A diferencia de los tiempos actuales, en donde diversos sectores de la derecha hacen explicitas sus intenciones de llevar adelante un programa de avance del capital sobre el trabajo, durante la década pasada y tras las experiencias del menemismo y la primera Alianza, el neoliberalismo no era electoralmente convocante. De hecho, lejos de hablar de reformas previsionales y laborales, privatizaciones, o de restricción del gasto social, Mauricio Macri había señalado en 2012, en una convención de su partido, el PRO, que este espacio era liberal en términos de la política, pero desarrollista en los lineamientos económicos, es decir enfocado a la industria y la producción, mientras que a poco de llegar al gobierno anunció que pondría al frente del Ministerio de Economía a un funcionario de perfil “desarrollista”, añadiendo además que Arturo Frondizi, mentor de este movimiento, había sido el mejor presidente de la historia.
Sin embargo, el investigador del Conicet Martín Schorr, el gobierno macrista “claramente” no era desarrollista, ya que el desarrollismo pro-capital extranjero de Arturo Frondizi estaba vinculado al desarrollo industrial, pero durante el macrismo eso “nítidamente” no se había visto, pues “el tipo de fomento al capital extranjero que han realizado está ligado al negocio financiero, o bien al sector primario”. Añadió, en ese sentido que, “siendo generosos pueden ser desarrollistas por su búsqueda de seducir al capital extranjero, pero desde el punto de vista de la inserción productiva e industrial no tienen nada de eso. Lo que más le cabe es neoliberales”. Por su parte, el también investigador del Conicet Marcelo Rougier, en entrevista con este medio, señaló que la supuesta adscripción del macrismo al modelo desarrollista, “era una cuestión meramente discursiva para confrontar sus políticas con las peronistas, aprovechando también la presencia del nieto de uno de los mentores intelectuales del desarrollismo, pero de eso no hubo prácticamente nada, porque el desarrollismo es industrialista y los gobiernos neoliberales son anti industriales”.
En rigor, el desarrollismo fue la respuesta a la crisis de crecimiento que sufrió la industrialización peronista, debido a que el fuerte consumo interno derivado de las mejoras salariales, hacía necesario recurrir al ahorro externo para financiar el crecimiento, por lo que se promovía tanto el capital extranjero como una limitación a la capacidad de consumo de los sectores populares. Superador así al modelo agroexportador por buscar continuar desarrollando la industria nacional, era criticado desde el peronismo por su fuerte apertura al capital extranjero, que restaba soberanía a las decisiones de política económica y deterioraba las cuentas externas a causa de la intensa remisión de utilidades a las casas matrices, así como por poner a las grandes empresas y multinacionales, en lugar de los trabajadores y las pymes o burguesía nacional, en el centro de sus políticas.
De hecho, el denominado “fifty-fifty”, es decir la distribución de la riqueza en un cincuenta por ciento para los trabajadores y otro cincuenta para el capital a la que había llegado el peronismo, recién volvió a experimentarse tras la experiencia desarrollista y durante el último gobierno de Perón.
Desarrollismo y salarios
Según señala el investigador de la UBA Aníbal Pablo Jáuregui en su texto “La productividad del trabajo: otra “batalla” del desarrollismo (1955-1962) (Anuario CEEED)” durante los inicios del desarrollismo existieron crecientes presiones inflacionarias, cuya tasa se elevaría muy fuertemente en 1958-1959, con políticas que llevaron a caídas del salario real. Incluso, agrega Jáuregui, los empresarios aprovechaban el clima productivista para presionar en favor de la disminución de los beneficios que los trabajadores habían obtenido en la década peronista, agregando que a diferencia de su evaluación en los tiempos de la Libertadora, “Frondizi entendía que los aumentos salariales eran inflacionarios”.
