómo conseguir más financiamiento, sea del Fondo, de un pull de bancos contra garantías reales o por un boom de inversiones que nunca llegan.
La conclusión provisoria, además del evidente desperdicio del período de gracia que llega a su fin, es que la economía real no puede separarse de la necesidad de una macroeconomía ordenada, lo que quizá vuelva a ser, otra vez, la principal enseñanza de los fracasos de los gobiernos populares que desembocaron en nuevas experiencias neoliberales, con perdón de la palabra, y en el extremismo obtuso del presente. Pero sin economía real funcionando no hay alquimias macroeconómicas que funciones, la que debería ser la principal enseñanza para la sucesión de neoliberalismos fallidos que solo terminan aumentando el endeudamiento, el péndulo maldito de la historia local.
La segunda conclusión provisoria es que la economía es rehén del gran déficit de conducción de las clases dominantes, que siguen actuando de manera ultraclasista, identificando al Estado como único enemigo y creyendo ciegamente en el mercado, una visión que todas la bibliotecas económicas y experiencias históricas demostraron falsa. No existe desarrollo sin planificación y conducción de un Estado eficiente. Y más concretamente: no existe ni existió el desarrollo capitalista sin Estado. No verlo no es solo privilegiar los intereses de clase más cortoplacistas, sino vulgar pensamiento mágico que niega siglos de historia económica. Contra los deseos imaginarios de los nuevos profetas libertarios, el veranito no pasará del verano. Si entre los actores principales de las clases dominantes queda alguna lucidez ya deberían estar pensando en la reconstrucción del post mileismo. No hay modelo económico sostenible con la mitad de la sociedad en la pobreza y mucho menos cuando existe la memoria del bienestar. Esta es la razón por la que el capital global sigue mirando con curiosidad el experimento libertario, pero de invertir ni hablar.