Los analistas internacionales suelen definir el actual escenario como de una “nueva” Guerra Fría con los “viejos” bloques contendientes. De un lado, los EE.UU. con el Reino Unido separado de la Unión Europea y acompañado por el Commonwealth “blanco”, siguiendo una política con iniciativas geopolíticas de peso militar antes que económico. Del otro, Rusia y China promoviendo una neoglobalización desarrollista en el marco de la Ruta de la Seda.
El bloque anglosajón enfrenta un desafío en el plano económico inédito en el pasado. En 1990, al finalizar la Guerra Fría, el PIB de EE.UU. más que duplicaba al bloque soviético y China. En el presente, el PIB del bloque anglosajón (EEUU+Reino Unido) es un 43,9% superior al del bloque euroasiático (China+Rusia), con una proyección de las tasas de crecimiento respectivas que tienden a la igualación en la próxima década. El cuadro que sigue muestra esta comparación:
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El desafío económico que enfrenta el bloque anglosajón ha comenzado a expresarse en el último tiempo en la tensión planteada sobre el sistema monetario internacional vigente desde la crisis de inconvertibilidad del dólar y la libra en 1971. Este sistema está centrado en el flujo de dólares como determinante exclusivo de la liquidez global a partir de la aceptación irrestricta de la moneda estadounidense como medio de pago en todo el orbe.
El debilitamiento de esta condición hegemónica del dólar como moneda mundial lleva a limitar la capacidad de EE.UU. para financiar sus desequilibrios macroeconómicos y, consecuente, realizar ajustes sobre su poder de consumo, ordenador de su sociedad a lo largo del último siglo.
En columnas anteriores reseñábamos la política monetaria expansiva de los EE.UU. para enfrentar la crisis del 2008 y posteriormente para amortiguar el impacto de la pandemia en el 2020.
Los programas de Facilidades Cuantitativas (Quantative Easy) 1,2 y 3 lanzados entre 2009 y 2014 destinaron u$s 3,5 billones a recomprar activos financieros depreciados por la crisis y a sostener una tasa de interés muy baja que posibilitara una paulatina licuación de las deudas contraídas por empresas y familias antes que detonara la crisis.
Ante la llegada del virus, se implementó el QE4, la Base Monetaria se incrementó de u$s 3,4 billones en diciembre de 2019 a u$s 6,0 billones en abril 2021. El programa de política monetaria laxa contó con u$s 2,6 billones, un volumen mucho mayor en un plazo más corto, respecto de los tres QE anteriores.
Nuevamente se produjo una “reflación” de activos financieros y un “planchado” de la tasa de interés de Fondos Federales que osciló en 0-0,25%.
Los números de la economía estadounidense de los primeros meses del 2021 ofrecen reparos a esta política, cuando se balancea el debilitamiento de la cotización internacional del dólar y los resultados en la actividad interna.
El primer trimestre del año el PIB presentó una tasa interanual de crecimiento del 6,4%, comenzando a equilibrar la caída del -3,5% del 2020, pero los datos de creación de empleo del primer cuatrimestre revelan una evolución lenta y la inflación una tendencia a acelerarse. El desempleo abierto cerró en el 5,8%, cifra que, si bien constituye una mejora respecto del 6,7% del 2020, el pronóstico auguraba un descenso más pronunciado. La inflación de mayo alcanzó una variación interanual del 5%, lo que obligó a las autoridades económicas a desmentir una suba de la tasa de interés y un retiro de los estímulos a la actividad.
El hecho que los incentivos a la demanda en EE.UU. no han encontrado el alcance de respuesta deseada y el dólar sufre una depreciación, debe enmarcarse en un escenario en el que el bloque euroasiático avanza en un proceso de limitar el rol de la divisa estadounidense como unidad de cuenta, medio de pago y reserva de valor global exclusivo.
Las decisiones que enmarcan esta tendencia se expresan en lo siguiente:
- La desdolarización creciente del intercambio comercial intrabloque
- El descenso del nivel de dólares como activo de reserva en los Bancos Centrales del bloque. Rusia ha sido el principal comprador de oro en el último trienio incidiendo en la suba de la cotización del metal. Desde el 2018 la onza troy evolucionó de u$s 1.250 a u$s 1.900.
- La búsqueda de construcción de una nueva arquitectura financiera superadora de la nacida en los acuerdos de Bretton Woods. El mayor peso del PIB del bloque euroasiático lo ha llevado a platear una redistribución del poder de toma de decisiones en el FMI y el Banco Mundial.
- En el sendero del punto 3, la expansión del Banco Asiático de Desarrollo ha sido una alternativa exitosa y autónoma para el financiamiento de obras de infraestructura, superando la actividad del Banco Mundial en el bloque.
- El despliegue del yuan como moneda de reserva internacional, celebrando acuerdos de “pase de monedas” con países con los que China tiene relevantes volúmenes de comercio exterior. También se ejerce presión para incorporar al yuan como integrante de la canasta de monedas que conforman los Derechos Especiales de Giro (DEG), reserva del FMI.
Es de esperar que el 2021, a medida que se disipe la presencia del virus, sea un año de turbulencias monetarias, en tanto los programas de recuperación económica requieran de abultados volúmenes financieros.
El bloque euroasiático parece resuelto a actuar sobre la capacidad de financiamiento del bloque anglosajón, cuestionando la hegemonía absoluta del dólar.
Los resquebrajamientos de la arquitectura monetaria global tienen un correlato inmediato en el mundo emergente y sus necesidades para superar la crisis actual. Tal vez por ello, la Argentina no debiera apresurarse y ceder a presiones de organizaciones multilaterales vetustas.