Exploración offshore: hacia un ambientalismo y un desarrollo libres de blanquitud

19 de enero, 2022 | 00.05

El concepto de negritud fue creación del haitiano Jean Price-Mars, en 1928, como una categoría que se proponía realizar un inventario coherente de la herencia africana en Haití, al tiempo de enraizar el pensamiento y el arte frente a la ocupación yanqui y a una burguesía que se proponía ficcionalmente incolora y cosmopolitamente francesa y occidental.

La idea de negritud, que fue recontextualizada en clave socialista por los revolucionarios Jacques Roumain, Aimé Casaire, René Depestre y tantxs otrxs, no supone un “esencialismo cultural negro” o una “cultura africana”, sino que articula la historia del desarrollo económico y social, las condiciones de vida del pueblo, su sometimiento, sus luchas y potencialidades liberadoras social y nacionalmente, para poner en relación aquello que hoy muchas veces se denomina como interseccionalidad: la clase, la raza y el género como la marea por dónde se despliegan las relaciones sociales. Y nunca mejor dicho marea, cuando se trata de reflexionar respecto de aquello que ocurre en el mar.

A fin de 2021, se dio a conocer una resolución del gobierno de avanzar con la exploración offshore en el mar argentino “frente” a Mar del Plata, la ciudad balnearia que pasó de ser la pretensión burguesa de “Biarritz, la blanca argentina” al paradigma de la clase obrera conquistando vacaciones pagas. La sola idea de explorar el mar con fines hidrocarburíferos produjo una catarata (más metáforas acuáticas) de acusaciones, debates y movilizaciones que se derramó en medios y redes sociales. La polémica se ubicó semánticamente entre el ambientalismo y el desarrollo, aunque con la polisemia propia de dos ideas tan contundentes como imprecisas. De esta polémica ambientalismo-desarrollo participan un montón de organizaciones y dirigentes políticos, sociales y culturales: desde el intendente -y ex ministro de (in) seguridad- macrista de Mar del Plata, Montenegro y Greenpeace, hasta el gobierno nacional y personalidades de la cultura. Esta variedad de voces será condensada para este artículo en dos: el manifiesto #Mirá y las notas/twits de economistas proclamadxs o autoproclamadxs desarrollistas.

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El manifiesto #Mirá plantea que con la intencionalidad de exploración hidrocarburífera en el mar se llega a un punto límite respecto de lo que denominan “extractivismo”. Alguxs de lxs firmantes (otrxs claramente no) ya hace tiempo insisten con que los procesos políticos que signaron la primera década y media de este siglo se reducen a un “modelo de acumulación extractivista”. Esa parte por el todo torna incomprensible esa década y media con la salida de la pobreza de millones de personas; la extensión de la educación, incluyendo la universidad; la disputa por porciones de soberanía, incluyendo la reestatización de empresas privatizadas y/o la declaración de bien público de determinados servicios; la democratización del poder político; entre otras transformaciones, que no fueron homogéneas en Nuestra América, pero que signaron sin duda un modo de concebir la política y la sociedad para este siglo.

Esa misma parte por el todo fue la que hizo que más de una siguiera de largo sin poder siquiera comprender que en Brasil o Bolivia se estaba desarrollando un golpe de Estado.

En este #Mirá se propone de algún modo que el gobierno está “subsidiando el ecocidio” pidiéndonos que hagamos la vista gorda a la pobreza, lxs niñxs con glifosato, los humedales, los animales, los pueblos originarios y un listado amorfo de sufrientes de todas las especies por igual y sin solución de continuidad. Pero a decir verdad, esta crítica al gobierno propone que bajo la lógica de la visibilización se modifica aquello que ellxs dicen mirar. Una propuesta contemplativa con un sentido conservacionista (¿conservador?). Frente al ecocidio que observan, no proponen más que lo que ya vienen planteando y que -digamos todo- poco tiene de propositivo. Pero probablemente lo que más llama la atención es la blanquitud de las firmas: una proclama ambiental que describe problemas diversos de la sociedad, la ecología y la política, donde no aparecen -oh, casualidad- lxs trabajadores, ni la desigualdad social ni nada que se parezca a articular un sujeto explotado y oprimido por su condición de clase, de raza y de género. Una proclama despojada de negritud y repleta de sentidos comunes sobre la tierra que habitamos. Sentidos comunes que, por cierto, hacen como que cuestionan las coordenadas colonialistas e imperialistas, pero reproducen la lógica de conservacionismo que impide que todxs disfrutemos de los beneficios de la modernidad, excepto lxs blancxs. Conservemos nuestras riquezas naturales (les dicen bienes comunes, aunque las vaquitas son ajenas) con el fin de evitar por todos los medios que en nuestros territorios se produzca aquello que precisamos y en nombre de la biodiversidad no hay trabajadores ni desigualdad social.

Por otro lado, aparecen voces provocadoras del lado del desarrollismo. Antes de meternos de lleno, vale recordar lo que implicó el desarrollismo en nuestro país: ingreso de monopolios yanquis y plan represivo CONINTES. Es importante recordarlo, porque allí dicen inscribirse algunxs que se autoproclaman peronistas y/o antiimperialistas.

