Esta semana el Indec difundió el dato de inflación de agosto que se ubicó en 7%, casi un punto por arriba de las estimaciones previstas y cercano al pico histórico de julio (7,4%). ¿Qué explica esta suba?
En primer lugar, se observa un régimen inflacionario con niveles al alza. Tras el periodo 2016-2019, el nivel se duplicó y llegó al 50%, en tanto que este año el escenario internacional de suba de los precios a causa del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania agravó la inercia heredada, a lo que se sumaron variables como una brecha cambiaria con fuertes tensiones y movimientos más acelerados del tipo de cambio en el marco del acuerdo con el FMI.
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Si se mira en detalle cada rubro, se observa los que vienen teniendo mayor peso relativo en el IPC son alimentos, prendas de vestir, y restaurantes y hoteles.
En el caso de alimentos el incremento de agosto fue de 7,1%, levemente por encima de la inflación mensual. Si se pone el foco en el “efecto guerra”, es decir, la influencia de los principales cultivos (trigo, maíz, soja y girasol) sobre la evolución de precios, se percibe que los productos con insumos derivados de éstos intervinieron en casi la mitad de los productos relevados, con un promedio de aumento de 6,7%.
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En este punto cabe señalar que entre enero y junio de este año, los precios de alimentos relevados por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) en pesos y el IPC de alimentos, se movieron a la par, llegando en junio al mismo valor, es decir, el efecto bélico se tradujo al ciento por ciento a precios.
En julio y agosto, a pesar de la retracción de los precios internacionales (-2% en dólares), se observaron subas significativas en productos de consumo masivo. Algunos planteos justificaron lo anterior en al incremento de los dólares paralelos (el CCL llegó a $340 a finales de ese mes) tras la renuncia intempestiva del ex ministro Guzmán.
Sin embargo, resulta evidente que esa situación fue aprovechada por sectores formadores de precios para remarcaciones arbitrarias que pretendieron justificarse en problemas de “cobertura” por las restricciones impuestas sobre el acceso a dólares para importaciones. De hecho, lo anterior quedó aún más expuesto en agosto, dado que los precios se incrementaron a pesar de que el CCL se redujo ($280) y, como se dijo, sin tener ya el efecto guerra (la brecha entre la evolución de precios internacionales en pesos e IPC alimentos fue de 10% en julio y se incrementó a 14% en agosto).
En el caso de prendas de vestir, este rubro superó el 100% interanual: alcanzó 109%. En agosto, una vez más, fue el rubro que más aumentó: 9,9%. El incremento de los últimos meses fue de 8,5% en julio, 5,8% en junio, 5,8% en mayo, 9,9% en abril y 10,9% en marzo.
Llama la atención esta evolución dado que es un rubro particularmente protegido por las políticas estatales y porque presenta una sucesión de meses de altos incrementos sin medidas concretas que aborden tal situación.
Por su parte, el rubro restaurantes y hoteles amentó un 6,7% (había sumado 9,8% en julio, 6,2% en junio y 5,7% en mayo). En términos interanuales alcanza 97,5%. Sorprende, en este caso, la inercia con la que se mueven los precios del sector y contrastan con la contundente política pública implementada a favor del rubro (Programa Pre Viaje). Evidentemente continúa siendo “aprovechada” por agentes del sector, que se apropian de buena parte del beneficio vía remarcación de precios.
A pesar de la mejora en la situación macroeconómica durante el mes de agosto, la dinámica de precios muestra una evidente “inercia especulativa”, lo que configura un escenario preocupante en materia de recuperación del poder adquisitivo de los salarios.
Si se mira qué pasó en la historia con los salarios reales en momentos con picos de inflación interanual, se observa que las chances para lograr ganar en la negociación paritaria son pocas. En ese sentido, aparece nuevamente en agenda la suma fija como posible herramienta para, al menos, intentar mejorar las condiciones de vida de buena parte de las y los trabajadores.