La deadline de cierre del canje de deuda no fue el pasado viernes 8 a las 18 horas. Ello es así aunque en el Ministerio de Economía se haya vivido el primer clima de fracaso frente a los bajos números de adhesión de los acreedores del exterior, un porcentaje que estuvo por encima del 15 por ciento y por debajo del 20 cuando el peor escenario hablaba del 40.
Probablemente la fecha tope tampoco será el próximo 22 de mayo. Ese día terminarán los 30 de gracia del vencimiento no pagado el 22 de abril y es agitado por las voces a sueldo de los acreedores como el inicio del default real. Sin embargo, todavía restará la posibilidad legal de solicitar una prórroga. Pero la realidad es que los argumentos se terminaron y sólo quedan las relaciones de poder real, las espaldas de cada una de las partes.
A ello debe sumarse otra dimensión que la mayoría de los economistas no terminan de incorporar: la deuda dejó de ser el principal problema de la economía local. La razón es simple. La caída del PIB será este año y por ahora, de más del 7 por ciento. Se trata de una nueva gran recesión que en la economía local tiene un colateral positivo, aunque no virtuoso: reduce la necesidad de dólares. Así como cuando la economía crece las importaciones se expanden mucho más rápido que las exportaciones dando lugar a la restricción externa, lo mismo ocurre a la inversa, cuando la economía se frena las importaciones se desploman y aumenta el saldo comercial. El dato es especialmente importante en un escenario de potencial default.
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Entre los acreedores privados que rechazaron la oferta de pago argentina se encuentran los principales fondos de inversión del mundo, firmas que manejan carteras similares al producto de regiones enteras del planeta, trillones de dólares, y que en su puja con Argentina trabajaron cartelizados. Entre ellos se destacan Black Rock, Fidelity, PIMCO, Northern Trust, Alliance Bernstein, Ashmore y Prudential. Se trata de la elite de los grandes capitales financieros que se sienten dueños del planeta y que en la negociación no dudaron en dar muestras de ese poder, desde sugerir que podían cambiar al ministro, reemplazar al Staff del FMI o esperar un cambio de gobierno. Ya lo hicieron al final del gobierno de CFK y cosecharon con el macrismo. Existen pocas herencias más nefastas para la refinanciación de las deudas soberanas que el pago a los buitres de 2016.
Desde el lado del mostrador del gobierno se insistió siempre en la voluntad expresa de no caer en un default abierto. El presidente lo repite cada vez que puede y al ministro de Economía Martín Guzmán le toca poner la cara para defender “la oferta sustentable”. Pero las posiciones de las partes quedaron muy lejos. Los acreedores pretenden capitalizar los intereses del plazo de gracia, acortarlos, y reducir la quita. En pocas palabras, lo que ofrecen es seguir pateando hacia adelante la pelota de la deuda. En el mejor de los casos ello provocaría que la bola de nieve deje de crecer a la misma velocidad por un tiempo, pero sin dejar de rodar. La propuesta argentina es una pequeña quita de capital y regresar a tasas de interés razonables a fin de que los pagos se adapten a la capacidad de generación de divisas de la economía, pero los fondos insisten en profundizar el ajuste hasta “que duela”, como lo reconoció uno de los negociadores, y pagos iniciales con fondos del FMI. A esto se refieren los analistas a sueldo de los acreedores cuando escriben que el país debe mostrar “un plan económico consistente”, nada menos que al disparate de ajustar hasta en tiempos de pandemia.
Este fin de semana el gobierno aceptó que su oferta de pago no es inflexible, pero también se dejó trascender que “no nos vamos a dejar torcer el brazo”. Entre los integrantes del más alto nivel del Ejecutivo existe consenso en que si bien un default no es deseable, la cesación de pagos resulta preferible a un mal acuerdo. La posibilidad de no acordar está sobre la mesa, aunque hasta el último minuto se intentará evitarla. Lo que resta entonces es el juego de las relaciones de poder entre las partes y las previsiones que pueden hacerse a partir de ellas. A favor de Argentina cuenta que hoy no necesita financiarse en los mercados internacionales, que ya están cerrados, al tiempo que la recesión agudizada por la pandemia dejará un saldo excedente de dólares.
Los grandes fondos amenazan replicar las acciones que ya llevaron adelante los buitres en el pasado: iniciar acciones legales en Nueva York, impulsar campañas de desprestigio de la actual administración en conjunto con el aparato mediático local y, lo más palpable, intentarán desestabilizar la economía local. La forma de hacerlo es tan conocida como repetida: disparar la cotización de los distintos dólares no oficiales, desde el blue al dólar bolsa. Si el gobierno no tuviese dólares excedentes del comercio exterior la tarea de evitar una corrida que termine en una fuerte devaluación sería imposible, pero con dólares excedentes la situación cambia. No obstante, para frenar una corrida será necesario un fuerte replanteo regulatorio. En los mercados paralelos hoy se mueven apenas entre 50 y 100 millones de dólares diarios, con un promedio más cercano a los 50. Eso quiere decir que alcanza con que el Banco Central opere el 10 por ciento de ese valor para manejar el dólar bolsa (CCL y MEP) que son los “paralelos” que se pueden regular, pues el llamado blue es más difícil de intervenir.
Debe insistirse en que el problema no es la existencia de bolseros malísimos, banqueros avaros o especuladores que apuestan contra la moneda local. Se trata de un problema técnico de regulación, señales e intervención adecuada. Quien compra dólares lo hace como refugio de valor. Si la tasa real de interés de las inversiones en pesos son negativas, es lógico que cualquier actor económico demande dólares. Y si el Banco Central no interviene o lo hace mal también cabe esperar que la brecha entre el dólar oficial y el paralelo no tenga techo. Si eso sucede se profundizan las expectativas de devaluación y luego se produce la devaluación misma, lo que significa inflación, recorte de ingresos, caída de la demanda y más recesión.
La síntesis provisoria es que los malos resultados del canje de deuda que formalmente cerró el viernes, más la distancia entre lo que pretenden los acreedores y la oferta del gobierno, pone sobre la mesa la posibilidad cierta de un default abierto en tanto al Ejecutivo no aceptará patear hacia adelante la pelota de la deuda. A ello se suma que el panorama recesivo provocado por la pandemia vuelve imposible cualquier idea de compromiso de ajuste fiscal. Si este escenario de default se produce, el principal problema no será el cierre de los mercados de crédito, pues eso ya sucede, sino las presiones sobre el tipo de cambio. En contrapartida, la recesión supone una oferta excedente de dólares. Si bien caerán las exportaciones por la contracción de la demanda mundial, las importaciones lo harán todavía más generando un saldo comercial. Las dos tareas centrales del gobierno serán entonces seguir muy de cerca la liquidación de exportaciones, es decir la provisión de dólares, y la intervención eficaz en los mercados de divisas paralelos para evitar una corrida, lo que supondrá un cambio de actitud en el BCRA.