La idealización de que el dólar es la reserva de valor frente a la inflación por excelencia se da de bruces contra la realidad. El inversor que guardó durante años, sin invertir bajo alguna tasa de interés, también perdió poder adquisitivo. Sólo en el último año, el poder adquisitivo de la divisa se contrajo casi 10 puntos producto de la inflación que se focalizó por saltos coyunturales en alimentos y energía, según la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos.
Obviamente no se compara con la pérdida que sufrieron otras monedas, principalmente los signos monetarios argentinos, pero un billete de 100 dólares guardado en un cajón a principio de este siglo hoy equivale a poco más de 60 dólares. La caída más abrupta se dio a partir de 2012, cuando cedió un 25 por ciento de su poder de compra.
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La propuesta dolarizadora que plantea el candidato presidencial Javier, además de generar una crisis irreversible, ni siquiera solucionará la inflación por completo, tal como demostró la experiencia más cercana -aunque disímil- que fue la convertibilidad.
Dolarizar implica reemplazar los pesos existentes por dólares. Es decir, que no circulen más pesos. En el contexto actual, la economía argentina se encuentra atravesada por serias dificultades en la acumulación de reservas por parte del Banco Central. Por eso, en el escenario presente (y recurrente en la economía argentina) de escasez de dólares, la dolarización implicaría, por lo menos, una mega devaluación para reemplazar los pesos existentes con los dólares disponibles en el Banco Central. Para lo cual se requeriría de una colocación abultada de deuda en dólares para conseguir las divisas necesarias.
La dolarización en marcha
Pero el peligro no termina acá. Una vez llevada toda la economía a valor dólar, en un primer momento, debería haber una situación equivalente de todos los precios. Es decir, todo pasaría a dólares y los escasos dólares que recibirían los hogares alcanzaría para adquirir los mismos bienes que ahora. Sin embargo, como el dólar tiene su propia inflación y los bienes transables se cotizan en moneda extranjera, la presión inflacionaria continuaría sin que haya herramientas disponibles para compensar a las familias. Básicamente fue lo que sucedió a la salida de la pandemia, donde se dispararon los precios en dólares de la energía, los insumos industriales y los alimentos.
Cuando el nivel general de precios sube, con cada unidad de moneda se adquieren menos bienes y servicios. Es decir, que la inflación refleja la disminución del poder adquisitivo de la moneda y, en el caso de dolarizar la economía argentina, no habría instrumentos para contrarrestarla.
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La dolarización es el uso en un país (excepto, obviamente, Estados Unidos) del dólar, en al menos una de las tres funciones que cumple el dinero: medio de pago, depósito de valor y unidad de cuenta. Una economía está dolarizada cuando los agentes económicos poseen una importante proporción de activos o pasivos denominados en dólares. Pero solo aquellos que tienen un flujo de ingresos en esa moneda estarían cubiertos de un período inflacionario heredado a nivel global. Para el resto de la población, la inflación en dólares implica la pérdida de poder adquisitivo de la moneda estadounidense en el mercado argentino.
Lejos de la idea de que la inflación es respuesta de la emisión de pesos, muchos de los factores que ayudan a explicarla se encuentran los cambios en los costos de producción (causados por las variaciones de los precios de insumos importados, los precios y tarifas públicas e impuestos), los comportamientos de la demanda y de la oferta de bienes y servicios y los desbalances macroeconómicos (fiscales, monetarios y cambiarios). Claros ejemplos de aumento de precios medido en dólares en la Argentina son los inmuebles (entre 2014 y 2018 el precio del metro cuadrado de los inmuebles para la venta se incrementó en dólares casi 39 por ciento) y los bienes de capital.
La inflación en dólares
Los costos de compensación para los trabajadores estadounidenses aumentaron un 1 por ciento, ajustado estacionalmente, durante los tres meses, período que finaliza en junio de 2023, según la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos. Es apenas una compensación a un proceso de alta inflación para ese país.
El año pasado el aumento en el costo de bienes y servicios en Estados Unidos se incrementó en un 8,2 por ciento, muy cercano a su máximo histórico, alcanzado en junio de este año (9,1 por ciento). Además, al encarecimiento de lo que consumen los estadounidenses se suma la menor capacidad de afrontar tales gastos, pues los salarios, aunque crecieron, no lo hicieron al mismo ritmo que la inflación.
