Desde el pico del 23 de octubre pasado, cuando el dólar paralelo llegó a su máximo de 195 pesos, el gobierno logró controlar la cotización de la divisa norteamericana, evitando así no solo un mayor deterioro en el poder adquisitivo de salarios y jubilaciones, sino también un factor de desestabilización política. Sucede que un país con una economía bimonetaria, sesgada por la fuerte inestabilidad cambiaria que comenzó a experimentarse a partir del golpe cívico militar, resulta evidente que el control del dólar se ha vuelto una de las claves para la estabilidad política.
Esta cuestión se pudo observar crudamente durante el gobierno menemista, cuando todas las variables socioeonómicas sufrieron un fuerte deterioro, pero la estabilidad cambiaria, y su consecuente estabilidad de precios, le permitió a Menem no solo la reelección sino llegar a término de su segundo mandato sin mayores sobresaltos.
De la misma firma, el apoyo social al macrismo, que le había permitido triunfar en las elecciones de medio término, comenzó a declinar cuando su estrategia de megaendeudamiento llegó a su fin y el gobierno no contó con más divisas para sostener la oferta de dólares ilimitada y a bajo costo para la fuga, lo que llevó al país a sufrir la mayor devaluación, y consistente pérdida del poder adquisitivo de trabajadores y jubilados, desde la salida de la convertibilidad.
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Por eso, la relativa estabilidad lograda hace ya un trimestre, exhibe que el gobierno ha concretado uno de sus mayores objetivos, como ser que la crisis legada por el macrismo y profundizada por la pandemia no deriven en el talón de Aquiles de la inestabilidad cambiaria, sobre todo luego de realizar una emisión récord de 2,2 billones de pesos en 2020.
Ciertamente, el logro no estuvo exento de costos. Sucede que una de las medidas para llegar a la estabilidad, fue ampliar la oferta de títulos públicos, en un momento inconveniente para su venta por su baja cotización, con el objetivo de disminuir uno de los precios de referencia del dólar, el “contado con liquidación”, que no es más que el valor resultante de dividir el costo en pesos de estos bonos por los dólares que se obtienen vendiéndolos en plazas del exterior. Como también, mediante la habitual práctica de “dólar futuro”, por el cual el Banco Central lleva vendidos cerca de 5.000 millones de dólares por valores similares a la actual cotización, con el objetivo de exhibir sus intenciones de no devaluar.
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Esta estrategia de estabilización, se profundizó en febrero pasado, cuando además de las medidas enumeradas el Banco Central redujo el ritmo devaluatorio del dólar oficial, al pasar del 3,8 por ciento en enero al 2,8 en febrero, mientras el propio ministro Martín Guzman afirmó públicamente que el dólar subiría este año solo un 25 por ciento, es decir 4 puntos por debajo de la inflación proyectada. Sucede que la estrategia de estabilizar el valor del dólar, implicaba también periódicas subas para que el valor de la moneda norteamericana no pierda frente a la inflación, lo que finalmente se exhibió como un verdadero escollo para contener los precios, muy alineados en nuestro país al valor del dólar, una vez que el gobierno decretó la reapertura de la actividad tras el confinamiento. De hecho, los índices de inflación, que no bajaron de los 4 puntos en cada uno de los últimos dos meses, dieron cuenta de que la inicial estrategia de no retrasar la cotización del dólar frente a la inflación estaba retroalimentando una suba de precios imposible de digerir para amplios sectores de la población. Por eso, consolidada cierta estabilidad cambiaria, y aprovechando el hecho de que el peso se devaluó el año pasado cuatro puntos por encima de la inflación (40 contra 36 por ciento) el gobierno planea reducir el ritmo devaluatorio a menor del dos por ciento, por lo menos hasta las elecciones de este año, siempre en la búsqueda de que los salarios dejen de perder frente a la inflación y el dólar, tal como ocurrió en 4 de los últimos cinco años. Por cierto, ello no implica un recupero significativo de los 15,4 puntos que los trabajadores perdieron en promedio de poder adquisitivo durante esos años, pero sí un transitorio alivio para el grueso de la sociedad. Por eso, aún con los elevados costos futuros que conlleva, resulta evidente que la estabilidad cambiaria y la defensa del poder adquisitivo de salarios y jubilaciones es un objetivo que el gobierno no piensa abandonar.
Dólar futuro, otra herramienta para la estabilidad
Los contratos de “dólar futuro”, que esta semana volvieron a estar en la luz pública por el contundente alegato de Cristina Kirchner, se vienen llevando hace una década, y no son más que otra herramienta que posee el gobierno para brindar certidumbre sobre la cotización del dólar. La operatoria, es muy sencilla y no requiere de la venta de dólares, ya que el Banco Central solo fija un precio de dólar a “vender” en una determinada fecha futura, usualmente con el objetivo de exhibir que el precio se mantendrá similar para ese momento y no existe voluntad de devaluar. Los privados que firman el contrato de compra, saben que al momento del vencimiento recibirán, en pesos, la diferencia entre el valor del “dólar futuro” que suscribieron, y la cotización real de esa fecha, o bien tendrán que abonar la diferencia en pesos al Banco Central para el caso que la cotización del dólar oficial sea menor a la que suscribieron en ese “dólar futuro".
Para fines de 2015, en medio de fuertes presiones devaluatorias debido a la escases de divisas y al objetivo de grupos económicos y de la alianza Cambiemos de reducir el salario real por medio de una devaluación, este último partido judicializó esta habitual política económica.
Tal como recordaron Cristina Kirchner y sus funcionarios del equipo económico, los mayores beneficiados de esta práctica fueron 17 miembros de Cambiemos y sus familiares, quienes suscribieron importantes contratos de “dólar futuro”, apostando a que una fuerte devaluación les haría ganar la diferencia en pesos. Dicha devaluación, del cuarenta por ciento, la concretaron a poco de llegar al poder.