Inflación récord: cuáles son las claves detrás de la escalada de precios

Las proyecciones indican que la inflación de este año será la más elevada en los últimos 30 años. El contexto de inflación mundial explica una parte, pero hay otros factores que inciden.

29 de junio, 2022 | 00.05

Hace dos semanas se publicó el dato de la inflación del mes de mayo, que llegó al 5 por ciento, mostrando una leve baja en relación a los guarismos de marzo y abril, pero marcando un dato interanual de cerca del 60 por ciento, lo que augura que en 2022 la inflación en Argentina seguramente estará cerca de ese número, o incluso por encima, consagrándose el número más elevado en los últimos 30 años. Es decir, inflación récord desde los casi 85 puntos de 1991, en los prolegómenos de la Ley de Convertibilidad, superando los 54 puntos de 2019 y los 51 puntos de 2021.

La particularidad del contexto actual es que, a diferencia sobre todo de 2019, estamos en un contexto de inflación mundial (record en 40 años en Estados Unidos, record en la Eurozona desde que existe el euro): a las tendencias alcistas de 2021 se sumaron a principios de 2022 los efectos de la guerra en Ucrania sobre algunos bienes básicos, como alimentos, metales o energía. Eso implica, para Argentina, un piso en el canal de la inflación importada, tanto por el lado de las importaciones como por el de las exportaciones.

Pero, desde ya, el contexto externo lejos está de explicar la totalidad del fenómeno inflacionario local. Por un lado, hay un proceso de recuperación de los sueldos en curso, en tanto los salarios reales de los trabajadores registrados crecieron en 2021 luego de tres años seguidos de caídas (2018, 2019 y 2020, en los dos últimos casos muy pronunciadas). Cuando suben los salarios nominales es inevitable que haya aumentos de precios. Por otro, el muy acelerado crecimiento de la economía ha llevado a cuellos de botella en algunos sectores, escasez de ciertos insumos básicos –hoy en día, por ejemplo, el gasoil- y, en algunos casos, también un acelerado proceso de recuperación de márgenes de ganancia.

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Lo curioso es que otros dos elementos a tener en cuenta a la hora de proyectar la inflación, el tipo de cambio nominal y las tarifas de los servicios públicos, están bastante quietos. Empecemos por lo segundo: si bien la semana pasada el Ministerio de Economía anunció un plan de segmentación tarifaria en línea con lo acordado con el Fondo Monetario Internacional, lo cierto es que las tarifas de la mayoría de los servicios públicos como luz, agua, gas o transporte, con fuertes asimetrías regionales, no se han actualizado en los últimos años al mismo ritmo de la inflación general. Con esto no queremos decir que está bien o mal que estén subsidiadas, sino que efectivamente, sobre todo en el caso de los usuarios no residenciales (por ejemplo, industrias) el hecho de que los servicios sean baratos funciona como un freno a una mayor expansión de la inflación. Sin ir más lejos, recordemos los resultados en materia de costos y por ende precios del tarifazo que aplicó el gobierno de Macri a principios de 2016. Hoy tenemos 60 por ciento de inflación con tarifas relativamente quietas, lo cual es aun más preocupante.

Por el lado del dólar, si bien durante 2020 y parte de 2021 el tipo de cambio oficial –el que se toma en cuenta para el comercio exterior, y por ende el más relevante para la incidencia sobre precios internos- se fue moviendo a la par de la inflación, durante el último año, y sobre todo desde principios de 2022, este se ha ido rezagando. El país se está volviendo más caro en dólares –partiendo del piso ultra-barato que implicaron las devaluaciones de 2018 y 2019- y eso está incidiendo sobre la balanza comercial. Esta es, de hecho, una de las explicaciones posibles a las recientes nuevas restricciones a las importaciones. Un dólar relativamente quieto –en lo que va de 2022 el dólar oficial subió 10 por ciento, contra 30 puntos de inflación- funciona como ancla para la propia inflación, pero cuando el atraso cambiario entra en escena la restricción externa puede resurgir. Es más, la escasez de divisas –y la necesidad de un control de cambios que genere múltiples tipos de cambio- hasta el año pasado se explicaba exclusivamente por el canal financiero, en tanto el superávit comercial fue elevado. Este año este será mucho más reducido, tanto por la apreciación cambiaria como por el propio crecimiento de la economía, que nos lleva a demandar más importaciones para poder seguir produciendo.

El tipo de cambio paralelo, mucho más volátil, también ha subido menos que la inflación en lo que va de 2022. Si bien en el último mes –y ni hablar en los últimos días- se registran subas importantes tanto del dólar informal (blue) como de los dólares financieros (CCL o MEP), lo cierto es que las subas lejos han estado de las de los precios. Así, también haciendo la cuenta al tipo de cambio paralelo el país se está apreciando. En el siguiente gráfico podemos ver cómo se ha ido apreciando el tipo de cambio real, tanto en referencia al dólar blue como al dólar oficial.

Base: dic-2019 = 100. Fuente: elaboración propia en base a BCRA y Ámbito Financiero.

Si incorporamos en nuestro análisis a la inflación internacional –aquí tomamos el promedio de la OCDE-, para llegar al tipo de cambio real, los resultados se suavizan un poco, pero no mucho.

Base: dic-19 = 100. Fuente: elaboración propia en base a BCRA, Ámbito Finaciero y OECD.stat.

Es decir, el dólar está funcionando parcialmente como ancla nominal para evitar que la inflación se dispare aun más. Permitir que la acompañe, para no perder competitividad, echaría más gasolina al fuego de una inflación que ya es muy elevada. Pero el riesgo de la falta de dólares está siempre presente.

En este sentido, en tanto se espera –y desde estas líneas se desea- que los salarios sigan subiendo, en tanto se asume que las tarifas de los servicios públicos se van a actualizar al alza y en tanto es probable que las turbulencias externas se aceleren y el tipo de cambio se vaya ajustando –ya empezó a suceder con el paralelo, veremos qué pasa con el oficial- el pronóstico es que la mayoría de los elementos que inciden sobre la inflación lo sigan haciendo o lo hagan con más fuerza en el futuro. Quizás el único punto donde podamos ser optimistas es en los precios internacionales, que subieron exorbitantemente por la guerra y ya empezaron a bajar. Entonces, es esperable que la elevada inflación siga siéndolo, o incluso aumente en los próximos meses.

Frente a ello, es de suponer que las cacerías mediáticas y en redes sociales estarán a la orden del día. Los tradicionales planes de estabilización basados en enfriar la economía, bajar los salarios o endeudarse en dólares para contener el tipo de cambio van a parecer cada día más atractivos. Y es ahí donde hay que ser cautos. Si bien bajar la inflación indudablemente debe ser un objetivo del gobierno, hacerlo a costa de otras pretensiones, como bajar la pobreza, subir el salario real, mantener el ritmo de crecimiento del producto y del empleo o evitar otro ciclo de megaendeudamiento impagable, no es deseable. Se avizora un escenario complicado en materia de inflación. Esperamos que el gobierno esté a la altura de encontrar respuestas a él sin sucumbir en los típicos programas de ajuste que tanto daño han causado en el pasado.