Si comparamos el aumento en el valor de los salarios es del 4,9 por ciento, la mitad del registro de inflación. Es decir, un hogar gana cerca de un 5 por ciento más, pero las cosas le cuesta más de 8 por ciento más que el año pasado; por ende, el salario rinde menos. La última vez que los salarios crecieron más que el IPC en Estados Unidos fue en marzo de 2021. El aumento de los salarios no volvió desde entonces a superar al valor de la inflación.
Entre los gobiernos de Donald Trump y Joe Biden, los estadounidenses han perdido un 10,9 por ciento de capacidad adquisitiva medido en moneda dura. En caso de una nueva suba generalizada de precios, aún con un aumento del ingreso laboral, no se va a poder comprar los mismos productos ni pagar por los mismos servicios que antes. Esta situación puede contenerse en una economía de altos ingresos, como en Estados Unidos, pero en la Argentina partiría de salarios de pobreza.
"Existen varios indicadores que retratan esta situación. En primer lugar, la abultada transferencia de ingresos del trabajo al capital en la Argentina asciende a 101 mil millones, si se incorporan los resultados de la gestión de Mauricio Macri y Alberto Fernández. En segundo lugar, la fuerte tendencia a la elevación de la rentabilidad de las grandes empresas oligopólicas y, en especial, las que detentan la estrategia de la conglomeración empresarial, en base a su capacidad de imponerse en la carrera de precios", señaló el último informe del Centro de Investigación y Formación de la CTA (Cifra).
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De acuerdo con la página de la Oficina de Estadísticas Laborales de Estados Unidos, "un ciudadano promedio tendría que gastar 131 dólares para comprar los mismos bienes que podría haber comprado por 100 en 2013".
La historia del dólar estadounidense exhibió altibajos significativos en su poder adquisitivo a lo largo de los años. Desde la creación de la moneda en 1785, experimentó cambios dramáticos en su valor. A lo largo de los siglos XIX y XX, el dólar pasó por períodos de estabilidad, inflación y deflación, lo que desencadenó en fluctuaciones significativas en su poder adquisitivo, movimientos que trasladó a todos los países que tienen al dólar como su moneda doméstica.
La tasa y el dólar
La pandemia derivó en un problema macroeconómico global. Las constantes subas de las tasas de interés, la inflación y la falta de confianza en los mercados y en los bancos ha generado un estado inestable para el dólar. Estados Unidos elevo sus tasas de interés 0,25 puntos, desde el 5 hasta el 5,25 por ciento anual.
Desde el inicio del siglo XXI, el dólar volvió a experimentar una disminución en su poder adquisitivo, debido en gran parte a la recesión económica mundial de 2008. Desde entonces, el valor del dólar ha fluctuado en función de una variedad de factores, incluyendo la política económica del gobierno, los cambios en los mercados internacionales y la incertidumbre geopolítica. Esto significa que la inflación aumentó significativamente en la última década, lo que ha llevado a un aumento en los precios de los productos y servicios básicos en todo el país.
De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, la grave crisis inflacionaria, combinada con una desaceleración mundial del crecimiento económico –generadas en parte por la guerra en Ucrania y la crisis global de la energía– está causando una drástica caída de los salarios mensuales reales en numerosos países. Según un nuevo informe de la entidad, la crisis está reduciendo el poder adquisitivo de la clase media y afecta de manera especialmente dura a los hogares de bajos ingresos.
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El estudio muestra que existe la necesidad urgente de aplicar medidas políticas bien diseñadas dirigidas a sostener el poder adquisitivo y los niveles de vida de los trabajadores asalariados y de sus familias. El ajuste adecuado de las tasas de salarios mínimos pueden ser una herramienta eficaz, dado que 90 por ciento de los Estados miembros de la OIT disponen de sistemas de salario mínimo. Un diálogo social tripartito y una negociación colectiva consolidadas también pueden contribuir a lograr ajustes adecuados de los salarios durante una crisis.
Otras medidas que pueden atenuar el impacto de la crisis del costo de la vida en los hogares incluyen las medidas dirigidas a grupos específicos, como la entrega de bonos a las familias de bajos ingresos para ayudarles a adquirir los bienes esenciales, o la reducción del impuesto sobre el valor añadido de estos bienes para aliviar la carga de la inflación que pesa sobre los hogares y, a la vez, contribuir a bajar los niveles de inflación. Todas herramientas que abandonaría la dolarización de Milei.