Frente a un escenario de inflación global, los principales bancos del mundo iniciaron un raid de suba de tasas de interés para enfriar la demanda, aspirar el circulante en manos del público y, según una mirada ortodoxa de la economía, contener la escalada de precios. La contracara será una fuerte desaceleración de la actividad mundial, con altas probabilidades de estancamiento en las principales economías del planeta. “Los bancos centrales toman medidas contractivas a un ritmo sin precedente en las últimas décadas, frente a la inflación creciente”, señaló el último informe de política monetaria del Banco Central. Por su parte, el Fondo Monetario reconoció en su última revisión de la economía estadounidense que la política contractiva aplicada por la Reserva Federal “plantea riesgos sistémicos tanto para Estados Unidos como para la economía mundial”.
Para las economías emergentes y en desarrollo, esto último implica condiciones financieras globales más adversas y el riesgo de que se acentúen las salidas de capitales, algo que en países como la Argentina, tensionará todavía más las cotizaciones de los títulos públicos locales. También se espera algún impacto en el precio de los commodities, lo que perjudicará a los países exportadores de materias primas.
El arribo de la pandemia obligó a los países a aplicar una política monetaria expansiva para suplir en los hogares la falta de ingresos producto del asilamiento obligatorio para evitar mayores contagios. En el caso de las grandes potencias con monedas utilizadas como reserva y referencia de precios de bienes y servicios, como el dólar, el euro y el yen, esa emisión extraordinaria debilitó el poder de compra de esos signos monetarios. La contracara fue un salto en los precios de las materias primas; principalmente en alimentos y energía, aunque también en metales y minerales. “La guerra acentuó las presiones inflacionarias, que alcanzaron récords de varias décadas y en muchos casos varias veces por encima de las metas de los países”, señala el documento del BCRA.
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Una inflación descontrolada
La inflación mundial se estima actualmente en 7,8 por ciento anual, medida hasta abril. Si cerrase el año a esos valores anualizados, se trataría de valor más alto desde 1996. Como acto reflejo en la mayoría de los países se inició la suba de tasas de política monetaria más agresiva de las últimas décadas. Primero se dio en economías en desarrollo y ahora en las principales potencias. El caso más emblemático fue Estados Unidos, que elevó en 1,5 puntos porcentuales su tasa rectora, de los cuales, la mitad lo hizo en un solo movimiento hace apenas unas semanas. Incluso se estima que el próximo movimiento será de la misma magnitud (de 0,75 puntos). Según las propias proyecciones de la Reserva Federal se esperan como mínimo incrementos por 1,75 puntos este año hasta un 3,2 por ciento anual, lo que sería la mayor contracción monetaria desde 1989.
Otros países desarrollados también tomaron medidas contractivas, en algunos casos bastante antes de lo previsto. El Banco Central Europeo anunció que finalizará su programa de expansión monetaria en julio y comenzará a subir las tasas a partir de ese mes. En América latina las subas fueron aún más agresivas, como el caso de Brasil y Chile. En Asia hicieron lo mismo India, Corea del Sur, Singapur, Filipinas y Malasia. Las respuestas han incluido también medidas fiscales y de política de ingresos.
Pese a los esfuerzos monetarios, la inflación parece no ceder en el mundo. “En los Estados Unidos la inflación ascendió a 8,6 por ciento en mayo (la mayor tasa desde diciembre de 1981); en la zona del euro, a 8,1 por ciento (mayor tasa desde el surgimiento de la unión monetaria); en Canadá, a 6,8 por ciento (la mayor inflación desde 1990) y 9,1 por ciento en Inglaterra (máximo histórico de la actual medición). Incluso Japón —con décadas de baja inflación— pasó de una deflación de 1,1 por ciento doce meses atrás a una inflación de 2,5 por ciento en mayo (la mayor desde 2015). Esta dinámica se está generalizando más allá de los rubros de alimentos y energía”, señaló el informe del BCRA.
Por el momento, la decisión de subir las tasas de interés amenaza más con una recesión que con morigerar los niveles de inflación, especialmente si se mantienen la guerra entre Rusia y Ucrania y los bloqueos de China. “Con base en la proyección mediana para la tasa de política pública publicada en la reunión del FOMC de junio, esperamos que la economía de Estados Unidos se desacelere en 2022-23, pero evite por poco una recesión”, sostuvo la revisión en su Artículo IV del FMI que se publicó esta semana.
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Un resultado inmediato de esa suba de interés que realizan las potencias es un fuerte flujo de capitales hacia esas economías, impactando agresivamente en el precio de bonos, acciones y divisas de otros países. Por un lado, subieron las tasas de los bonos del gobierno de los países avanzados. La tasa del bono del Tesoro estadounidense a 10 años aumentó fuertemente hasta más de 3 por ciento, con una suba de 158 puntos básicos en el año. La tasa de bonos alemanes a 10 años también aumentó.
La contrapartida es una caída de las cotizaciones de los activos más riesgosos como las acciones y de los bonos de economías emergentes. “El diferencial positivo de tasas de política entre los Estado Unidos y los demás países avanzados favoreció los movimientos de fondos hacia este país. El dólar multilateral se apreció alrededor de 6 por ciento desde el informe de marzo último, mientras que el euro y, especialmente, el yen registraron sus mínimos de las últimas décadas”, señala el Banco Central.
Los efectos de la guerra en Ucrania y las restricciones a la movilidad en China presionaron más a la baja a los activos de riesgo. Esto disparó los diferenciales de rendimientos de los bonos soberanos de países emergentes, lo que suele definirse como “riesgo país”. “Los flujos de capitales a países emergentes sufrieron salidas desde el inicio de la guerra. Todo ello implica condiciones financieras más desfavorables para los países emergentes y en desarrollo”, detalla la entidad que conduce Miguel Pesce.
Efecto en commodities
Un elemento clave para la dinámica inflacionaria y de actividad en América latina es la relación entre tipo de cambio y los precios de las materias primas. Durante el “superciclo de las materias primas” en la década de 2000, los precios más altos de esos productos tendieron a ir acompañados de una apreciación del tipo de cambio real, suavizando el impacto sobre la inflación.
“Sin embargo, durante la pandemia sucedió lo contrario: mayores precios de materias junto con depreciación cambiaria. Es poco claro cuál de estos efectos prevalecerá en el futuro cercano: si el tipo de cambio compensará o amplificará el impacto; y si seguirán subiendo los precios de las materias primas debido a las interrupciones del suministro o disminuirán ante un dólar estadounidense más apreciado”, señala el informe.
La evidencia muestra que el dólar está inversamente correlacionado con los precios de las materias primas. “De esta manera, los países exportadores de materias primas se ven afectados simultáneamente a través de los canales comercial y financiero, mediante mayores tasas de interés internacionales, menor liquidez global y apreciación del dólar estadounidense, todo lo cual tiende a aumentar los spreads soberanos de las economías emergentes, y debilitar los precios de las materias primas al mismo tiempo. Este último efecto debe sopesarse con el impacto sobre los precios de las materias primas del conflicto bélico”, resalta el informe de la autoridad monetaria.