En el blanqueo del 2017, a cambio de un pago del 10% del monto blanqueado perdonamos cualquier condena penal futura y condonamos toda deuda fiscal potencial.
Si suponemos, sin demasiada imaginación, que era por lo general dinero proveniente de ganancias no declaradas y con varios años de antigüedad, podemos decir que el costo para el estado por visibilizar activos superó el 50% de la deuda fiscal reclamable a ese momento, si incluyéramos ganancias, bienes personales, mora y punitorios.
El único fin de esta cuenta es para considerar que no dudamos de la razonabilidad de ceder la parte del león de la deuda fiscal con tal de ganar visibilidad sobre un activo hasta entonces en negro.
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Pero entonces, ¿porqué no ofrecer una retribución en proporciones parecidas a quienes nos asistan en visibilizar activos no declarados?. Porqué no ofrecer a quien logre con su denuncia que ganemos visibilidad sobre activos en negro llevarse p.ej 50% del monto total que el fisco logre obtener? Un fuerte estimulo a que cualquier ciudadano, en presencia de un delito o de la sospecha de uno, actúe en beneficio de su comunidad y, porqué no, también de si mismo.
El IRS, el fisco de EEUU, tiene un muy estimulante plan para soplones a quienes les ofrece hasta 30% de lo recaudado. En sus 13 años de historia pagó 1.000 millones de dólares en premio y logró recaudar 6.000 millones. Además del efecto disciplinador sobre el resto que es incuantificable. (Según informe 2020).
La SEC, la comision nacional de valores de EEUU, tiene otro plan tan agresivo y aún más publicitado. Para ambas agencias, el plan de delatores, con sus costos de administración y los suculentos premios entregados, son enormemente rentables. Además del efecto virtuoso sobre la comunidad, tanto de quienes corrigen su accionar como de quienes ven penalizados a quienes no lo hacen.
La eficacia del plan de delación reside no solo en el monto de los premios efectivamente pagados sino en la difusión que se haga, tanto del plan como de los felices ganadores.
En la versión argentina podríamos enfatizar la inclusión en el plan de denunciantes en el extranjero. Así cualquier encargado de edificios en Miami que quisiera denunciar a propietarios argentinos de quienes sospecha que esconden su activo, podría hacerlo y, quién sabe, terminar siendo él el propietario.
También podríamos interesar a algún gerente de banco suizo que quiera colaborar con la construcción de escuelas y hospitales en la Argentina, además de colaborar con la construcción de su propia mansión sobre el Mediterráneo, e invitarlo a denunciar aquí las cuentas en negro que administre allí. Lo recibiríamos con fanfarrias y una pequeña fortuna en efectivo. (Aunque viendo el poco interés que despertó la denuncia de Hernán Arbizu, ex gerente del JP Morgan, que duerme en un cajón desde hace más de 10 años, quizás debamos incluir a los jueces en el plan de incentivos para aquellas denuncias que rocen a las grandes fortunas argentinas).
En todo caso, la clave es ser muy generosos con quien nos beneficie denunciando a terceros. Obscenamente generosos, como lo hemos sido con los que se auto denunciaron en el blanqueo 2017.
Es raro que en un país que se ha mostrado tan ávido por la figura del arrepentido, que es confiar en un delincuente confeso que entrega a un tercero para aliviar su condena cuando no además por dinero, no hayamos implementando con fuerza, ni siquiera explorado diría, la figura del delator, ese ciudadano honesto que entrega a un tercero por simple compromiso cívico y una pizca de codicia.
- Probablemente veríamos beneficios incluso antes de la primera denuncia exitosa, por el simple efecto disuasivo de la incertidumbre.
- ¿Puedo confiar en la recepcionista de ese broker de Luxemburgo si su infidelidad puede hacerla inmensamente rica?
- ¿Puedo confiar en ese honesto contador local, si su infidelidad puede garantizarle una jubilación de oro?
- ¿Puedo confiar en ese noble jardinero de punta del este, si una simple denuncia por la web puede significarle quedarse con toda la casa para sus hijos?
- El temor a ser visto por los demás suele catalizar una rápida conversión de nuestras debilidades en virtud.
- Si la SEC y el IRS lo hacen con éxito hace décadas, no parece haber ninguna razón para que la AFIP y otras agencias de gobierno no lo pongan en práctica.