El triunfo del topo y la amenaza de la gran depresión

La mirada fiscalista contable del recorte del gasto solo engendra recesión y, si la perspectiva dictada por el dogma persiste, se avanza hacia una gran depresión económica.

04 de agosto, 2024 | 00.05

Según reseñó el último informe semanal de la consultora Sur Americana Visión, la recaudación de julio cayó, en términos reales, el 8,1 por ciento interanual. Si se computan los primeros 7 meses del año, la caída acumulada fue del 6,9 por ciento. Los números pueden decir más o menos, pero créame lector, esta caída de la recaudación es “un montón” y es el mejor indicador indirecto, “proxy”, de la profundización de la recesión, la principal amenaza para cualquier economía porque sus efectos, sostenidos en el tiempo, son devastadores para las condiciones de vida de la población. Los datos ya observados de caída del consumo masivo y de aumento exponencial de la pobreza son un adelanto. Según surge de la actualización de la base de microdatos de la EPH, difundidos este viernes, el nivel de pobreza ya superó el 50 por ciento de la población. Sin guerras ni cataclismos naturales, La Libertad Avanza, sin prisa, pero sin pausa, hacia la catástrofe social.

Pero volvamos a la recaudación y detengámonos en las relaciones causa - efecto que desvelan a cualquier interesado en el pensamiento lógico. Dicen los defensores del modelo en curso, junto a toda Corea del centro, que una de las grandezas del mileísmo es que ahora “toda la sociedad”, oficialista y opositora, descubrió la importancia de los equilibrios fiscales. Semejante afirmación demanda atención. En este espacio, siempre que se trató la materia fiscal y presupuestaria se dijo lo mismo, a saber: la economía no es contabilidad, los agregados macroeconómicos, las variables, deben analizarse de manera dinámica, no estática. El gasto del sector público es uno de los componentes de la Demanda Agregada, es decir del conjunto de la demanda de toda la economía. Cuando aumenta el Gasto aumenta la demanda y su efecto es el crecimiento del PIB. Cuando la economía crece, la recaudación de impuestos crece más que proporcionalmente, lo que significa que aumentan los ingresos del sector público. La conclusión más evidente parece contra intuitiva: Uno de los caminos para alcanzar el equilibrio fiscal, si se considera como dada a la estructura impositiva, es el crecimiento económico. Y una de las maneras de crecer es expandir el Gasto.

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Lo dicho no es una opinión, es teoría económica elemental, que, como se dijo, no es lo mismo que la contabilidad. Por supuesto, concluir que para recaudar más hay que gastar más no es una invitación a expandir el Gasto sin ton ni son. El crecimiento económico depende de contar con las divisas necesarias para la expansión, por lo tanto el límite real para la expansión del Gasto es la disponibilidad de divisas.

Dadas las restricciones, entonces, el “buen” hacedor de política persigue que la actividad económica se mantenga en el máximo posible dados los recursos disponibles. Luego, como sostiene una de las máximas de la principal fuerza opositora, “gobernar es crear trabajo”. La conclusión provisoria, entonces, es que la buena teoría indica que se debe expandir el Gasto hasta el máximo que la disponibilidad de divisas lo permita con el objetivo de maximizar la producción y el empleo y, en consecuencia, el bienestar de la población.

Ahora bien, puede ocurrir --como efectivamente sucedió-- que se haya gastado durante algún tiempo por encima del límite dado por la disponibilidad de divisas, lo que provoca, por la vía cambiaria, un proceso inflacionario persistente. Llegado este punto, la inestabilidad macroeconómica generada demanda un “ajuste”, es decir volver a adaptar la demanda agregada a los recursos disponibles mientras se reacomodan los precios relativos. 

Considerando la realidad del presente, importa pensar lo que sucede cuando se inicia el proceso de ajuste, es decir cuando se sigue el camino de la reducción del Gasto. En materia económica existe la ciencia, pero también existen los dogmas. Uno de estos dogmas es el que sostiene que la única manera de alcanzar el equilibrio presupuestario perdido es por la vía contable, es decir, ajustando el Gasto a la recaudación.

Para los legos parece el camino más lógico, porque es similar a la contabilidad de una empresa o de una familia. Se supone que, si ese excluye la existencia infinita de crédito, no se puede gastar más de lo que ingresa. Pero en el sistema económico las cosas no funcionan de esta manera, sino según la inversa de la secuencia reseñada al comienzo. La baja abrupta del Gasto se traduce rápidamente en caída de la actividad económica y, en consecuencia, en caída de la recaudación. En consecuencia, si se quiere sostener el equilibrio fiscal lo que debe hacerse es volver a reducir el Gasto, lo que lógicamente significa ingresar en una espiral recesiva de nunca acabar. La mirada fiscalista contable solo engendra recesión y, si la perspectiva dictada por el dogma persiste, se avanza hacia una gran depresión. Casualmente el keynesianismo --que los libertarios odian sin saber de qué se trata-- fue, en la década del 30 del siglo pasado, el instrumento que aportó la teoría para la salida de las recesiones. Pero en la política cotidiana más pedestre es también la herramienta para conducir el ciclo económico sosteniéndolo en los niveles de máxima utilización de los “factores de la producción”, el capital y el trabajo, es decir minimizando el desempleo y la capacidad instalada ociosa. 

Es posible, aunque poco probable, que el Presidente comprenda estas relaciones elementales, pero esté obrando según sus declaraciones de “amar ser el topo que destruye el Estado desde adentro”. El colateral es que el achicamiento del Estado vía su desfinanciamiento progresivo se traduce también en una economía deprimida. En términos más generales, el problema de la vía contable es que transforma al ajuste en un fin en sí mismo, en una situación permanente sin horizonte de salida. Tal la amenaza del presente.-