Consenso productivo e instinto de supervivencia

17 de octubre, 2021 | 00.05

  El futuro de la economía no parece necesitar de grandes definiciones. Alcanza con atar los cabos discursivos y yuxtaponer las fotos que se tomaron esta la semana.

  La primera foto fue en Nueva York. En un capitalismo transnacionalizado y con una economía local endeudada y exhausta, carente de las divisas necesarias para impulsar el crecimiento potencial en un marco de estabilidad macroeconómica, la relación con los dueños del capital financiero es, al margen de los gustos, crucial. El Fondo Monetario Internacional no es un organismo simpático ni necesita serlo. Su rol consiste en ser el gendarme de las políticas que garantizan el orden económico global conducido por las multinacionales, es decir es quien garantiza las políticas que quieren las clases dominantes de los países centrales y las locales que funcionan como sus auxiliares (siguiendo la caracterización funcional de las clases de Antonio Gramsci). Con visión Juan Perón no dejó entrar al FMI y Néstor Kirchner les pagó la cuenta extorsiva y los despidió. El macrismo, que inició su gestión con una economía desendeudada, se apuró a traerlo de vuelta. La imagen de Mauricio Macri como “domador de reposeras” es una muy mala caricatura. Hace perder de vista que el macrismo fue una máquina de gobernar e introducir modificaciones estructurales en la economía. Se trata de procesos que, dicho sea de paso, constituyen una de las paradojas de la democracia: los gobiernos representan la voluntad popular de un determinado presente histórico, pero obtienen el poder para hipotecar el futuro por generaciones. El 8 de mayo de 2018, el día del anuncio de la vuelta al FMI, será recordado como una más de las tantas fechas lúgubres de la historia local, llevará décadas sacarse de encima la tutela del organismo. Resulta tentador decir “no pagarle al FMI” o que “las consecuencias de acordar son peores que las de no acordar”, etc. Pero también es infantil decirlo. Implica primero desconocer las relaciones de poder real y segundo ignorar la voluntad del grueso de la dirigencia política local.

  Regresando a la foto de Nueva York, en ella se puede ver a Juan Manzur, Martín Guzmán y a los representantes de los principales bancos y fondos de inversión globales que operan en la región. Los financistas le pidieron a los funcionarios argentinos que acuerde con el FMI a cualquier precio. Argentina no está en condiciones de entrar en guerra con el capital financiero, no solo por las relaciones de fuerza, sino porque no tiene reservas internacionales. Si no se acordase con el mundo de las finanzas se aceleraría la salida de capitales, se cerraría aun más el crédito y muy probablemente se produciría un nuevo salto devaluatorio. Manzur, como jefe de Gabinete, pero también como representante de esa parte del peronismo que suele definirse como “los gobernadores”, expresó la clara voluntad de acordar. La foto uno, entonces, define que la voluntad política de las principales fuerzas del Frente de Todos no es disruptiva. El matiz lo aportó el ministro Guzmán, quien matizó diciendo que el acuerdo con el Fondo no podría ser a cualquier costo. Sus palabras fueron más o menos las mismas que cuando acordó con los privados, que no tendría sentido hacer un acuerdo incumplible. También les dijo a los dueños del dinero que si se firmaba un mal acuerdo serían ellos mismos quienes al día siguiente comenzarían a desprenderse de los papeles argentinos. Agrego que, si bien el escenario fiscal está ordenado, el problema de Argentina no era el déficit interno, sino el externo, es decir la restricción externa. Nada que por aquí no se sepa, pero algo de lo que se prefiere no hablar en los cónclaves internacionales, donde suele primar un fiscalismo de utilería. La síntesis de la primera foto entonces es que habrá acuerdo para después de las elecciones, que ello significará un período de gracias y la baja de las sobretasas. Y, aunque no se dijo, también que el plazo de 10 años es suficientemente largo plazo para cualquier proyección.

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  La segunda foto fue la de la reunión de Alberto Fernández y Sergio Massa con otros dueños del dinero, los locales. Estos propietarios, “no CEOs”, ya no son como en el pasado “los capitanes de la industria”, sino banqueros, petroleros, dueños de firmas de servicios públicos y comerciantes de alimentos. No importa el contenido de la charla de la reunión, no importa si hablaron del FMI o de Cristina, lo que mostró la foto es que comienza a catalizar en la clase política y empresaria, en la sociedad civil y en la sociedad política (volviendo a parafrasear a Gramsci), la certeza de la necesidad de acuerdos comunes de mediano y largo plazo. La nota al pie, que no se sabe si estuvo en la charla, es que esos acuerdos deben conducir hacia un modelo productivo y exportador que no deje de lado las mejoras en la inclusión social. Quizá algunos empresarios crean que pueden seguir expandiendo la tasa de ganancia, pero harían bien en considerar que si hasta ahora no hubo conflicto social grave fue por la pandemia y que quizá convenga no seguir tirando de la soga. Los salarios locales en dólares ya son lo suficientemente bajos. Es lo que señala Guzmán cuando dice que el actual nivel del tipo de cambio corresponde a un país de ingresos bajos, no de ingresos medios.
  La tercera foto fue la de Cristina Kirchner hablándole a la juventud de La Cámpora. A CFK suele recortársele el discurso en función de las necesidades, pero lo crucial de su mensaje de este sábado volvió a ser el ABC del peronismo. La vicepresidenta llamó una vez más a refundar la “alianza virtuosa” entre el capital y el trabajo, con el Estado jugando un rol preponderante para evitar desbalances. Esta vez, además, la alianza deberá ser también multipartidaria.

  La cuarta foto no fue una imagen, sino que es un gráfico síntesis publicado por Daniel Schteingart y Andrés Tavosnanska en la revista Misión Productiva. Allí se observa que el PIB per cápita y el PIB industrial per cápita caen fuerte desde 2011. El primero se contrajo el 10,5 por ciento y el segundo retrocedió un impresionante 25,3 por ciento. Por supuesto que las principales caídas corresponden al período 2015-19. Los números, además, no incluyen la debacle de 2020, el año de la pandemia. Pero la conclusión es clara. No hay país viable, ni mejora de las condiciones de vida si no se revierte esta pérdida de las condiciones técnico productivas. 

  La conclusión preliminar es que la economía local necesita desesperadamente mejorar sus condiciones productivas y sus exportaciones. Avanzar en este camino demandará asumir las desgracias heredadas y acordar con los acreedores globales en términos que no interfieran con la recuperación. Sólo así se podrá avanzar hacia una estabilización macroeconómica. Conseguir estos objetivos no será viable “con la gente afuera”. La mayoría de la población que hoy está virtualemente fuera del sistema no puede seguir esperando a que se recuperen los indicadores de producción y exportaciones, lo que obligará a estudiar mecanismos de inclusión para la transición. El nuevo filo de navaja de la política tiene de un lado la estabilidad social y del otro la económica. Hoy ya no es posible resolver el problema externo ni con más recesión (es decir devaluando y bajando salarios) ni con más endeudamiento (porque los mercados globales están cerrados). No parece haber atajos, lo que quizá sea una virtud. La única salida es la productivo-exportadora, algo que difícilmente se logre sin la construcción de un nuevo consenso entre las dirigencias. Al interior del Frente de Todos, más allá de algunas fuerzas centrífugas, la perspectiva parece madurar. En parte de la oposición y la dirigencia empresaria también. Son los indicios que muestran las fotos. El factor cohesivo del nuevo consenso no será el amor, pesará más el instinto de supervivencia.-