Por estos días se generó un muy rico debate en torno a un problema que en las últimas décadas fue olvidado por “la casta”, es decir por la clase política realmente existente. Hablamos de “modelos de desarrollo”. No se polemiza aquí con ninguno de los artículos que dispararon el debate, porque los contenidos no son en absoluto novedosos, sino que estuvieron en el aire del debate político y económico de las últimas décadas. Lo “nuevo”, en todo caso, es precisamente volver a debatir modelos cuando se habla de desarrollo.
Pero para no hablar en el aire, y establecer un punto de partida, digamos que el cordobesismo, en busca de su economía política, se inventó un espacio geográfico, la “región centro” sobre la cual asentar un ejemplo de modelo de desarrollo, una suerte de “empresarialismo” de vanguardia, shumpeteriano, construido sobre un sector, el agro pampeano, cuyo último salto de productividad real y concreto, con prescindencia de sus potencialidad, se produjo hace más de dos décadas, cuando con el paquete transgénico -semillas y fitosanitarios más siembra directa- se bajaron costos, se expandió la frontera agrícola y se produjo una “agriculturización” que expulsó a la producción pecuaria afuera de la zona núcleo y avanzó hacía la ganadería industrial.
Estas transformaciones, iniciadas a mediados de los años ’90, dieron lugar a una importante diversificación del sujeto social agrario, ya que los aumentos de las necesidades de escala de la producción, y otros fenómenos secundarios que no se analizan aquí, promovieron el surgimiento de una gran variedad de empresas de servicios agrarios que diversificaron la estructura de clases y la vida urbana en las regiones. Hace décadas que el agro dejó de ser solo las veinte familias de la vieja oligarquía, sus capataces y peonada. No es el mundo que describen personajes como Guillermo Moreno. La expresión política de este proceso no fue sólo el cordobesismo, que lo supo interpretar, sino también y especialmente, el macrismo. Creer que aquí se encontrarán las raíces del nuevo pensamiento nacional es por lo menos ilusorio. Lo que no se le puede negar a este modelo es su rol central en cualquier proceso de desarrollo económico futuro, pero sin perder de vista sus grandes limitaciones. Una de ellas invita a recordar el pacto Roca – Runciman: la demanda externa podría desaparecer progresivamente. Hoy todos los países, empezando por China, están buscando su abastecimiento y subsidian fuertemente sus producciones. En concreto, confiar el futuro de la economía sólo a exportaciones agropecuarias no parece ser la opción más inteligente a mediano plazo.
En el debate, junto a la reivindicación de la zona centro --como se dijo, el cordobesismo buscando su economía política-- se planteó una suerte de nuevo antagonismo con los otros modelos de desarrollo posible. Si en el centro se encuentra el agro de vanguardia, la franja amarilla de las elecciones de 2015, la minería y los hidrocarburos serían el “modelo cordillerano”, por la ubicación de las provincias productoras. Increíblemente, desde la región centro acusada por el falso ambientalismo de ser un “desierto verde” expulsor de población, envenenador de acuíferos con glifosato y deforestador, se trata al “modelo cordillerano” de “extractivista”, como si, en contraposición, la palabra “bio” precediendo a cualquier actividad productiva fuese patente de virginidad ambiental. Luego, por dinámico que sea el sector, por más que existan empresas biotecnológicas de vanguardia, Gustavo Grobocopatel no es Steve Jobs.
El tercer modelo sería una anomalía propia del conurbano del AMBA, pero también extensible a todos los conurbanos de las grandes ciudades, de Rosario a la mismísima Córdoba. Los conurbanos serían la representación misma del atraso y del pasado, el espacio de los restos de la Industrialización Sustitutiva que todavía resisten, un pasado llamado a ser subsumido y superado por la pujanza de las nuevas actividades dinámicas.
Decimos que más allá del debate reciente no hay nada nuevo bajo el sol, porque lo que se expresa como los “tres modelos” define en realidad la base de la estructura económica del país, que puede sintetizarse de manera esquemática en los restos de la industrialización inconclusa, abundantes recursos naturales no renovables, y un sector agroexportador de vanguardia. Lo que tienen en común los tres sectores es que, en el pasado, más allá de las hegemonías transitorias, ninguno fue capaz de liderar al conjunto. El sector agroexportador no alcanza para generar empleo en una economía que pronto sumará 50 millones de habitantes. Los sectores hidrocarburífero y minero, en especial a partir del nuevo RIGI, son los que seguramente darán lugar a economías de enclave, con escaso desarrollo de entramados productivos locales. Y en tercer lugar, es absolutamente cierto que la industria más mano de obra intensiva necesita altos niveles de protección para poder compatibilizarse con las necesidades del resto de la economía. En algún momento habrá que elegir cuáles serán los sectores industriales viables y concentrarse en ellos. La protección de la industria naciente debería ser, lo es por definición, un proceso temporalmente acotado. Finalmente, compatibilizar las diferencias de productividad del campo y la industria fue el debate central sobre el desarrollo de la Argentina del siglo XX, a la que el siglo XXI obligará a sumar la explotación más ambiciosa de los recursos naturales no renovables.
Uno de los grandes déficits de la política local en lo que va del siglo XXI fue la falsa contraposición entre producción y distribución. Se define como “distribucionista” a la corriente que cree que los problemas de la economía se reducen al retroceso en la distribución del ingreso. El contexto es que desde hace más de una década el PIB per cápita, es decir el equivalente al conjunto del ingreso que se distribuye, está en contracción y es sumamente complejo mejorar el reparto cuando la torta se achica.
El principal problema macroeconómico desde que el producto se estancó fue, en apariencia, la inflación. Pero la inflación es en realidad una consecuencia de la falta de divisas que impide alcanzar la estabilidad cambiaria. En términos más generales, la inflación es un subproducto de la restricción externa, que además le pone límite al déficit interno, el fiscal. Se incurre en déficit presupuestario porque se intenta expandir el Gasto, pero la expansión del Gasto hace crecer el producto y las importaciones. Si las exportaciones no acompañan se alcanza rápidamente un techo. Tal la raíz esencialmente productiva del problema y la razón por la que el desarrollo debe sumar a los tres modelos. Esquemáticamente se necesita de la “empresarialidad” y la dinámica del “modelo del centro”, de las divisas que puede generar el “modelo cordillerano” y del empleo que puede generar el “modelo de los conurbanos”, que no es otra cosa que el desarrollo industrial. La síntesis provisoria es la necesidad de un plan productivo y económico que compatibilice las necesidades de los tres modelos, que en principio parecen incompatibles. En el camino se necesitarán renuncias a beneficios exclusivamente sectoriales y la construcción de consensos entre las tres partes, sin que ninguna niegue a la otra.
Para dejar de ser percibida como “casta”, la dirigencia política opositora necesita renovarse y ofrecer a la sociedad un plan de desarrollo superador. No alcanza con presentar a Milei como la representación del mal absoluto y sentarse a esperar su seguro fracaso. El campo nacional popular necesita un plan de futuro, necesita sus “Sturzeneggers” redactando leyes, que esta vez exista la hoja de ruta para el día después.-