Si usted, lector, no opera en los mercados, si no está mirando el día a día del movimiento de bonos y acciones, quizá sólo advierta que algo anda mal cuando se dispara el precio del dólar. Sin embargo, en las últimas semanas, no solo se disparó el dólar, sino que se inició uno de esos fenómenos profundos que definen los puntos de inflexión de los planes económicos: las inversiones empezaron a perder en dólares y en consecuencia comenzaron a liquidarse posiciones. Traducido: los tenedores de bonos y acciones comenzaron a vender sus papeles, lo que impactó en sus precios. Cada vez que usted lea o escuche en los medios de comunicación que aumenta el “riesgo país”, lo que está sucediendo en los mercados es que cae el precio de los bonos de deuda pública, lo que significa que aumenta la tasa implícita de ese endeudamiento. Los grandes operadores del mercado pueden aplaudir en público al presidente, reírse de sus morisquetas y de las inflexiones de su humor, pero ello no significa que estén dispuestos a perder dinero por sus simpatías anti Estado.
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En este espacio ya se dijo que, desde el análisis macroeconómico, la tasa de interés de referencia, la que determina el BCRA, debe compararse siempre con los rendimientos de las inversiones, pero medidos en moneda dura. En los últimos meses la tasa había sido descendente, crecientemente negativa para las inversiones en pesos, pero positiva cuando los rendimientos se medían en dólares. Según reseñó en su último informe la consultora Audemus, ocurrió en febrero, marzo y abril, pero dejó de suceder en mayo. La causa fue que el exceso de confianza oficial llevó a decidir una nueva contracción de tasas a mediados de mayo, bajo el supuesto de que con ello se recortaba la creación de dinero endógeno. El resultado fue que el dólar se despertó y pegó un salto alcista. Y cuando los rendimientos en dólares comienzan a ser negativos lo que sucede es que desaparece la magia de “la confianza de los mercados”. Es duro decirlo, pero los puntos de inflexión en la evolución de los modelos económicos no aparecen por los aumentos de la pobreza y la indigencia, sino por la caída en divisas de las ganancias financieras. Es otra magia, la del capitalismo, un dato ineludible para cualquier hacedor de política.
Cuando la economía se lee en clave puramente política, como hizo el oficialismo, puede caerse en el espejismo de creer que los ruidos en los mercados son primero políticos. Por ejemplo, que son la consecuencia de los traspiés en el Congreso, desde la demora en la sanción de la kilométrica ley “bases”, hasta la unificación de la oposición para mejorar los ingresos podados de “la casta de jubilados y pensionados”. Si bien es verdad que la credibilidad de cualquier plan económico incluye su viabilidad política, lo que está sucediendo es la inversa: la creciente conciencia de los actores sobre la inviabilidad económica interfiere la construcción de la viabilidad política, limitación a la que se le agrega la literal falta de política, con un presidente insultando a todos aquellos con los que debería construir consensos. El rey todavía no está desnudo, pero sus ropas ya son traslúcidas.
El aumento del riesgo país es un efecto, no una causa, pero tratándose de “los mercados” el ciclo se retroalimenta. En el actual estado del programa económico, el cambio de humor de los operadores se traduce inmediatamente en el refuerzo de las presiones cambiarias, es decir en el aumento de las expectativas de devaluación. Si las reservas internacionales del Banco Central ya eran bajas, el destino de la renovación del swap con China suma incertidumbre. Y si usted es un tenedor de dólares y no los necesita para “el giro ordinario de sus negocios” su conducta esperable es que se los guarde. A juzgar por las liquidaciones de las exportaciones del agro, que en mayo estuvieron por debajo del promedio histórico para el mes, es lo que está haciendo el campo. Y no lo hace porque sean un cúmulo de “agrogarcas” contumaces, sino por simple conducta racional ¿por qué vender barato hoy lo que sin dudas se podrá vender más caro mañana?
La síntesis provisoria de los sucesos en curso es la dificultad evidente del gobierno para alinear las principales variables de su modelo: tasa de devaluación del dólar oficial, tasa de interés y tasa de devaluación de los dólares paralelos, cuyos senderos no son convergentes y, por lo tanto, demandan algún tipo de corrección más bien urgente.
Comportarse dogmáticamente frente a una realidad dinámica es una desgracia. No debería hacer falta repetir algo que ya se dijo muchas veces en los últimos años, especialmente desde el campo de los economistas profesionales: cuando una determinada administración se demora o es reacia a introducir los cambios necesarios, los cambios ocurren de todas maneras, pero en forma anárquica, empujados por las fuerzas del mercado. En una economía capitalista periférica en un mundo con movilidad de capitales, la voluntad política está sujeta a las leyes económicas y nunca al revés, como algunos administradores desearían. El gobierno, por boca del presidente, dijo que “la foto del presente es horrible, pero la película es maravillosa”, sin embargo, si se proyectan hacia el futuro las variables del presente, se descubrirá que también la película podría ser horrible.-