Existe un dato muy relevante de los comienzos del macrismo que casi nadie recuerda, pero que encerraba la clave de lo que sobrevendría. Rememorar esta etapa también es hacerlo con su contexto propagandístico. Eran tiempos en que abundaban las fotos límpidas sobre el césped, los pantalones beige y las camisas celestes y rosadas. A los nuevos funcionarios se los veía seguros y optimistas. Y con razón, venían a concretar “la revolución de la alegría”, con fiestas de estudiantina, globos amarillos y música de Chano Charpentier. Luego, cuando llegaba la hora de la seriedad, mostraban gráficos con proyecciones prometedoras, siempre ascendentes para la producción y descendentes para la inflación. El país estaba a las puertas de un mundo feliz. Sin embargo, en todas las planillas reaparecía un dato discordante en el que nadie se detenía: el aumento proyectado por años del déficit de la cuenta corriente del balance de pagos.
Esté déficit externo representaba la variable no explícita del modelo y al mismo tiempo la que lo constituía. Todos los economistas más o menos conscientes del verdadero funcionamiento de la economía local sabían y saben que el aumento de la producción demanda dólares y que si no se cuenta con esas divisas la economía simplemente se frena vía el conocido círculo vicioso “devaluación, inflación y caída de los ingresos y de la demanda”. Dejando las intenciones de los funcionarios de entonces y concentrándose en el discurso económico que sustentaba el descuido de aquel déficit, los economistas cambiemitas sabían tres cosas. La primera que los años kirchneristas habían dejado una economía desendeudada. La segunda que el capital financiero internacional conocía esta realidad y ya había detectado la oportunidad de negocios. Y la tercera era que los propios funcionarios macristas eran mayoritariamente pertenecientes al mundo de las finanzas y, por ello, sabían que un gobierno que se presentase como “pro mercado”, como suele escribirse en la prensa financiera global, podría en las circunstancias de entonces acceder rápidamente a los dólares financieros.
Lo que creían estos economistas tenía lógica interna. La idea era poner en marcha la rueda del crecimiento financiando la primera etapa con deuda y dólares financieros para que, en un segundo momento y producto de lo que presuntamente serían las nuevas condiciones de la economía local, comience un ciclo de entrada de capitales productivos, la ansiada “lluvia de inversiones”. El detalle no incorporado por esta secuencia fue que, si bien la remanida “confianza de los inversores” siempre juega su papel en el movimiento internacional de capitales especulativos, las inversiones productivas necesitan también de algo más, como por ejemplo una demanda pujante y, en menor medida, un escenario de relativa estabilidad en las condiciones macroeconómicas, marco que el macrismo nunca generó y que comenzó a quedar en evidencia hacia fines de 2017.
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El resultado concreto fue muy diferente. Luego de endeudarse a niveles récord, con la excusa sonsa pero efectiva del “gradualismo”, el flujo de entrada de capitales se cortó definitivamente. El ciclo de endeudamiento macrista fue el más intenso de la historia local, pero también el más corto. Previsiblemente desencadenó una nueva crisis externa y provocó la desgracia final de regresar al FMI. Para la derecha local “volver al mundo” siempre significó quedarse en el lugar de la división internacional del trabajo que las potencias occidentales esperaban para países como la Argentina. Y para quedarse en ese lugar, el nuevo endeudamiento con el FMI significó volver a perder los grados de libertad necesarios para una política económica que avance hacia la transformación de la estructura productiva, es decir hacia el desarrollo.
El verdadero éxito del macrismo fue la reconstrucción de la dependencia, proceso que significó volver a aumentar los niveles de pobreza y pulverizar los ingresos de los asalariados. Por eso la sociedad, a través del instrumento del Frente de Todos, lo eyectó del poder. El macrismo se quedó sin absolutamente nada que reivindicar de su gobierno. Las palabras de su líder afirmando que haría más de lo mismo, pero más rápido resultan imposibles. Ya no podría endeudarse desaforadamente ni tampoco podría seguir ajustando los ingresos de los trabajadores sin provocar un estallido.
Por eso en esta campaña la fuerza política que sustentó la experiencia 2016-19 se vio obligada hasta a ocultar su nombre. Incluso la ex gobernadora bonaerense debió volver a cambiar de distrito sin que nadie advierta el papelón del escape. La vieja derecha ya ni siquiera puede recurrir al discurso moralista o a acusar de ladrones y corruptos a los otros. En su gobierno se descubrieron, sólo por citar los hechos más escandalosos, las relaciones carnales con los buitres, las campañas de desprestigio como la de Cambridge Analítica, la mesa judicial para perseguir opositores, tanto políticos como empresarios, el blanqueo de capitales para familiares, el intento de autoperdón de deudas, el fideicomiso con vista de águila, los papeles de Panamá, los negocios con las autopistas y los parques eólicos. El macrismo ni siquiera se privó de apoyar un golpe de Estado hasta con el envío de armas.
Las sociedades pueden equivocarse, incluso tropezar más de una vez con la misma piedra, pero finalmente no comen vidrio. Por eso todo el “cambiemismo” o el “juntismo”, o como finalmente termine autodenominándose con tal de disociarse de su propia historia, se desespera hoy por hablar de cualquier cosa menos de política. Desde hace semanas, de la mano de su voluminoso y carísimo aparato comunicacional, se aferra con uñas y dientes a una foto desafortunada. Su única apuesta consiste en intentar capitalizar como sea el descontento social que surge de casi un año y medio de pandemia, situación extraordinaria que obligó a dejar en pausa la reconstrucción de todo lo destruido en 2016-19. Para ello su estrategia demanda ocultar su nombre, trasladar dirigentes entre jurisdicciones y, sobre todo, en no hablar de política. Mientras tanto el gobierno debió renegociar la deuda con privados y acordar con el FMI un borrador que se completará antes de fin de año. Es decir, debió renegociar las deudas heredadas que condicionan toda su política económica. En el camino contuvo la pandemia, amplió el sistema de salud, especialmente las camas de terapia incentiva, asistió hasta donde pudo a la población más afectada y a las empresas en la etapa más dura de las restricciones. En economía comenzó a reconstruir el sistema de defensa a través del Fondef, recuperó IMPSA, aumentó fuertemente la producción de hidrocarburos, inició una política industrial con sustitución de importaciones y expandió la inversión pública, lo que ya se siente en la construcción y en varias ramas industriales. Finalmente, ya en 2021, comenzó a estabilizar la macroeconomía. Y a pesar de la heterogeneidad de fuerzas que se necesitaron para ganar las elecciones de 2019, en la mayoría de las áreas de gobierno existen planes ya en marcha que garantizarán que los últimos dos años del actual período serán de crecimiento sostenido y un punto de inflexión frente al pasado reciente.