“Para liberar recursos para áreas de mayor prioridad, mejoraremos la focalización de los subsidios a la energía, reduciéndolos con criterios racionales, tendiendo a aumentar gradualmente los índices de recuperación de costos”. Así comienza el aparatado energético del borrador que el gobierno argentino preparó para arribar a un entendimiento con el FMI, diseñado durante dos años y terminado de redactar días antes de que la guerra alterara el mapa geopolítico y también energético mundial. Sin prever el actual escenario, el gobierno planteaba allí que su proyecto estaba “respaldado por una estrategia múltiple de reducción de los costos de energía y aumento del traspaso de los costos de generación”, siendo uno de los pilares reducir “gradualmente los subsidios a usuarios comerciales” además de continuar “asegurando que las tarifas de los grandes usuarios industriales reflejen completamente la recuperación de costos”, estableciendo además una segmentación para aumentar los costos a los usuarios de mejor poder adquisitivo.
Todo ello, cuando no estaba en el radar de nadie el inicio de la guerra, y las consecuencias que se experimentaron en el día de ayer, cuando el propio temor de que las sanciones comerciales reduzcan el suministro de energía por parte de Rusia, que de acuerdo a la universidad británica de Durham suministra cerca del 40 por ciento del gas natural y el 25 por ciento del petróleo a Europa, provocó el salto de sus cotizaciones. Así, el barril Brent cotizó por encima de los 100 dólares, su punto más alto desde 2014 y un 25 por ciento más que a inicios de año, mientras que el precio del Gas Natural Licuado (GNL, usado para exportación en barcos) subió en un día un 19 por ciento para cerrar en 30 dólares por millón de BTU, cotizando un 60 por ciento más en los mercados de futuros de marzo, todas cifras enormemente lejanas de los 8 dólares que costaba un atrás.
Para Argentina, cuya matriz energética se basa en un 85 por ciento en hidrocarburos y que en 2021 tuvo un déficit energético de 1.600 millones de dólares y abonó subsidios por otros 11.000 millones, el actual cuadro no puede más que generar una total revisión del esquema energético diseñado tanto para arribar a un acuerdo con el FMI como para sostener la recuperación de la actividad iniciada el año pasado.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Previsiones futuras
Incluso antes de iniciarse la guerra, la consultora Ecolatina preveía que por el aumento de las cotizaciones internacionales el déficit energético podría ampliarse a los 2.700 millones de dólares. Sucede que, en efecto, tanto el aumento del costo internacional de la energía previo a la guerra, como las mayores necesidades energéticas de un país que el propio FMI estimo que crecería en un 3 por ciento, planteaban un escenario de mayor demanda de divisas, en un contexto en que el país deberá afrontar el año con los mercados de crédito cerrados debido al sobreendeudamiento y default provocados por la alianza Cambiemos.
Lo cierto es que, tras el inicio de la guerra, no solo esta variable parece complejizarse, sino otras vinculadas que siembran fuertes dudas sobre el proyecto oficial de acordar con el FMI, sumar divisas y reducir los índices de inflación.
En relación al Fondo, incluso antes de la guerra se mantenían divergencias sobre el monto de subsidios energéticos, pues mientras el organismo multilateral buscaba reducirlos fuertemente para cerrar la brecha fiscal, el gobierno que busca sostener los bajos precios internos de la energía para no detener el actual crecimiento. Esta desavenencia, podría} ahora intensificarse debido a la suba del costo de la energía.
Sumado a esto, Argentina enfrenta el desafío de hacer frente a una mayor “restricción externa”, esto es la carencia de divisas, pues si bien la reciente suba en el precio de la soja y el maíz (la mayor parte del trigo ya fue vendida) permitirían una significativa mayor entrada de divisas, no está claro que las mismas logren compensar los 3.000 o 4.000 millones de dólares extras que requeriría la importación de GNL a los precios actuales y futuros.
Pero el mayor impacto en la sociedad, vendría por el lado de la inflación. Y es que tanto si el gobierno amplía el déficit para abonar mayores subsidios energéticos, como si autoriza mayores subas tarifarias, o aplica una combinación de ambas, cobrará un mayor dinamismo la actual inercia inflacionaria, a la que se sumará el mayor precio de los alimentos mundiales y una mayor presión al precio de dólares que escasearán por el aumento de la energía y los insumos importados.
Todas estas cuestiones, podrían igualmente atenuarse por medidas de política económica, entre las que sobresalen un aumento de retenciones que desacoplen los precios de los alimentos de su cotización internacional, y que fortalezcan al fisco en búsqueda de reducir la brecha fiscal. Aquí, tendrá que jugar la política.