Baja inflación, orden y certidumbre: la frágil paz económica de Milei

Con la promesa de bajar la inflación, Javier Milei ha calmado las ansias de certidumbre de un electorado harto de la inestabilidad. Aunque el alivio económico es momentáneo y depende de dólares de corto plazo, el gobierno sostiene su gobernabilidad con el respaldo del mercado y de sectores dominantes, en una aparente paz que podría desvanecerse ante los primeros signos de insustentabilidad del plan económico.

14 de noviembre, 2024 | 00.05

La principal promesa de Javier Milei a su electorado no fue ni la dolarización ni dinamitar el Banco Central, fue terminar con la inflación. La suba generalizada de precios es un gran factor desordenador de la vida de las personas, en particular para quienes viven de un salario. Si bien afecta al conjunto, la clase empresaria, que incluye al capital comercial, aprendió a sacarle ventaja luego de décadas de convivencia. Sin embargo, las turbulencias de los saltos cambiarios y la posterior vorágine de precios son un recuerdo traumático en la memoria colectiva.

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La persistencia del fenómeno inflacionario fue agotadora y el actual oficialismo fue la fuerza política que mejor lo interpretó y, seguramente por ello, es gobierno. Las respuestas que complejizan y enmarcan la experiencia libertaria en procesos globales son intelectualmente atractivas, pero es imposible dejar de lado la particularidad local: haber sido el único país de la región que en las últimas décadas no logró resolver el problema inflacionario. Para decirlo mal y pronto, la población no estaba harta de la desigualdad o de las injusticias sociales, estaba harta de la inestabilidad, de no saber para cuánto le iban a alcanzar sus ingresos al mes siguiente. Los menos politizados no debatían sobre los derechos de las minorías, solo querían que la política no les altere la existencia. 

Lo dicho no es solo una opinión. Para su informe de noviembre, la encuestadora Sentimientos Públicos evaluó el acuerdo de la población con la frase: “Ya no voto por expectativas económicas, lo único que pretendo de la política es un poco de certidumbre para desarrollar mi vida y menos hipocresía de parte de los políticos”. Ocho de cada diez consultados se manifestaron de acuerdo con la afirmación. Es decir, las expectativas de la población con la política están en un nivel tan bajo que se reducen a que no les altere la vida. Por ello sorprende la continuidad de la sorpresa por la falta de resistencia social al ajuste. De nuevo, a la mayoría de la población no le interesa que el ajuste provoque más pobreza y caídos del sistema. En todo caso estas serán “demandas de segunda generación”. Lo que interesa en lo inmediato es que la política no desordene la vida. Y eso se logra empezando por la estabilidad macroeconómica. Javier Milei prometió bajar la inflación, y aunque su plan sea intrínsecamente insustentable, es lo que hoy sucede y seguirá sucediendo. Las mediciones de las consultoras en lo que va de noviembre proyectan la continuidad de la baja de precios. Finalmente, después de once meses llegó la verdadera luna de miel. Los trabajadores que se quedaron adentro del sistema están contentos y los empresarios le festejan como marmotas al Presidente hasta la última zoncera.

El dato pendiente es la potencial insustentabilidad del plan económico. Es necesario sincerarse, el grueso de los economistas (incluyendo a quien escribe) no previeron la estabilidad del presente, que se explica esencialmente por el shock de dólares del blanqueo y la suma de efectos de la sobrevaluación cambiaria. Por supuesto tiene peso la buena voluntad de los mercados, más fascinados que nunca con un gobierno que hace apología de destruir al Estado, pero este era un dato previsible. No obstante, si la sustentabilidad de corto y mediano plazo depende de los dólares disponibles, el triunfo de Donald Trump podría significar la extensión de la bonanza, dato que también formaba parte de los pronósticos con la diferencia que hace seis meses parecía encontrarse a años luz. Los nubarrones se mantienen abundantes, una carrera proteccionista global, suba de tasas en EEUU, baja del precio de las commodities, los efectos de la sobrevaluación sobre la economía real, el déficit por turismo, la demora de las inversiones, pero en contrapartida podría haber más dólares financieros vía el FMI, un organismo que se cansó de demostrar que sus decisiones son políticas y no técnicas, pero también vía deuda privada si las expectativas positivas se mantienen, algo también impensable hace pocos meses.

Mientras tanto, el gobierno “débil” de Milei sigue demostrando su gobernabilidad. El reciente fracaso opositor de limitar los DNU en el Congreso mostró hasta el crecimiento de los “peronistas con peluca”. A diferencia de lo que ocurre con los legisladores del PRO, que salvo algunos matices en su vertiente UCR muestran una fuerte cohesión ideológica en su respaldo al oficialismo, el Peronismo aparece cada vez más como una sumatoria de poderes provinciales sin ideología y, como se deduce lógicamente, con total ausencia de un proyecto integrador. 

El gobierno precedente, con cuasi mayorías parlamentarias, fue absolutamente impotente para impulsar hasta el más mínimo cambio legislativo. El actual, en absoluta minoría, consigue todos sus objetivos. Y una ucronía, pero no tanto, si el gobierno precedente hubiese pasado algunas reformas importantes por el Congreso, seguramente hubiesen sido frenadas por el Poder Judicial. La pata de la mal llamada “Justicia”, que este miércoles con la condena a CFK vivió uno de sus capítulos más bochornosos e ignominiosos de su poco edificante historia, es otra de las piezas claves de la gobernabilidad mileísta. La conclusión provisoria es que gobernabilidad total, poder de mercado e institucional, apoyo absoluto de las clases dominantes y respaldo internacional son un combo por ahora suficiente para contrarrestar cualquier inconsistencia del modelo económico, al menos mientras fluyan los dólares.