¿Por qué voces provocadoras? En primerísimo primer lugar, porque plantean que lxs ambientalistas son violentxs y de algún modo justifican la represión contra las luchas ambientales. Todavía están calientes las protestas en Chubut contra la definición del Concejo Deliberante de dudosa democracia -como mínimo-, de modificar los criterios de  zonificación para llevar adelante iniciativas mineras en la estepa. Arcioni, el mismo gobernador massista que no le pagó a lxs docentes por años y reprimió con un bravucón como secretario de seguridad adepto a rituales filo nazis, tuvo que dar marcha atrás con la medida. Pero frente a la represión policial, lxs economistas desarrollistas lo justifican por “atentados a la propiedad y bienes públicos”. Muy poca creatividad y nada de originalidad para construir un enemigo interno.

Además de este reforzamiento de la idea del Estado en tanto monopolio de la fuerza, este grupo plantea que el ingreso de divisas es el ABC del desarrollo y que, en ese sentido, diversificar lo exportable otorga más posibilidades de desarrollar al país. Esa diversificación necesaria niega mayormente el conflicto ambiental, el calentamiento global, la crisis climática, o lo reduce a un problema exclusivo de transición energética. Para ello discute con el otro grupo acerca de la capacidad del Estado para regular. Y francamente, no discuten mucho más. Lo que para el otro grupo era la biodiversidad, para este lo es el Estado: entelequias.

Qué significa desarrollarse, a quién y cómo beneficiaría, qué aspectos productivos habría que enfatizar para industrializar en nuestro territorio, cuál es la relación con el resto de Nuestra América y por qué, son aspectos que parecen no importar. Pareciera que con la noción de desarrollo sustentable se resuelve, aunque sea una idea que inventaron quienes requieren sostener (hasta perpetuar) sus negocios, pero colorearlos de verde.

Hay que decir que para lxs economistas desarrollistas, la restricción externa es la causa del subdesarrollo. Hubo dólares a -millones- del préstamo del FMI que tomó Macri y con ellos, evidentemente, no solo no hubo ninguna resolución de los problemas del desarrollo, sino un aumento de la desocupación, la capacidad ociosa industrial y la pobreza. Y la represión, claro está.

El asunto es por qué una gran empresa como Shell o Equinor permitiría que esos dólares no corran la misma suerte que el préstamo del FMI. Para lxs economistas desarrollistas el ingreso de divisas nos permite crecer, pero la disputa por la apropiación de esos dólares no la ponen en la cuenta, a menos que estemos ante un tipo de teoría del derrame 2.0.

Con lo cual, el ingreso de dólares no es la receta: algo se cuece en la política. Seguro que en esto estamos de acuerdo. Pareciera que entonces donde hay política, hay un problema de relación de fuerzas, es decir, de proyecciones, intereses, posibilidades y necesidades. El asunto está entonces en ponernos de acuerdo sobre de qué fuerzas estamos hablando. Al final, este es el punto en el cual la blanquitud de unxs y otrxs se encuentra: el único sujeto social que existe es la burguesía, en su forma de gran empresa monopólica y en su forma estatal. Para estxs economistas desarrollistas, su versión de la economía incluso niega, invisibiliza, a quienes trabajan y producen la riqueza, la energética y todo aquello que el blanquismo ambientalista niega necesitar y -porqué no- desear.

Estamos en una crisis del capitalismo sin parangón. Esto significa que el modo en el cual las relaciones sociales se configuran de forma dominante no puede resolver las necesidades básicas de la mayoría de la humanidad, que habita países que fueron y son largamente colonizados y sometidos por la blanquitud, la misma que no puede abordar una relación con el conjunto del planeta sin agresión y depredación. En esta marea, las búsquedas por resolver las desigualdades e injusticias nacen infructuosas si se sigue mirando exclusivamente la técnica, la tecnología y la industria, y las asimilan al rol de lxs propietarixs, que son quienes precisamente hace cuatro siglos que demuestran su incapacidad de resolver más que su propio interés y su propia supervivencia.

A este debate entre ambientalismo y desarrollo le falta un sujeto social. Un sujeto clave que la blanquitud cosmopolita niega. Lxs trabajadores y el pueblo están ausentes en ambas miradas.

Hace falta un sujeto transformador que mire el mar, vea las inmensas riquezas que allí se encuentran y pueda tomar la decisión de quién, cuánto y cómo hace falta producir, en función de sus necesidades y deseos, para disfrutar todxs -y no unxs pocxs- de los beneficios que nos deja la modernidad y desechar aquello que solo es desperdicio. Un sujeto transformador que recupere su fortaleza ante la restricción externa no solo de dólares, sino de empresas, países y organismos internacionales, volteando su mirada hacia Nuestra América, para exigirles términos de intercambio justos, con soberanía y justicia verdadera.

Democraticemos este debate para construir un ambientalismo y un desarrollo libres de blanquitud.