Facilidades al gran capital, fundamentalmente extranjero, y limitaciones salariales por igual productividad parecen ser entonces dos aspectos centrales del programa industrialista desarrollista. Según señaló oportunamente en una charla un ex funcionario kirchnerista, “tanto el desarrollismo como el justicialismo rechazan el modelo de valorización financiera y destrucción industrial implementado por los gobiernos liberales, pero la diferencia es que el primero busca que el crecimiento sea financiado por los trabajadores en base a bajos salarios, mientras el modelo justicialista busca que sean las grandes empresas agrarias e industriales quienes aporten, con su excedente, a su propio crecimiento”.
En su reciente texto “Argentina: las aporías del neodesarrollismo” el mismo Schorr y otro investigador del Conicet, Francisco Cantamutto, califican al actual gobierno como “neodesarrollista”, pues contradice la idea de “comenzar por los últimos para poder llegar después a todos”, ya que se mantiene “más bien la fuerza del consenso con los poderosos ganadores de años previos”, donde se busca “relegar la distribución del ingreso a un 'futuro prometedor'”, añadiendo que “quizás es hora de revertir el orden de causalidad propuesto por un sector importante de la heterodoxia y del sistema político, y que la redistribución de la renta no sea una variable dependiente del crecimiento (exportador)”.
Gobierno desarrollista
En efecto, hasta el momento, el gobierno encabezado por Alberto Fernández parece cumplir con los mayores elementos del desarrollismo. Mientras el año pasado el rebote económico llegó al 10,3 por ciento, lo que implicó recuperar en un solo año lo perdido en pandemia cuando muchos economistas señalaban que la recuperación demoraría de dos a tres años, en el actual 2022 la actividad económica registró una suba del 6,1 por ciento en el primer trimestre, el cual sigue siendo un muy alto registro histórico. Pero además, la industria tuvo un febrero con máximos niveles de producción para dicho mes desde 2016, y en marzo continuó operando por encima de los últimos tres años, creciendo 15,4 pro ciento respecto al marzo macrista de 2019. Incluso, de acuerdo al Ministerio de Desarrollo Productivo, sobre una muestra de 12 países el crecimiento de marzo de 2022 respecto a marzo de 2019 ubica a Argentina como el país que más aumentó su producción industrial después de China, con 12 de las 14 ramas relevadas creciendo contra abril 2021 y 11 contra 2019. No es casualidad, en ese sentido, que, con pandemia y guerra, el gobierno haya conseguido en febrero pasado superar en 364.000 los puestos de trabajo registrados en comparación con la alianza Cambiemos.
Sin embargo, este crecimiento se vinculó también con amplias facilidades al gran capital. Por caso, según el Centro CIFRA de la CTA de los 25.780 millones de dólares como saldo favorable entre las exportaciones y las importaciones, 19.762 millones de dólares, (12.906 millones por vencimientos de capital y 6.856 por intereses) se les cedió a precio oficial y subsidiado a las grandes empresas para que abonen sus deudas, que en muchos casos corresponden a deudas intra-firma, es decir de multinacionales que llevan dólares a sus casas matrices. Pero además, con estas mayores empresas experimentando fuertes ganancias, la fuerza laboral hoy es incluso más barata que la que consiguió producir la alianza Cambiemos luego de disminuir fuertemente los salarios reales que los trabajadores percibían durante el kirchnerismo. Según el último informe del Mirador de la Actualidad del Trabajo y la Economía (MATE), espacio integrado por economistas ligados a la Universidad Nacional de Rosario (UNR), los trabajadores privados registrados perdieron en los últimos dos años 1,5 por ciento de su poder adquisitivo, luego de perder 20,2 puntos durante el macrismo, los públicos cayeron 0,9 puntos, luego de perder 24,3 puntos en ese gobierno, y los informales perdieron 5,4 por ciento tras caer 31 puntos también durante la gestión de la alianza Cambiemos.
Si esta política fue la planificada por el ejecutivo, o bien la posible y con menos costos en el contexto de pandemia y guerra, quedará para el análisis de cientistas políticos y económicos. Lo cierto es que, hasta el momento, pareciera ser el Frente de Todos el que llevó adelante los postulados desarrollistas que, como en otros aspectos, también incumplió la alianza Cambiemos.